Anagrama, 2008. 258 páginas.
Tit. Or. House of meetings. Trad. Jesús Zulaika.
Busco información de este libro en internet porque hace tanto tiempo que lo leí que mis recuerdos son borrosos. Recuerdo perfectamente que lo acabé de leer en el autobús que va de Corbera a Barcelona, así que sin echar mano a mis apuntes tengo que suponer la lectura en agosto de 2010, con mi pequeño recien nacido y a punto de cumplir los 40.
La casa del título hace referencia a unas chozas donde se permitían las visitas conyugales en el Gulag. Dos hermanos, uno poeta y pacifista y otro más duro y supervivientes son rivales por el amor, aunque uno proteja al otro. Esta es una de las grandes virtudes del libro; sus personajes nada maniqueos en un ambiente que lo propicia.
Me sorprendió este cambio de registro de Amis, que deja sus temas habituales para irse al frío siberiano. La novela me gustó, no tanto como otras del mismo autor (o como gustó aquí: La casa de los encuentros), pero si lo bastante como para recomendarla. Amis escribe muy bien. Por una vez no puedo estar de acuerdo con el lamento de Portnoy, aunque entiendo lo que dice.
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (182/365)
Extracto:
Estoy a punto de describir a una jovencita extraordinariamente atractiva, y la experiencia me dice que no va a gustarte, porque eso es lo que tú eres también. Estoy seguro de que piensas que has evolucionado y te has librado de ello -de la envidia-. Pero la evolución no es cosa de una tarde. Y la experiencia me dice también que una mujer atractiva no quiere ni oír hablar de otra mujer atractiva. Y aún te va a resultar más problemático, quizá, por el hecho de que va a despertar en ti un ánimo protector hacia tu ma-
dre, lo cual es natural. Así que te invito a ponerte en la piel de cualquier fémina contemporánea de Zoya. Tenía diecinueve años, y, ya desde el principio, su reputación era francamente terrible. Seguro que eso te anima. Y, aun así, las otras chicas la veían como un ser excepcional. Instintivamente la disculpaban, pues veían en ella una figura de vanguardia —l’esprit fort—. Vivía más que ellas, pero también sufría más que ellas; y les mostraba posibilidades.
Solía decirse que Moscú era el pueblo más grande de Rusia. En los arrabales, en invierno, había pequeños senderos en la nieve que comunicaban cada casa con las paradas de tranvía y las tiendas de comida (Leche, decían los letreros), y la gente andaba de un lado para otro arrastrando los pies como rústicos, con sus abrigos cortos de piel de borrego, y parecía que en cualquier momento ibas a ver un mamut o un iceberg. Pero es un recuerdo de la niñez (hoy día no hay leche). El panorama cambió: una maraña primitiva en la que se habían incrustado varios altos hornos y fundiciones y fábricas de gas y curtidurías en medio de las casitas y los empedrados. Teníamos un pueblo dentro del pueblo (el distrito del sureste conocido como El Codo), y cuando Zoya entró en él, en enero de 1946, cayó como un rapapolvo contra las condiciones imperantes, la falta de comida y combustible, la falta de libros, ropa, cristal, bombillas, velas, cerillas, papel, goma, pasta de dientes, cuerda, sal, jabón. No, más: era como un acto de desobediencia civil. Zoya era temerariamente llamativa, y judía -un blanco natural para la denuncia y la detención-. Porque así era como se resolvían en mi país desde hacía siglos los resentimientos y las envidias. Así era como podía resolverse de forma maravillosamente simple, por ejemplo, un «triángulo amoroso».
3 comentarios
Buenísimo, me encantó. Te dejo un comentario en Lo mejor de la quincena. Saludos.
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Qué ganas de leerlo me han entrado!!! Corro a comprarlo, gracias por compartirlo!
Carla