Los libros de la frontera, 1974, 1983, 1987. 718 páginas.
Me recomendaron mucho a Miguel Espinosa. No tardé en encontrar de saldo dos libros suyos que me han acompañado durante casi veinte años sin leer en innumerables traslados. ¿Por qué? Por la maldita ecuación autor bueno de calidad=tostón que inconscientemente se instaló en mi cabeza. Una maldición de la que me he librado por partida doble gracias al esclavo lector.
Es muy difícil resumir y reseñar este libro. Mejor que yo pueden leerlo en La tormenta en un vaso, pero aportaré mi granito de arena. Veamos como empieza:
Hace milenios de milenios existía un famoso Estado, llamado Feliz Gobernación, aunque, en verdad, la dicha sólo pertenecía allí a unos pocos, como descubrirá quien prosiga leyendo. Seis castas formaban el suceso: unos mandarines; unos legos, auxiliares de aquéllos; unos becarios, aspirantes al mandarinazgo; unos alcaldes, lacayos rurales del Poder; unos hombres de estaca, también apodados soldados, y un Pueblo. Por encima de las castas reinaban un Gran Padre Mandarín y un Conciliador, generalmente Dictador.
En ese tiempo un Gran Padre sintió bascadas de hartazón, por lo que se fue a las montañas. Allí se encuentra con un anciano que afirma tener dos millones de años -muchos más que los setenta y cinco mil del Gran Padre- y empieza a contarle su historia, desde que unos demiurgos le otorgaron una misión y abandonó su pueblo. Detenido por unos soldados y conducido a la gran ciudad se tropezará con una gran cantidad de personajes y de historias, muchos de ellos descritos en las abundantes notas al pie de página:
18. Abilio:
Teólogo-soldado que reprimió la Rebelión de los Becarios. Véase Capítulo 20.
19. Sosibio:
Famoso Enmucetado de Doctrina Política, Censor de libros de una Provincia, personaje en la Mitología de los Tontos. Juntamente con Formulabio, su colega, despreció el talento de Beocio, autor de la «Vía Liberada o Sinopsis Para Enjuiciar y Sistematizar Libremente», origen del Movimiento Libresistemático, y permitió su edición, año 1.453.983, bajo la Dictadura de Didipo. Fue padre de dos aforismos: «Contra el antitópico, el tópico…» «Tú y yo somos importantes; los demás, no.» Véase Capítulo 24.
20. Dedoro el Teólogo:
Incensador del Procónsul Vicelio, oscuro Déspota. Escribió: «Calculación de Enemigos», «Descripción de Tormentos» y «Alabanza del Temor». En cierto cónclave permitióse imputar heterodoxia al propio Dictador, por lo cual exclamó Vicelio: «Rabia el perro que a su amo ladra». Y mandó decapitarlo ante el júbilo de los mandarines, que comenzaban a temerle. He aquí algunos de sus aforismos: «El hombre nace desnudo y sospechoso…» «Primero, el terror; luego, el terror; después, el terror; y finalmente, el terror.»
21. Ollezo:
Al parecer, otro nombre de Ollero, como sabemos, personaje desconocido. Véase nota 2 de este Capítulo.
También se describe con detalle como es la vida en la feliz gobernación:
—Distingamos —replicó seriamente—: analizado y visto desde la interioridad de la clase gobernante, el Hecho es una verdadera jaula de tontos-locos, tontos-malvados, tontos-frivolos, tontos-trascendentes, tontos-yernos, tontos-cuñados, tontos-me-acerco y otros inexcusables a la pudrición. Pero contemplado desde el Pueblo, o masa obediente, es un ergástulo circundado de cuarteles. ¿Estás conforme?
—Me convenciste, Cebrino. ¿Qué pretendiste significar al hablar de tontos-yernos, tontos-cuñados y tontos-me-acerco?
—En primer lugar —repuso—, me refería a ciertos morbos que trepan hasta las narices del Poder por el hecho de matrimoniar con hijas, hermanitas o sobrini-llas de los consagrados, usando la hermosa Vía de la Flor o Túnel de la Vulva, ya casi institucionalizada; entre ellos fue celebérrimo aquel Sosibio, autor del famoso aforismo: «Contra el antitópico, el tópico». Los tontos-me-acerco son la miseria y su cobarde afán de desquite, anidados en ciertos sujetos que se arriman a la casta dominante y esperan del tiempo y la benevolencia de los señores, como el glorioso Formulabio. Cuando tales alhorres se encaraman…
—Cebrino amigo, perdona la interrupción —atajé—, pero debo confesarme perito en percibir estas sustancias sin precisión de verlas, inducirlas ni recibir explicaciones, como predestinado que soy para barruntar la Feliz Gobernación y sus alivios; por tanto, no te molestes en mostrármelas. Prosigue con el Tapicero.
