Espasa Calpe, 2002. 460 páginas.
Tit. Or. Acid tongues and tranquil dreamers. Trad. Hugo Romero.
Cuando me paso por la biblioteca de la Sagrada Familia siempre aprovecho para llevarme algunos libros de divulgación científica, de los que no están mal surtidos. Éste me llamó la atención, basado en la premisa de que el enfrentamiento puede ser un buen motor del progreso científico.
Analiza los casos de Newton contra Leibniz por la prioridad del cálculo infinitesimal, el de Lavoisier y Priestley en los orígenes de la química moderna, la defensa de la teoría de la evolución por parte de Darwin y la oposición de Owen (el que acuñó la palabra dinosaurio), la lucha entre Edison y Tesla por el método adecuado de instalación eléctrica (alterna o contínua), la carrera por la bomba atómica (que no fue tal, porque alemania iba muy retrasada), el desciframiento del ADN, en el que triunfaron Watson y Crick frente al imponente Pauling, la carrera espacial entre rusos y americanos y, por último, el enfrentamiento entre Bill Gates y Larry Ellison, de Oracle (hoy sería con Steve Jobs o con Google).
El estilo periodístico del libro me chirriaba un poco al tratar de los grandes clásicos de la ciencia, pero no quedaba mal en los enfrentamientos modernos. No sé si la tesis del autor se cumple y podemos considerar la rivalidad como un acicate de la investigación, pero no cabe duda de que en algunos casos ha sido así.
Contiene una serie de datos interesantes. Por ejemplo, que el sentido de la frase a hombros de gigantes podría tener un sentido diferente:
Aunque Newton y Hooke se odiaban, mantuvieron una fingida caballerosidad en su correspondencia y en sus encuentros en la Royal Society de Londres, pero ambos adornaban sus comentarios hacia el otro con dardos envenenados. El más famoso de estos es aquel que Newton dirigió a Hooke con pretendida inocencia: «Si puedo ver más allá es porque estoy subido a hombros de gigantes». Hooke era un enano deforme.
Siempre había considerado a Tesla un iluminado, pero después de las veces que le robó la compañía de Edison le he cogido un tremendo cariño nacido de la solidaridad. Además, en la batalla de las corrientes Edison no jugó limpio:
Brown escribió un libro financiado por Edison y titulado El peligro comparativo para la vida de la corriente alterna y directa (The Comparative Danger to Life of the Alternating and Continuous Current). Era poco más que una colección de artículos de periódicos, discursos y descripciones de sus demostraciones con animales a la que había añadido informes de una serie de fuentes terriblemente espurias que condenaban el uso doméstico de la AC. A principios de 1889 escribió un panfleto, de nuevo financiado por Edison, que fue enviado a cada alcalde, político, agente de seguros y hombre de negocios prominente de cualquier población norteamericana con una población superior a 5.000 habitantes.
«Me dirijo a usted por un asunto de VIDA O MUERTE, que puede afectarle personalmente en cualquier momento», comenzaba la declaración de Brown. Continuaba menospreciando los métodos de Tesla y Westinghouse, afirmando que estaban únicamente guiados por intereses comerciales, e informaba sin verificación, de las espantosas muertes de inocentes usuarios de AC. Después de llamar a la AC «esa CORRIENTE ASESINA», Brown concluía su diatriba con el ruego a sus lectores de que hicieran todo lo que pudieran para prohibir el uso de cualquier corriente por encima de los 300 voltios en sus pueblos y ciudades, algo que ayudase a prevenir que el sistema de Westinghouse operase porque los transformadores debían estar cerca de las zonas habitadas.
Sin contar con las simpatías espiritistas de Edison:
Edison también era excéntrico en sus inclinaciones espirituales. En 1878, mientras ganaba fama como inventor, se convirtió en un activo miembro del movimiento de la teosofía, una fantástica reunión seudointelectual de místicos y ocultistas que había establecido en Nueva York Madame Helena Blavatsky en 1875. Los miembros del movimiento creían en fuerzas ocultas y entes etéreos que supuestamente guiaban a la humanidad hacia un curso predeterminado, y proponían que la raza humana estaba colocada ante el umbral de un estado divino.
