Tusquets, 2014. 140 páginas.
Tit. or. La fête de l’insignifiance. Trad. Beatriz de Moura.
Pequeñas historias sobre un grupo de amigos y conocidos que van hablando de sus cosas, asisten a fiestas y disertan sobre lo divino y lo humano pero siempre sin palabras serias, de una manera muy doméstica.
Es un libro que me ha resultado simpático, de una prosa precisa y ligera, con algunas ideas buenas (lo de ser perdonazo, por ejemplo, o el fragmento que dejo al final). No es un libro de los que te dejan huella, como compartir una cerveza con amigos, un rato agradable sin ninguna trascendencia. Más o menos lo que promete el título.
Recomendable.
Los cuerpos de los hombres permanecían sin continuidad, del todo inútiles, mientras que del sexo de cada mujer salía otro cordón que en su extremo llevaba a otra mujer o a otro hombre, y todo ello, repetido millones y millones de veces, se convirtió en un inmenso árbol, un árbol formado por una infinidad de cuerpos, un árbol cuyas ramas alcanzan el cielo. E imagina que ese árbol gigantesco está arraigado en la vulva de una única mujer, de la primera mujer, de la pobre Eva sin ombligo.
»Cuando yo me quedé embarazada, me sentía como parte de ese árbol, colgada de uno de esos cordones, y a ti, que todavía eras no nato, te imaginaba planeando en el vacío, atado a un cordón salido de mi cuerpo, y a partir de ese momento soñé con un asesino que, allá abajo, degüella a la mujer sin ombligo, imaginé su cuerpo que agoniza, muere, se descompone, de tal manera que ese inmenso árbol que creció en ella, convertido de pronto en un árbol sin raíces, sin fundamento, empieza a caer, vi la infinidad de ramas descender como un inmensa lluvia gigantesca y, entiéndeme bien, no he soñado con el fin de la historia de la humanidad, el fin de la abolición del
porvenir, no, no, lo que deseé es la total desaparición de los hombres con su futuro y su pasado, con su comienzo y su final, con toda la duración de su existencia, con toda su memoria, con Nerón y Napoleón, con Buda y Jesús, deseé la total aniquilación del árbol arraigado en el pequeño vientre sin ombligo de una primera mujer idiota que no sabía lo que hacía y cuántos horrores iba a costamos su coito miserable, que sin duda tampoco le aportó el más mínimo placer…».
La voz de la madre calló, Ramón detuvo un taxi, y Alain, apoyado en la pared, volvió a adormecerse.
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