N. Pino Luna. Mientras dormías cantabas.

noviembre 4, 2025

N Pino Luna, Mientras dormías cantabas
Penguin Random House, 2025. 180 páginas.

La muerte de Leonor impregna la trama de esta novela, donde se mezclan dos primos que la recuerdan en una noche de año nuevo, una profesora que llegó a conocerla, una madre que abandonó a sus hijos, una familia que no logró entenderla e incluso la brutalidad policial.

Muy bien escrito, se me hizo cuesta arriba lo repetitivo de las situaciones, ese ir dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez, pero la carga emocional de lo que se cuenta, con ese final tan crudo, lograron convencerme.

Bueno.

Una puerta cerrada fue solo un eslabón en la cadena de errores que cometió aquel día al ejecutar su huida. Mónica irse sin despedidas, como se supone que deben irse los padres, solo saliendo por la puerta sin dar explicaciones. Que su salida fuera a las once de la noche fue un error, otro más. Ella quería irse a las once de la mañana, pero una hora antes, mientras preparaba sus pequeñas maletas, recibió un llamado del colegio.

Era Gabriel, al parecer tenía fiebre, mucho dolor de estómago y principios de sinusitis. Estaba en la enfermería del colegio. Cuando Mónica llegó, él sonrió; su plan había resultado a la perfección. A las doce del día tenía clase de Artes y durante el fin de semana había sido incapaz de terminar uno de esos trabajos complejos que diseñaba su profesora. Trabajos que, años más tarde, se transformarían en pesadillas, como la de repetir el año por no entregar una escultura en papel maché.

Gabriel no tiene fiebre -dijo Mónica.

La inspectora del colegio la miró como disculpándose.

Gabriel no tiene fiebre -repitió ella.

En este colegio no hay enfermera, nosotras solo comunicamos a las mamitas lo que los niños nos dicen que sienten. Mónica imaginó una discusión en menos de dos segundos, un escenario en el que ella ganaba todas las batallas y concluía con una amenaza que involucraba a alguna autoridad municipal que desconocía. Pero decidió que era mejor tomar fuerte el pequeño brazo de su hijo y largarse de ese colegio sin enfermera. Gabriel, sonriente, buscaba su mirada, mientras Mónica caminaba a una velocidad inalcanzable para un niño de poco menos de un metro y medio de estatura. Cuando ella por fin le dio la cara y lo vio tomado de su brazo, no le quedó más que devolverle la sonrisa. Después de la sonrisa de él, venía la sonrisa de ella y así se habían ido los primeros once años de su vida.

¡Tú, niñito, no tienes fiebre, ni dolor de estómago, ni sinusitis!

Pero, mamá, se siente como si fuera a pasar. Yo siento como que en cualquier minuto viene la fiebre y todo junto, y no podía estar así en el colegio.

Cuando Mónica escuchó el teléfono, supuso que se trataba de una llamada de ese estilo. Dentro de su plan estaba prohibido contestar llamadas, pero lo hizo. Ya no podría irse según lo previsto, porque a las dos tenía que despertar a su hijo, que se había quedado dormido, y decirle que el almuerzo estaba listo.

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