Espasa Calpe, 2006. 420 páginas.
Extensa recopilación de los cuentos breves y humorísticos que Mihura publicó en diferentes revistas y que fue una de sus primeras maneras de ganarse la vida. Un humor surrealista, generalmente blanco, que aunque muchas veces se hace repetitivo por la repetición de fórmulas que acaban gastándose, con frecuencia da en el blanco y a la risa se añaden elementos de reflexión que van más allá del texto.
He visto aquí precursores de otros cuentos, como en el caso del que roba a los ricos para dárselo a los pobres que se vuelven ricos y vuelta a empezar, que retomará Quim Monzó de manera muy parecida. Las guerras como campo de juegos totalmente desdramatizado, que aprovechará Manuel Gila en sus monólogos pero también Arrabal en sus obras de teatro.
Mihura era un hombre bastante conservador y no sólo por el bando que escogió en la guerra civil, sino por la mentalidad que se respira en muchos de sus cuentos. SIn embargo al menos en dos ocasiones plantea parejas del mismo sexo que conviven bastante bien lo cual, sin el recurso del humor absurdo, hubiera sido impensable en la época.
Lo he leído poco a poco para no cansarme de tanto esquema y he disfrutado con muchos de estos cuentos que son pequeñas joyas del humor y la literatura. Con esto cierro mis lecturas completas del autor ya que era lo último que me quedaba por leer,
En ocasiones, muy bueno.
ESTAMPAS AMARGAS
EL EMIGRANTE
ESTAMPA PRIMERA
El PADRE, LA MADRE Y LA HERMANITA
La estampa representa una alegre carretera por la que va andando el pobre niño MIGRANTE, con un lío de ropa colgado de un palo
El emigrante.—Yo soy ese niño emigrante que va andando por la carretera con un lío de ropa colgado de un palo y que me voy de la aldea porque, cuando nací, me encontré con que en mi casa se habían metido un hombre, una mujer y una señorita triste, que yo no sabía quiénes eran. Todo el día estaban dentro de mi casa y me los encontraba por todas partes y me daban besos y me decían a gritos, muchas tonterías. Estas tres personas, el hombre, la mujer y la señorita triste, que se habían metido dentro de mi casa, andaban por ella como si fuesen los amos de ella y todo lo mangoneaban. Entraban en mi habitación cuando yo estaba durmiendo y me despertaban. Y cuando yo lloraba de rabia por esta intromisión descortés, ellos me cogían y me movían en el aire de un lado para otro. El señor hablaba siempre con un aire de suficiencia tremendamente vanidoso y me daba consejos estúpidos. Un día me dijo muy serio que no corriese mucho porque me po-
lina caer. Y otro me dijo que si no me ponía la gorra me constipa-i la Y así, muchas cosas por el estilo. Este señor era francamente Insoportable. Presumía de una manera absurda, sólo porque junto n mi casa había puesto un campo muy grande y todo el día estaba lugnndo en él. Se entretenía en hacer hoyos con un pico y en polín hierbas, y en quitarlas, y luego en volverlas a poner. Y en mo-I.ii lo todo con agua, como si estuviese loco. Y luego volvía a casa sudando, y limpiándose la frente, decía: «Lo que hay que trabajar pura ganar el pan de los hijos», pues se conoce que también te-iila hijos. En cuanto a la mujer, que era muy gorda, y la señorita inste, que era muy delgada, estaban todo el día dentro de la coima queriéndola quemar. Todo el carbón y toda la leña que había en casa, lo ponían en un rincón y le prendían fuego, inten-inndo que ardiese la cocina para que echase luego mucho humo. Y, cuando por casualidad se les apagaba el fuego que habían hecho, se enfadaban mucho y se echaban la culpa una a la otra.
I os ratos en que no quemaban la cocina me daban besos y me decían que bailase la jota. Al año aproximadamente se unió a dios un niño recién nacido que lloraba mucho. Entonces esto ya me pareció insoportable. Y, muy serio, les dije a aquellos señores lo siguiente: «Señores míos, creo que están ustedes abusando de mi paciencia. Desde que he nacido no hago más que encontrarles a ustedes por todas partes y a todas horas. En las habitaciones, en los pasillos, en el comedor, a la hora de comer y a la de almorzar. No hacen ustedes más que decirme tonterías y tocarme mucho la cara y las manos. Ahora han traído ustedes un niño para fastidiarme más aún. Y, en vista de que ustedes no tienen trazas de marcharse, soy yo el que me voy. Me voy a América. Allí pondré una pescadería, ganaré mucho dinero y regresaré a la aldea con un abrigo muy raro y fundaré un asilo para niños raquíticos». Esto les dije. Y me fui. Por eso yo soy ese pobre niño emigrante que va por la carretera camino de América con un lío de ropa colgado de un palo.
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