Análisis de la muerte de Durruti desde el punto de vista de una investigación policial. Nunca ha quedad muy claro qué es lo que pasó, y tirando de ese hilo se construye la historia. Se añade un epílogo con datos acerca de la vida del líder anarquista.
Correcto en escritura y planteamiento.
Quizá fuese ese sexto sentido suyo que había desarrollado siendo policía, antes de la guerra. Era ese olfato entrenado a lo largo de tantos años de profesión el que le decía que algo en aquel asunto estaba fuera de lugar. Había aspectos que a Fernández Duran no le habían gustado desde que conoció los detalles del mismo. Como por ejemplo y sin ir más lejos, su propio cometido. Aun tratándose de la muerte de un destacado dirigente anarquista, de una figura muy representativa de la lucha en contra de los militares sublevados, aun siendo una inestimable pérdida, no dejaba de ser una baja más en el frente. Hasta cierto punto le resultaba verdaderamente insólito que le hubiesen encargado la labor de abrir una investigación al respecto. Recordó cómo, a primeros de enero de 1937, estando destinado en Barcelona, había recibido un día la llamada de su superior comunicándole que había sido requerida su presencia en una importante reunión la cual iba a tener lugar en breve. Reunión en la que estarían presentes a su vez destacados miembros del gobierno republicano. Fernández Duran creyó que su labor se limitaría a las habituales tareas de vigilancia y escolta a las que solía estar destinado pero su superior no tardó en sacarle de su error. La explicación fue conclu-yente. Habían solicitado su presencia de forma explícita y no en calidad de escolta. Una comisión le había escogido debido a sus antecedentes como policía y a la fama, merecidamente adquirida en tiempos anteriores a la guerra, de su intuición policial y de su buen hacer en la resolución de los casos que le eran normalmente asignados. Y había sido elegido para llevar a cabo una investigación acerca de las circunstancias que rodeaban la muerte del comandante Buenaventura Durruti. Además, recibió la orden tajante de llevar la investigación con la más absoluta reserva y de dar cuenta de ella única y exclusivamente a dicha comisión. Al principio, le sorprendió el encargo y sobre todo las condiciones en las que debía llevarlo a cabo pero cuando, días después, se entrevistó con los miembros de la comisión para ultimar detalles, su inicial sorpresa se desvaneció al descubrir entre los presentes a
altos cargos del gobierno republicano que habían mantenido una férrea y sincera amistad con el difunto. Y salió de aquella reunión con el firme convencimiento de que aquello no se trataba de un encargo oficial, sino más bien de algo oficioso en lo que parecían primar intereses personales. En dicha reunión le fue entregada la escasa documentación de la que se disponía acerca del caso y, para ayudarle a llevar a cabo su tarea, le fue asignado como asistente el teniente Alcázar. «El sabueso», como él lo llamaba. Un hombre de un nivel cultural más bien sencillo aun a pesar de que sabía leer y escribir correctamente, cuestión de la que, en aquella época, no todo el mundo podía jactarse, pero provisto de una notable y brillante inteligencia, de probada honestidad y reserva, dotado de un gran don de gentes y de la sorprendente habilidad de conseguir, aun en los tiempos de escasez por los que pasaban debido a la contienda, cualquier cosa que se propusiese. Desde la ubicación de una persona concreta, por difícil de localizar que esta fuese, hasta una caja de champán francés. Fernández Duran y Alcázar estuvieron durante días investigando en archivos, estudiando declaraciones e informes, recopilando toda la información que fueron capaces de encontrar para finalmente llegar a la conclusión de que las pistas más sólidas debían encontrarse en la capital de España, el lugar de los hechos. Por este motivo habían solicitado permiso para desplazarse hasta Madrid con el fin de continuar su investigación. Habían llegado a la capital tres días atrás y en ese tiempo récord, gracias a las diligentes gestiones de Alcázar, que sólo Dios sabía lo que habría tenido que prometer, regalar, adular o sobornar —Fernández Duran prefería no darse por enterado—, habían logrado dar con el paradero del chófer de Durruti así como del resto de supuestos testigos cuya declaración Fernández Duran consideraba indispensable para llegar al fondo de aquella cuestión.
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