[…]
Hacia el final de su vida, Edison incluso hablaba de una máquina que proclamaba que había diseñado y que permitiría a los vivos oír las voces de los muertos. «He estado trabajando durante algún tiempo en la construcción de un aparato para ver si es posible que las personalidades que han dejado esta tierra se comuniquen con nosotros», dijo a un periodista.
Durante la segunda guerra mundial se produjo un incidente que pocos conocen. Heisenberg estuvo a punto de morir asesinado:
El hombre es Morris Berg, un antiguo campeón de béisbol, ahora agente secreto de la Office of Strategic Service (OSS, un cuerpo de inteligencia norteamericano precursor de la CÍA). Su misión es determinar, a partir de la conferencia de Heisenberg, si los científicos alemanes han descifrado el secreto para construir armas atómicas. Si concluye que los alemanes están cerca de poder crear algo semejante, delante de los científicos reunidos sacará su pistola y disparará a Heisenberg entre los ojos.
No obstante, para Berg la charla se ha convertido en una cascada de palabras sin sentido; lo. escrito en la pizarra se asemeja a jeroglíficos borrosos. Comienza a sentirse nervioso. ¿Qué está diciendo Heisenberg? ¿Qué significan los símbolos? Siente cómo las palmas de sus manos se vuelven pegajosas. ¿Puede realmente matar a ese hombre a sangre fría? Si lo hiciera, sin duda sería capturado y ejecutado, y ¿para qué? Quizá este hombre es inocente. Aunque los conocimientos físicos de Berg son extremadamente limitados, es un magnífico lingüista; aun así, la mayor parte de lo que oye no tiene sentido; podrían ser las palabras de un culpable o las de un inocente.
Berg se calma poco a poco. Lentamente saca la mano del bolsillo. No puede continuar con el asesinato, no tiene ninguna evidencia, ninguna razón real, y no puede acabar con la vida de un hombre inocente sin una prueba definitiva. Al concluir Heisenberg su exposición, Berg se levanta con los demás, intercambia unas pocas palabras con los que están junto a él y se marcha tranquilamente.
Una defensa de los gastos en investigación espacial, que tanta tecnología nos han dado:
Mucha gente sigue diciendo que los programas espaciales soviético y estadounidense representaron y siguen representando un gasto exagerado de dinero y recursos humanos. Esto es un error. Indudablemente, la carrera hacia la Luna influyó de forma directa en la tecnología actual tanto como la gran batalla de Tesla y Edison, la construcción de la bomba atómica o la química radical de Lavoisier.
En la informática el tiempo pasa muy rápido. Cuando se escribió este libro estábamos ante el lanzamiento del Windos 95 ¡Que tiempos!:
Este es un momento emocionante para Bill Gates y Microsoft. La compañía acaba de lanzar Windows 95 y unas semanas más tarde anuncia que la venta media del nuevo producto es de un millón de copias a la semana. A pesar de las numerosas críticas, muchas de las cuales acusan a Gates de amasar la mayor fortuna del mundo revendiendo al público un producto que ya tenían, es fácil intuir que el líder de Microsoft puede estar contento. «He tenido más suerte que la mayoría», admite, e inclinándose hacia delante, añade despacio: «Este es uno de los momentos más excitantes de la historia para hacer lo que yo hago. La gente dice que vivo en el futuro, pero no es verdad; estoy enganchado con lo que está ocurriendo ahora».
Para aprender alguna cosa más.
2 comentarios
Con los palos que le dieron a Tesla si no hubiera tenido ese plus de autoconvicción ahora no te estaría escribiendo 😉
Sí, a ver si encuentro una biografía decente.