Me regaló mi hija este poemario que compró en un puesto de segunda mano y me gusta más el detalle de lo que me han gustado estos poemas que no están mal pero bueno, tampoco hubiera pasado nada si no los hubiera leído. Releo un poco aquí y allá ahora para refrescar mi memoria y los versos siguen sin decirme demasiado.
Se deja leer.
Volvemos de la ciudad más blanca, la carretera atravesando colinas y laderas sembradas de molinos que miran al viento, hacia una costa tan cercana que parece poder acariciarse tras las ventanillas. Viajamos escuchando una música que anima a escribir un poema, las luces de la radio acompañándonos como una primera constelación. Sólo unos kilómetros atrás un magrebí rezaba junto a una gasolinera, arrodillado ante el lento declinar de la tarde. Pensé entonces que podríamos morir aquí, abandonar la carretera en una explosión de sangre y luz como no recordábamos desde el primer día, el coche súbitamente detenido ante la mirada atónita del paisaje. Morir aquí, como el veloz paso de una estrella fugaz sobre el lento girar de las aspas y el azulado comienzo de la noche.
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