Otra novela de Patricia, perturbadora, como mandan los cánones. Acabo de leer este artículo: Ese dulce mal en el que se dan pistas de su gusto por el desasosiego.
David Kelsey es el típico chico formal, trabajador intachable e incluso brillante, tímido y educado. Pero las apariencias, como es lógico, nos engañan. David esconde dentro de sí una obsesión que, junto a un desafortunado accidente, lanzaran su vida a un caos de impredecibles consecuencias.
El protagonista no es Ripley, pero tampoco es alguien a quien le confiarías tus espaldas. Al principio parece una persona normal, con alguna manía, pero a medida que transcurre la novela te vas dando cuenta de la profundidad de su locura -y no quiero seguir para no desvelar la trama, menos en una novela de suspense.
Reseña aquí: “Ese dulce mal” de Patricia Highsmith
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (6/365)
Extracto:
Al principio, casi dos años antes, cuando se enteró de que Annabelle se había casado con Gerald Delaney, David sólo había deseado evitar, a cualquier precio, el peso tremendo y el dolor de su depresión. No era el tipo de persona capaz de mandar a paseo su trabajo, pasarse varias semanas borracho o cualquier otra cosa parecida. David, por el contrario, había tratado de trabajar con más intensidad y vaciar así su mente de todo aquello hasta que pudiera serenarse lo suficiente como para pensar en qué debía hacer. David quería estar a solas y deseaba un cambio de escenario, pero, debido a su | empleo, el cambio de escenario había resultado imposible. Sin embargo él soñaba con aquel cambio, y soñando ejercitaba su fantasía. ¿Qué inconveniente había, por una temporada, en imaginar que no había pasado nada, que Annabelle no había cometido la terrible equivocación de contraer aquel matrimonio? ¿Qué inconveniente había, por un breve espacio de tiempo, en sentir el maravilloso alivio de imaginar que Annabelle se había casado , con él? Y ¿qué harían él y ella? David sin duda habría dejado su pequeño apartamento en Froudsburg para I trasladarse a una agradable casa en algún sitio. Sin vaci-1 lar un momento había hecho la separación que todavía I seguía manteniendo: la fea pensión en Froudsburg, la ciudad donde trabajaba, y la casa en el campo en la que gastaba el noventa por ciento de sus ingresos y donde pasaba todo el tiempo que podía. No había querido ligar la casa con David Kelsey, de manera que había inventado el otro nombre, y con el nuevo nombre apareció también hasta cierto punto una nueva personalidad: William Neumeister, que no había fracasado nunca, por lo menos en nada de importancia, y que, por consiguien-
te, había conseguido a Annabelle. Ella vivía allí con él; eso era lo que David se imaginaba, mientras curioseaba entre sus libros, se afeitaba los sábados y los domingos por la mañana, y paseaba por los alrededores de la casa.
No había adquirido la casa de la noche a la mañana. Había necesitado semanas para preparar las referencias de William Neumeister: una de «Richard Patterson», que estaba suscrito a un servicio de correo y de mensajes telefónicos en Nueva York, y que había contestado a la carta en la que el corredor de fincas, Mr. Willis, pedía información, recomendando a William Neumeister sin reservas de ninguna clase; otra referencia había sido la de «John Atherley», a cuyo nombre David había alquilado una habitación durante una semana aproximadamente en un hotel de Poghkeepsie, donde había recogido en persona la carta de Mr. Willis. Una pequeña precaución final había sido hacerse miembro de la biblioteca de Beck’s Brook, un pueblo algo al norte de Ballard, y para lo cual no le habían pedido ninguna referencia. Además de todo esto, David pidió prestados unos cuantos miles de dólares (que ya había devuelto) a su tío Bert, de manera que la cantidad pagada como entrada para la adquisición de la casa fuese considerable. Los corredores de fincas tenían muy poca tendencia a sospechar de personas capaces de pagar al contado una tercera parte del valor de una casa. David le había dicho a su tío que quería el dinero porque estaba pensando en comprarse una casa, y unos meses más tarde le explicó que había cambiado de idea y que continuaría viviendo en la pensión. En la sucursal del First National Bank de Beck’s Brook había abierto simultáneamente una cuenta corriente y una libreta de ahorro con pequeñas cantidades de dinero, usando de nuevo a Patterson y Atherley como’referencias de William Neumeister, pero nunca habían llegado a comprobarlas, porque David no recibió ninguna carta del banco.
2 comentarios
Tendré que revisar la colección de la que te hablé hace un par de posts, a ver si este aparece y lo pongo en la pila de «pendientes».
Confieso que me han gustado más sus cuentos.