Arpa y Alfil, 2021. 260 páginas.
Recorrido acerca de las más famosas teorías de la conspiración de ahora y siempre. Desde los masones e Illuminatis que desembocaron en el antisemitismo y la conspiración judeomasónico izquierdista en contubernio con el terrorismo rojo hasta los modernos QAnon capaces de culpar a una pizzería de albergar una trama de tráfico de menores.
El autor hace gala de una erudición sin par no sólo en la documentación de los casos que refiere sino en las referencias de la cultura pop relacionados con ellos, todo eso escrito con bastante gracia e incluso, en las últimas páginas, desdibujando los límites entre lo que es real y lo que es conspiración.
Porque si el gobierno de los Estados Unidos autorizó a la CIA a realizar experimentos de control mental con toda clase de sustancias psicotrópicas en unos hechos que están documentados ¿quién es el listo que se atreve a negar según qué cosas?
Fuera de bromas, un libro excelente para conocer cómo se forman este tipo de teorías y para vacunarnos (guiño,guiño) contra ellas.
Bueno.
En realidad, lo que Alex Jones descubrió con Oklahoma City fue el poder de un concepto que no ha dejado de fascinarle desde entonces: el ataque de falsa bandera. El comentarista político ha usado esa carta en el 11-S, el ataque químico de Jan Sheijun[8] y, sobre todo, la masacre ocurrida en la escuela primaria de Sandy Hook el viernes 14 de diciembre de 2012 en Newtown, Connecticut. Los datos son muy sencillos: un total de veintiocho personas murieron a manos de un terrorista nacido en Estados Unidos que, al verse rodeado por la policía, se suicidó en el acto. En esta ocasión, las cosas eran un tanto diferentes a los tiempos inmediatamente posteriores al 11 de septiembre de 2001, cuando lo único que Jones tuvo que hacer fue recoger un cierto aire del ambiente (ey, ¿cómo es posible que esos rascacielos cayeran de esa manera?) para erigirse como líder de una corriente popular que cuestionaba la versión oficial de lo que sucedió aquella mañana en el World Trade Center. Sandy Hook, por el contrario, tenía una interpretación unívoca: otra masacre sin sentido sucedida en un centro educativo norteamericano, una en la que además fueron asesinados dieciocho menores de edad. Fue el tiroteo masivo que más muertes ha provocado dentro de una escuela primaria en la historia de la humanidad. Fue un auténtico horror sobre el que no cabe ninguna teoría de la conspiración.
O eso es, al menos, lo que pensaría alguien que no responde al nombre de Alex Jones, completamente obsesionado desde hace décadas con la idea de que el gobierno de su país orquesta actos de violencia extrema sobre su propia población civil para atribuírselos a sus enemigos y, así, impulsar determinados puntos de su agenda globalista. En el caso de Sandy Hook, Jones no dudó en defender que el propio tiroteo había sido un hoax del gobierno de Obama, llegando a afirmar incluso que ninguna de las veintiséis víctimas mortales del ataque existió en realidad. Por tanto, su mente fue un paso más allá del simple atentado bajo falsa bandera: en esta ocasión, afirmaba, todo era un teatro protagonizado por actores y actrices. Nadie murió en realidad, todas las fotografías estaban trucadas. En consecuencia, los familiares de las víctimas de la masacre se vieron insultados, acosados e incluso agredidos por seguidores de Jones, que se presentaron en Newtown exigiendo ver a los intérpretes infantiles que tan buen papel habían hecho en la función escolar pagada por Washington. En diciembre de 2019, un juez de Texas obligó a Jones a pagar cien mil dólares a los padres de uno de los niños asesinados como resultado de una de las muchas demandas por difamación interpuestas a InfoWars desde finales de 2012. Desde entonces, los abogados del comentarista se han apresurado a explicar por activa y por pasiva que su cliente solo estaba utilizando una hipérbole retórica cuando decía que la masacre nunca tuvo lugar. En realidad, ni siquiera Jones está solo en esto: el padre de otra de las víctimas ganó en el mismo año otro juicio por difamación contra James Fetzer y Mike Palecek, autores de un libro-libelo titulado Nadie murió en Sandy Hook.
Cuando Richard Hofstadter habla de estos «demonios del pueblo» o «enemigos de la comunidad», siempre lo hace desde el punto de vista de «la gente juiciosa»[2], sin tener en cuenta que, en muchas ocasiones, es esa porción de la sociedad quien construye estas amenazas, en ocasiones completamente imaginarias, como proyección de ella misma. Un chivo expiatorio perfecto encapsula todos los aspectos que una sociedad considera inaceptables de sí misma, convirtiéndose así en némesis y amenaza existencial para un estilo de vida. En su análisis del texto de Hofstadter, Jesse Walker categoriza cuatro formas de «demonio del pueblo» distintas dependiendo de su procedencia: el enemigo exterior, el enemigo interior, el enemigo superior y el enemigo inferior[3]. La primera tendría la forma de una amenaza extranjera que acecha a las puertas de nuestra comunidad, la segunda asumiría que el Mal ya se ha infiltrado entre nosotros, la tercera habla de una conspiración de una élite privilegiada contra «la gente juiciosa» y humilde y, la cuarta, se refiere a una rebelión potencial de las masas no privilegiadas. Por supuesto, existen todas las combinaciones que seamos capaces de imaginar (a los chivos expiatorios les gusta bastante aliarse entre ellos para acabar con todo aquello que amamos) y esta receta no se aplica únicamente a la política norteamericana.
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