Nuria Barrios. El alfabeto de los pájaros.

diciembre 17, 2018

Nuria Barrios, El alfabeto de los pájaros

Una pareja ha adoptado a dos niñas chinas: la mayor empieza a darse cuenta del hecho y le causa grandes dudas ¿Cuál es la barriga de dónde ha nacido?

A base de historias que le cuenta la madre a la hija, y las que la niña vive en su imaginación se dibuja un mapa de los problemas sobre la identidad, la paternidad y la familia.

La autora escribe muy bien, pero el libro tiene un tono general a medio camino entre para niños y para adultos, es casi una fábula. Y creo que es demasiado largo como para leerlo a un niño y demasiado para niños como para que lo lea un adulto.

Yo he disfrutado de su lectura, porque también estoy a medio camino.

Recomendable.

—¿De qué barriga naciste tú?
—De la barriga de tu abuela.
—¿Y de qué barriga nació la abuela?
—De la barriga de tu bisabuela.
Nix señaló el vientre de su madre, pero esta vez no lo tocó.
—¿Tú no estás triste porque yo no nací de tu barriga? —las palabras resonaban ásperas y apagadas en su voz ronca.
—Estuve triste hasta que fui a buscarte a China.
—¿Un poco triste o muy triste?
—Tristísima. Estaba triste cuando me levantaba, desayunaba un té triste y unas galletas tristes, trabajaba en una oficina triste, almorzaba una comida triste, volvía a casa por unas calles tristes, cenaba una cena triste, me bañaba en un agua triste, hablaba con papá palabras tristes y cuando me dormía tenía sueños muy, muy tristes.
—¿La tarta de chocolate sabía triste?
—Sí.
—¿Y los espaguetis?
—Sí.
—¿Los espaguetis con tomate?
—También.


—¡Qué suerte! ¿Por qué no me llevas?,
—No, tú no puedes. Sólo es para niños.
—¿Ni siquiera puede ir Carla Bruni?
La niña dudó un rato.
—No, tampoco.
—Ah, es el País de los Niños Sin Padres —la madre subrayó las dos últimas palabras.
—Sí, eso. Allí jugaba todo el rato y comía pizzas y hamburguesas y donuts y perritos calientes y helados y chuches y nadie me regañaba y me acostaba cuando quería y no iba al colé y me quedaba en casa viendo dibujos en la tele y tenía un perro…
Nix sonreía mientras hablaba. La Lengua Verde siempre la hacía sentirse bien. Recurría a ella como si se adentrara en un espacio vegetal y protegido. Escuchaba su rumor, un sonido crujiente de semillas, el alivio que crecía frondoso a su alrededor para protegerla de las sombras. Le gustaba la Lengua Verde y le gustaba que su madre la escuchara, porque en su compañía espantaba mejor los temores.
—Y tú no puedes ir porque eres una madre —concluyó la niña.
—Mmmm. Yo conozco el País de los Padres Sin Niños, pero ése no es nada divertido —dijo la madre.
En el breve espacio circular que formaban la madre y la hija se elevaba como una hoguera el relato. Sus llamas verdes diluían las tinieblas, igual que la luz de una diminuta luciérnaga deshace el pavor de la noche.
—¿Cómo es ese país?
—Muy triste. Sus habitantes trabajan mucho porque nadie los espera para ir al parque o a un cumpleaños o al circo o al teatro o al cine. Cuando regresan a casa, las habitaciones están en silencio y a oscuras. Como no tie-
nen hijos no pueden jugar al escondite ni contar cuentos ni disfrazarse ni hacer cosquillas ni cantar ni bailar. En realidad, podrían jugar entre ellos, pero les da mucha vergüenza porque son mayores. Así que encienden el ordenador, trabajan un ratito más y luego cenan en silencio porque no tienen nada nuevo que contarse.
—¿Tú conoces ese país?
—Papá y yo vivimos allí antes de que llegarais Nox y tú. Era un país horrible. Imagínate, en los cumpleaños comprábamos dos pastelitos en lugar de una gran tarta y ni siquiera podíamos soplar las velas porque los pasteles eran tan pequeños que las velas no cabían encima. Y como éramos sólo dos, sólo recibíamos un regalo.
—¿Sólo uno?
—Papá, el mío y yo, el suyo.
—¿No ibais al Parque de Atracciones?
—Nunca, ni al Zoo ni al Safari-park ni a Aquópolis ni al Aquárium ni a Port Aventura…
—¡Qué rollo, mamá!
-—Un rollazo. A papá y a mí no nos gustaba nada ese país.
—¿Por qué no os fuisteis?
—Porque ningún país nos admitía. En el País de los Solteros no nos querían porque estábamos casados. En el País de los Abuelos no nos dejaban permanecer mucho tiempo porque no teníamos nietos. Y en el País de los Padres con Niños evitaban invitarnos porque, como no teníamos hijos, no sabían de qué hablar con nosotros.
—¿Y qué hicisteis?
—Papá y yo estábamos muy tristes. Éramos los más tristes de todos los papas y las mamas que no tienen hijos. Entonces nos hablaron del País de los Niños sin Padres, donde tú vivías. No lo dudamos un segundo, dejamos

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