Nastassja Martin. Creer en las fieras.

noviembre 12, 2024

Nastassja Martin, Creer en las fieras
Errata naturae, 2021. 140 páginas.
Tit. or. Croire aux fauves. Trad. Teresa Lanera Ladrón de Guevara.

La autora es una antropóloga que estudia las poblaciones del Gran Norte. En una de las expediciones sufre el ataque de un oso, que muerde su cara, pero logra sobrevivir. Ahí comienza un periplo por diferentes hospitales luchando contra la infección pero también un proceso de curación mental que le alivie del trauma que es, aunque parezca increíble, sanador.

Que los libros son virus se ve en como he llegado aquí. Lucía, de la librería Lata Peinada (la mejor en literatura latinoamericana) escuchó hablar de este libro y se lo encontró por casualidad poco después. Lo interpretó como una señal, lo leyó, y le encantó. Yo, escuchando esta historia, decidí también darle una oportunidad. También me ha encantado.

Son muchas las historias que se trenzan aquí. El estudio antropológico. Los diferentes cuadernos de la narradora, que sirven como ilustración de su personalidad dividida. El ataque del oso, con lo que implica sobrevivir a un suceso tan brutal. La odisea de hospital en hospital luchando contra infecciones y sobreviviendo de milagro. El carácter casi místico de la presencia del oso en los pensamientos de la autora.

Todo en su justo equilibrio, todo sumamente interesante, a caballo entre el ensayo, la autobiografía y el pensamiento mágico que sobrevuela pero no lleva las riendas. Todo un hallazgo.

Muy bueno.


Nastia. ¿Me oyes? Te oigo. No te lo tomes a mal. Y sobre todo, no te lo tomes como algo personal. Valierka es como mucha otra gente, tiene miedo. ¿Por qué?, pregunto. Porque las personas marcadas por el oso, como tú, son las únicas que se han puesto en contacto directo con él. ¿Y? Y esa proximidad viene de antes y hace que eso haya pasado, que haya sido posible. Estoy al tanto, digo. ¿Y qué? ¿En qué le afecta eso a él? Te lo estoy explicando, tiene miedo. Aquí se piensa que a los miedka hay que evitarlos y, sobre todo, que no hay que tocar sus cosas. ¿Por qué? Su vacilación me irrita profundamente, por favor, háblame, no me ocultes nada. Porque esas personas ya no son del todo ellas mismas, ¿entiendes? Porque llevan en ellas la parte del oso. Daria suspira. Pero algunos llegan todavía más lejos. Dicen que esas personas se pasan el resto de su vida «perseguidas» por el oso. ¿Perseguidas en sueños o perseguidas de verdad?, pregunto. Las dos cosas, dice Daria bajando los ojos. Es un poco como si estuvieran hechizadas, ¿entiendes? Entiendo. Una lágrima me cae por la mejilla. Daría saca la esquina de un pañuelo y me la seca. ¿Entonces tú también piensas que estoy hechizada? Si de verdad soy miedka y ser miedka significa ser todo eso, ¿por qué no me evitas tú también? Yo no me creo nada, responde Daría. Todo eso no son más que patrañas. Aquí vivimos con todas las almas, las errantes, las viajeras, las vivas y las muertas, las miedka y las otras. Todas.
La conversación termina como siempre, con frustración. Casi parece que lo más importante es no llegar al final de la idea. Suspender el pensamiento para interrumpir las palabras; callarse para sobrevivir.
Daria, ¿por qué no sigues hablando? Más lejos, más fuerte, con más precisión. Porque cuando hablo, sucede.
Esta mañana he vuelto a sentarme en la orilla, por encima del río que discurre bajo el hielo. Tengo ganas de regresar a casa, en la otra punta del mundo. De ver a mi madre. Llega Ivan; su especialidad es ésa, bloquear la melancolía. Siempre dice: aquí se vive, no hay tiempo para lamentarse. ¿Todavía piensas en lo que dijo ayer Valierka? Sí, un poco. Déjalo. Lo importante es lo que tú sabes. La gente sólo hace eso: pensar en lo que piensan los demás. Y no sirve para nada. Se ríe. Yo tampoco le caigo bien. Nadie le cae bien. ¿Lo sabes? Sí, lo sé. Pero eso no cambia nada, digo. Me voy dentro de poco.
Ivan suspira. Ni rastro de la menor sonrisa en su cara. ¿Vas a irte como te fuiste la última vez? Deberías escuchar a mamá. Sería mejor que te quedaras con nosotros. Aquí estás segura. Hum, respondo. Y fuera están los osos, ¿es eso? Déjalo, me interrumpe. ¿Te acuerdas del hospital de Petropávlovsk, cuando te pregunté por qué te habías ido en verano? No me respondiste. Dijiste: no lo vas a entender. O algo así. ¿Quieres saber lo que pienso? Como quieras, suspiro. Pienso que ni tú misma sabes qué te empuja a irte lejos siempre. A lo mejor es algo que asumo sin más.

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