La campana, 1996, 2009. 350 páginas.
Historia desde comienzos del siglo XX hasta 1992 del Barrio Chino de Barcelona, hoy Raval, que fue en su momento centro de vicios y que aún hoy, después de unas olimpiadas que sanearon la ciudad, de un proceso de gentrificación acelerada, y de unas intervenciones urbanísticas drásticas, todavía guarda el aroma de lo marginal.
Nada que ver, por supuesto, con lo que era en el pasado y que se cuenta en estas páginas: tabernas, cafés cantantes, sitios para bailar con señoritas, prostíbulos, venta de droga, noches tumultuosas que no se acababan nunca en garitos clandestinos de todos los pelajes. El libro recoge muchos incidentes acontecidos en sus calles estrechas y tortuosas. Hay un apéndice con fotos de época que son realmente una delicia.
Descubrimos que en los años 20 la cocaína corría como la pólvora, que no siquiera una postguerra miserable y ultracatólica consiguió acabar con la prostitución, que la llegada de la heroína incrementó la delincuencia hasta límites insospechados y que ya se preveía una decadencia que, como digo, no acaba de llegar. Ya no hay fuego pero alguna brasa queda.
Cosas que he echado de menos en este libro: un buen mapa de las calles desaparecidas que protagonizan muchas páginas de este libro (la calle del Migdia, por ejemplo, que he tenido que investigar por internet dónde estaba y todavía no me queda muy claro que pasó con ella). No me importa que se copipeguen noticias de época y libros para que nos hagamos una idea de como se veía el barrio en esa época, pero podía haberse utilizado otro tipo de letra o poner un margen porque tienes que estar con ojo para saber si está hablando el autor o es un extracto. Y, finalmente, un poco de pulso narrativo porque Paco Villar está muy documentado pero tanto en este como en el otro que leí de él muchas veces se limita a levantar acta como un notario con una prosa similar.
Aún así, excelente recorrido de historias de un barrio con personalidad propia.
Bueno.
Fuera ya de los límites del Barrio Chino la cifra de meublés era asimismo considerable. En los alrededores de la plaza Pes de la Palla había varios bares de ambiente prostitucional y algunos meublés. El Nido de Oro, situado en la calle Sant Erasme número 19, era el más distinguido de todos. No muy lejos de este último, el Rápido y el Radio, el primero enclavado en el número 24 de la calle Príncep de Biana, y el segundo, en el número 39 de la calle Sant Vicenç. En la calle Verge número 16 estaba el meublé Miami. El Miami, antes de la guerra, era una conocida casa de prostitución que posteriormente fue convertida en meublé. Esto dio lugar a que las pupilas del prostíbulo, que tenían a sus amigos habituados a la zona, empezaran a estacionarse en la calle. Con el correr del tiempo la presencia de estas mujeres se duplicó.
Al otro lado de la Rambla, en las calles Gínjol, Escudellers, Aglà y Quintana, los meublés también eran tradicionales. Cuentan que el Trébol, instalado en el número 4 de la calle Arc de Sant Ramon del Cali, en plena guerra civil sirvió de refugio innumerables veces a un crecido grupo de religiosas y sacerdotes. Entonces se titulaba Posada Marsella.
Los propietarios de estos establecimientos tenían que acatar unas normas muy estrictas.
En 1988, los clanes africanos de raza negra controlaban el mercado de la heroína en prácticamente todo el distrito de Ciutat Vella; especialmente en el Raval y en los alrededores de la plaza Reial. En los últimos años, los llamados «príncipes africanos» o «dandies» habían desbancado a los núcleos de quinquis, gitanos y árabes que tradicionalmente operaban en este sector: su poder e influencia aumentó considerablemente. Los miembros de esta organización procedían en su inmensa mayoría de países centroafricanos, y desde 1982 llegaban en pequeños grupos: el africano que quería quedarse en la ciudad y no tenía trabajo, acababa por caer en las redes de la delincuencia.
Todo estalló el lunes 22 de febrero de 1988 a las 19,45 horas, cuando varias decenas de gitanos armados con navajas, cuchillos, palos, porras, tuberías y estacas empezaron a golpear indiscriminadamente a todos los negros que se cruzaban en su camino. Las reyertas llegaron a ser simultáneas en la plaza Reial y en las calles Avinyó, Robador y Sant Ramon. En esta última es donde se produjeron los incidentes más graves. Hubo persecuciones y palizas: los negros eran cacheados y agredidos violentamente si portaban alguna cantidad de droga. La policía y la Guardia Urbana reforzaron inmediatamente los efectivos, y a las 20,30 la situación se normalizó. Los detenidos pasaron de los cincuenta.
El origen de la trifulca estaba, según todos los indicios, en la muerte por sobredosis de heroína de cinco personas, entre ellas dos hermanos gitanos miembros del conocido clan Heredia, ocurridas durante el fin de semana anterior. Parece ser que una partida de heroína adulterada o de gran pureza entró en el barrio y los dandies fueron los distribuidores. El clan Heredia decidió tomarse la justicia por su mano; aunque también se especuló con que detrás de esta maniobra espectacular hubiera un intento de las familias gitanas para recuperar influencia en la zona.
En los días posteriores al suceso la policía intensificó la vigilancia en los puntos claves, y la calma retornó. Los vecinos no recordaban días tan pacíficos. No se veía a un solo negro por la calle: o se encontraban detenidos, o prudentemente no abandonaron sus viviendas.
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