Ángela, una editora cuyo trabajo peligra, acepta el manuscrito de un antiguo compañero de estudios. En él se habla de las mafias rusas y su implicación en el negocio inmobiliarios. Cuando éste desaparezca su vida se verá mezclada con las de Carolina, una exitosa gerente comercial y Luisa, una gestora cultural.
Mezcla de thriller policiaco y costumbrismo en un barrio tan bonito como el de Gracia. Personajes muy bien dibujados y convincentes, no sólo las tres protagonistas, sino el resto que aparecen en la historia. Es de agradecer un libro en el que se prima el punto de vista femenino. La desaparición es la excusa para escribir sobre la crisis de muchas mujeres que se ven acosadas en el trabajo, invisibles por la edad o que tienen que luchar con todas sus armas para poder llegar a puestos directivos.
La combinación da como resultado un libro que es entretenido y tierno a la vez y que va más allá de los típicos libros de resolución de un caso (encontrar al desaparecido es lo de menos).
Para mí, además, tenía el extra de ser -según la autora- la inspiración de uno de los personajes masculinos. Leído el libro veo que más allá del nombre tengo poco parecido, porque sale mucho más guapo -en todos los sentidos- de lo que soy yo. Pero la alegría me la llevo.
Recomendable.
Irresistible. Eso fue lo que el inspector Castillejos le pareció a Ángela cuando entró en la dependencia policial. Los ojos, de un verde desleído, se inclinaban ligeramente hacia abajo dándole un aire de tristeza enfatizado por una nariz aguileña que desembocaba en unos labios carnosos. Esos labios abortaban cualquier idea de sobriedad y negrura. Eran labios diseñados ¿ para morder, para besar, para cualquier acto placentero. La sobresaltó además el intenso olor a perfume masculino que impregnaba el despacho. Castillejos tenía un imán sensual y lo sabía. Y Ángela sabía que él lo sabía y, entre esa certeza y el reparo por estar otra vez en una comisaría, sintió un cosquilleo que la puso todavía más nerviosa. Se quitó las gafas despacio, dudando entre hacerse la interesante, hacerse la profesional o fundirse.
La llamada del inspector la había cogido por sorpresa. De hecho, cualquier llamada al móvil la sobresaltaba, esperando siempre que fuese Iglesias. De la Policía en cambio no esperaba mucho. ¿Qué credibilidad tenía su denuncia cuando ella ni siquiera era familia directa ?
Vestido de paisano, el hombre sentado frente a ella se alejaba mucho del modelo preconcebido. Llevaba unos téjanos sobre unas piernas delgadas, un polo de color gris en un tronco desproporcionadamente grande y unas bambas de suela gruesa. Parecía un jugador de baloncesto. A su lado, una mujer con media melena, muy fibrosa, apilaba papeles. Ambos se levantaron y le tendieron la mano. Ángela realizó el control visual rutinario y anotó que lucía la correspondiente alianza. Normal: habría sido demasiado bonito que un tipo como aquel estuviese disponible. El inspector le hizo el gesto de que se sentara. Ángela continuaba hechizada. Aquel hombre era pura mecha. Estaba tan conmocionada que no oyó las presentaciones.
—… del área central de Investigación de Personas. La sub-inspectora Mónica Gallardo y yo mismo estamos al frente del grupo a cargo del caso Roberto Iglesias. ¿Señora? —Sí… Dígame usted.
Ángela se enderezó en la silla y se llamó al orden. —Hemos abierto un expediente a raíz de su denuncia. Nos gustaría contrastar algunas informaciones y por eso la hemos citado. ¿De qué conoce usted a Roberto Iglesias?
Ángela rememoró el pasado universitario común, el mensaje de Iglesias en Facebook, la cita fallida y el contrato editorial. La subinspectora Gallardo tecleaba a toda velocidad. El despacho donde se apiñaban quería ser funcional, pero mostraba síntomas de uso intensivo y prolongado. Los últimos ocupantes no se habían molestado en llevarse los vasos de plástico y los nuevos se habían limitado a arrinconarlos. La mesa estaba salpicada de manchas de café.
—Dice usted que el desaparecido afirma en Los prestamistas que la mafia rusa lo amenaza. Hábleme del libro.
Ángela, que se sabía el texto de memoria, expuso punto por punto el ascenso y caída de Iglesias, sus tratos primero con Julio González el prestamista, después con Dimitri Yanayev. Habló de Raimon Salvat, el socio desaparecido, y de Irina, la amante rusa. El inspector tomaba nota en la contracubierta del dosier y Mónica Gallardo continuaba tecleando.
—Si lo que Iglesias afirma es cierto, la operación tiene envergadura. Para calibrarlo, necesitaremos el manuscrito.
Ella sacó un sobre del bolso y se lo tendió. La subinspectora se le adelantó y lo cogió con fuerza:
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