Editorial Roca, 2006. 380 páginas.
Tit. Or. Anansi boys. Trad. Mónica Faerna.
Tenía ganas de leer algo de Gaiman en solitario, como buen admirador de Sandman que soy. Ya comenté en su momento la novela Buenos presagios, escrita al alimón con Pratchett, una novela muy divertida.
Es normal que los padres avergüencen a sus hijos, pero el caso de Gordo Charlie es exagerado. Su padre es excepcionalmente llamativo y eso ha hecho que se aparte de él y viva en Londres sin saber de su vida. Pero cuando muere espectacularmente en un karaoke no le queda otro remedio que ir al funeral. Allí descubrirá que tiene un hermano del que no sabía nada y que su padre era un Dios: Anansi, el dios araña.
Gaiman es tan buen narrador en sus libros como en sus cómics. La historia es original y te atrapa desde el primer momento. El contrapunto entre el hermano serio y normal y el hermano mágico y enredador funciona a la perfección y aunque no está repleto de secundarios oníricos como Neverwhere, los que están fascinan igualmente. Anansi es el propietario de los cuentos, y parece ser amigo del autor que nos presenta un extraordinario cuento para adultos. Cuando lo acabé de leer me lancé de cabeza a leer otra obra del autor ¿Hace falta decir que lo recomiendo?
Escuchando: Juliette. Platero y tú.
Extracto:[-]
Gordo Charlie no tenía muy claro lo que estaba pasando pero, fuera lo que fuese, la culpa de todo la tenía su padre. Llevó a su madre con su tremenda maleta al aeropuerto de Heathrow, y le dijo adiós con la mano en la puerta de salidas internacionales. Su madre sonreía de oreja a oreja, llevaba su pasaporte y sus billetes bien agarrados, y parecía más joven de lo que él la había visto en muchos años.
Le envió postales desde París, Roma, Atenas, Lagos y Ciudad del Cabo. En la postal que le mandó desde Nanking le decía que no le gustaba en absoluto la comida china que hacían en China, y que estaba deseando volver a Londres para comer comida china de verdad.
Murió mientras dormía, en un hotel de Williamstown, en la caribeña isla de Saint Andrews.
En el funeral, que se celebró en el Crematorio del Sur, en Londres, Gordo Charlie estuvo todo el tiempo esperando ver aparecer a su padre: a lo mejor el viejo hacía una espectacular entrada encabezando una banda de jazz, o aparecía desfilando por el pasillo con un grupo de payasos o con media docena de chimpancés montados en triciclo y fumando puros; incluso se pasó todo el servicio mirando hacia la puerta de la capilla por encima de su hombro. Pero el padre de Gordo Charlie no apareció por allí, sólo acudieron los amigos de su madre y algunos parientes lejanos, la mayor parte de los cuales eran mujeres corpulentas que lucían sombreros negros, se sonaban las narices, se secaban las lágrimas y sacudían la cabeza con aire abatido.
Fue mientras cantaban el himno de despedida, después de que apretaran el botón y la madre de Gordo Charlie avanzara sobre la ruidosa cinta transportadora que la conduciría hacia la Eternidad, cuando Gordo Charlie se fijó en un hombre más o menos de su misma edad que estaba de pie al fondo de la capilla. No era su padre, evidentemente. Era alguien a quien no conocía, alguien que le habría pasado completamente desapercibido —allí atrás, entre las sombras—, de no haber estado mirando a ver si aparecía su padre… y ahí estaba aquel extraño; con su elegante traje negro, la mirada baja y las manos cruzadas.
Gordo Charlie se quedó mirándole un rato, y el extraño le miró y le dedicó una afligida sonrisa, como queriendo dar a entender que ambos compartían la misma pena. No era la clase de expresión que uno espera encontrar en el rostro de un extraño y, aun así, Gordo Charlie no conseguía ubicar a aquel hombre. Volvió la vista al frente de nuevo. Cantaron Swing Low, Sweet Chariot —Gordo Charlie sabía de sobra que a su madre no le gustaba nada aquella canción—, y el reverendo Wright invitó a todos los presentes a que se acercaran a casa de Alanna, la tía abuela de Gordo Charlie, a tomar un refrigerio.
No había nadie a quien no conociera en casa de su tía abuela Alanna. En los años posteriores a la muerte de su madre, se había preguntado varias veces por aquel extraño: quién era, por qué habría asistido al funeral. En ocasiones, Gordo Charlie pensaba, incluso, que había sido producto de su imaginación, sin más…
—Entonces —dijo Rosie, apurando su chardonnay—, llamarás a esa tal señora Higgler y le darás el número de mi móvil. Dile lo de la boda, la fecha… y ahora que lo pienso: ¿crees que deberíamos invitarla a ella también?
—Podemos invitarla si queremos —respondió Gordo Charlie—, pero no creo que venga. Es sólo una antigua amiga de la familia. Conoció a mi padre en los tiempos heroicos.
—Bueno, tantéala. Mira a ver si deberíamos enviarle una invitación.
Rosie era una buena persona. Había en ella algo del espíritu de san Francisco de Asís, de Robin Hood, de Buda y de Glinda, la Bruja Buena del Norte; el saber que estaba a punto de reconciliar a su verdadero amor con su repudiado padre le daba a su próxima boda una nueva dimensión, decidió. Ya no era una boda común y corriente: era más bien una misión humanitaria, y Gordo Charlie conocía a Rosie lo suficiente como para saber que jamás debía interponerse entre su prometida y la imperiosa necesidad que ésta sentía de Hacer el Bien.
6 comentarios
Pues si has venido con las pilas cargadas de Logroño.
Otra vez me he vuelto a perder tu interpretación erotico festiva 🙁 Pero el jueves intentaré ir al Pati llimona. Te veo allí.
Si te pasas, allí nos vemos 🙂
Gaiman y Moore son dos autores que difícilmente escriben una obra insulsa. Están en otro nivel donde lo peorcito de su trabajo ya asegura un mínimo nivel de calidad, por eso son dos genios. Aún no me había lanzado a los hijos de Anansi pero leyendo tu opinión creo que caerá tarde o temprano.
Para mí su mejor libro después de Neverwhere.
Pues yo te recomiendo Stardust. La película no la he visto (todavía), pero el libro me encantó 🙂
La película la vi este fin de semana y me gustó mucho, así que el libro debe estar genial…