Sin olvidar a la que es el amor de su vida, la divina Azenaia Parmenós:
Mis ojos iban entornándose cuando oí muy cerca:
Cebrino de amor por Lucerna muere.
De amor por Lucerna muere Cebrino.
Cebrino por Lucerna de amor muere.
De amor Cebrino muere por Lucerna.
Por Lucerna, Cebrino muere de amor.
Volví el rostro y vi un hombre que sobre la vecina mesa escribía.
—¿Cómo se te ocurrió poetizar a Lucerna? Es lacia, hecha de alfeñique y cuajada de impedimentos —murmuré sin más indagación ni preámbulos.
El escritor me observó. Sin dejar la pluma, replico tranquilo:
—Deslenguado calificador, soy persona que gana su vida componiendo versos de encargo. Cierto Cebrino me pidió entonar amores, y, porque me pagó, cumplo su gusto. Aunque esa Lucerna expeliera pringue, mirara tuerto y mostrara úlceras, la celebraría como bellísima. Ahora me debato en busca del más elegante hipérbaton para los primeros elogios, pero no lo encuentro.
—Ni lo hallarás mientras mantengas el tema, pues la condición del Arte es poseer objeto. ¿Por qué no cambias de adorada? Canta a Azenaia Parzenós y sentirás fluir la inspiración. ¿La conoces? —insinué.
—¡Qué fácil asunto! ¡Mira! —exclamó ante mis asombrados oídos. Y recitó al tiempo que escribía:
La idea,
que no es lo real, habitaba la
eternidad ante de que fuera el hecho.
La idea,
que no es lo particular, constituía el
no-ser antes del suceso.
Mas una brizna de materia surtió,
florecida en ella, y surgieron las
montañas, las florestas, las planicies
y las fuentes de Azenaia.
Su voz, su forma y andar
iniciaron la realidad,
y rescataron a la idea
de la infigurada impropiedad.
Por eso decimos que
los adoradores de Azenaia
aman la materia.
Luego añadió:
—¿Has visto? Brotaron versos gnómicos.
Vistos los extractos no hace falta que indique que el uso del lenguaje es, por decirlo de una manera suave, original. El texto se situa en un lugar imaginario, que tiene trazas de ser reconocible, pero que nunca acaba de serlo del todo. Al igual que los personajes, con nombres estrafalarios pero muchas veces son sinónimos de otros totalmente normales (Martino por José López Martí, por ejemplo). El autor utiliza multitud de sinónimos, muchos de ellos inventados -enmucetados, pecosillas- que provocan un contínuo extrañamiento y un esfuerzo extra de decodificación.
Más de setecientas páginas de esta prosa con abundantes notas que obligan una y otra vez a ir al final del capítulo reconozco que se hacen algo pesadas. Sin embargo, una vez se acaba el libro, cuando ya te has acostumbrado al tono, se te hace corto; seguirías leyendo más.
Ignoro si es, como dice la contraportada, un acontecimiento literario. La experiencia me ha agradado, y recomendaría su lectura, pero no es plato para todos los gustos. Su originalidad puede poner a prueba su paciencia y la recompensa puede parecerles insuficiente. Sólo si los extractos anteriores despiertan su curiosidad.
Escuchando: Muñeca. Academia Parabuten.
Pueden encontrar capítulos enteros aquí: Escuela de mandarines
5 comentarios
Miguel Espinosa nace en Caravaca de la Cruz allá por los años veinte: atención, Caravaca de la Cruz -Murcia-, años veinte.
Su riqueza expresiva, su originalidad temática, su novedosa manera de crear lengua han quedado totalmente silenciadas por tratarse de un escritor de provincias que, además, no se arrimaba a la sombra de nadie. Crítico salvaje contra la burguesía, Espinosa era una figura, nunca mejor dicho, «espinosa», mucho más en un pueblecito antiguo al noroeste de la Región de Murcia en el que las familias de abolengo campaban a sus anchas como señores feudales del medievo.
A Miguel Espinosa conviene conocerlo para reconocernos, es una buena manera de saber cómo fuimos y, en ocasiones, cómo seguimos siendo.
Un saludo, Palimp.
Sin duda uno de los mejores y más olvidados.
Olvidado y apartado, que duda cabe. Su originalidad está a la vista, pero no es plato para el gusto de cualquiera.
no puedo deprenderme. al leerlo de la penosa impresión de que la alegoría devora la fábula
Puede ser; en cualquier caso yo no era capaz de establecer con exactitud de qué era una alegoría y lo he disfrutado igual.