Editorial Anagrama, 2004. 322 páginas.
Tit. Or. Koba the dread. Laughter and the twenty million. Trad. Antonio-Prometeo Moya.
Hay ocasiones en las que es difícil criticar algo, por aquello de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Si a uno no le parece bien lo que está haciendo Israel con Palestina, enseguida le juntarán con grupos neonazis y le llamarán antisemita. Si le parece increíble que despidan a una escritora como Cristina Peri Rossi por temas lingüísticos pueden pensar que ideológicamente estás cerca de gente como ésta.
Quiero creer que esas son las razones por las que durante tanto tiempo la práctica totalidad de los intelectuales occidentales hicieron la vista gorda con los desmanes que se produjeron en la Unión Soviética. No les gustaría que les llamaran fascistas o imperialistas. Martin Amis no entiende por qué si los campos de concentración nazis nos estremecen apenas sabemos nada de las cosas terribles que pasaban en los gulags.
Este es el eje central del libro. Denunciar con una cantidad de datos escalofriante los desmanes que Stalin -Koba el temible, Iosif el terrible- cometió cuando estaba en el poder. Casi veinte millones de muertos, algunos en condiciones espantosas. La lista de horrores es interminable, pero lo peor es que todos sucedieron bajo el visto bueno del resto del mundo. Y no será que no estaban avisados. Ahí estaban Rebelión en la granja y 1984, escritos por alguien cuya afiliación izquierdista estaba fuera de toda duda, pero que denunció lo que pasaba -pueden escuchar el documental de RNE que colgamos aquí: George Orwell y 1984.
Un libro que fue tan polémico como sus recientes declaraciones pero con mucha más razón. No es una continuación de sus memorias, como se dice en la contraportada, pero no por eso deja de ser interesante. ¿Hemos aprendido? La tolerancia de la izquierda de este país con la dictadura de Fidel Castro demuestra que no. Señores, no repitamos la historia. Puede criticarse a Fidel sin estar a sueldo de las mafias de Miami. O eso me gustaría creer.
P.D. Acaba de salir una biografía –LLamadme Stalin– que parece dar una imagen completamente diferente de Stalin. Eso y más pueden leer en la excelente columna de Manuel Rodríguez ¿Hubo alguna vez once mil comunistas?.
Escuchando: Do the Dog. The Specials.
Extracto:[-]
GEORGIA
Las biografías de los grandes monstruos históricos son siempre tragicómicas cuando hablan de su infancia. En vez de decir, por ejemplo, que «a X lo educaron los cocodrilos en una fosa séptica de Kuala Lumpur», nos hablan de padres, hermanos, casas y patrias. Podría decirse que la atmósfera familiar que reinaba en la casa de los Dyugashvili, en Gori, Georgia, dejaba mucho que desear. Los padres de lósif se peleaban a bofetadas y lósif las recibía de ambos. Pero no hay nada en sus primeros años que prefigure la desmesura de Stalin. Lo mismo le ocurrió a Hitler. También éste nació en la periferia del país que gobernaría (en la Alta Austria) y de padres campesinos (aunque la situación del padre, que pasó a ser funcionario imperial, mejoró hasta el punto de que la posición social de Hitler se parecía a la de Lenin); tanto Adolf como lósif cantaron de niños en el coro de la iglesia; y los dos acabarían midiendo 1,62 m. El padre de Hitler se fue obsesionando por la apicultura en la vejez (en cierto modo, muy oportunamente). El padre de Stalin era un zapatero remendón medio analfabeto y empinaba el codo.
lósif Vissariónovich era el típico muchacho que se ponía apodo. Este apodo fue «Koba». Koba era el protagonista de una novela popular de título sugestivo: El parricida; pero Koba no era el parricida del título. Lo más destacado de Koba es que era una figura a lo Robin Hood, azote de los ricos y benefactor de los pobres. Stalin tenía otro sobrenombre, «Soso» (diminutivo georgiano de lósif), que en esta etapa resumía bastante bien su personalidad. Exceptuando su memoria (obligatoriamente descrita como «fabulosa»), fue un chico normal. «Stalin», como se sabe, fue otro apodo que se puso. Hombre de Acero. El de Acero.
Empezó a aprender ruso a los ocho o nueve años (sus padres eran georgianos monolingües). En 1894, a los quince años, dejó la escuela parroquial de Gori y obtuvo una especie de beca para estudiar en el seminario de teología de Tiflis. Lo expulsaron, o se marchó él, al cabo de cinco años. Desde entonces fue revolucionario a tiempo completo.
Dos detalles de la niñez. Un compañero de estudios diría más tarde que nunca había visto llorar a lósif. Viene a la memoria la célebre frase que fue moneda corriente en los años treinta: Moscú no cree en las lágrimas. En cambio, Koba era poeta. Se cree que estos versos salieron de su pluma:
Sabed que quien cayó en tierra como la ceniza, quien fue hecho esclavo hace mucho, volverá a levantarse con las alas de la esperanza, por encima de las cordilleras.
Robert Conquest sugirió en cierta ocasión que «con los poemas de Stalin, Castro, Mao y Ho Chi Minh podría prepararse un pequeño y curioso volumen, con ilustraciones de A. Hitler». A los veinte años, con sus sueños artísticos por los suelos, Hitler era un vagabundo: bancos de los parques, colas de la sopa boba. Con un poco más de talento tal vez se habría suicidado, no en el bunker, sino en un pequeño y acogedor estudio de Klagenfurt.
No sabemos qué pensaba Stalin de su infancia. Pero sabemos qué pensaba de Georgia. ¿Por qué desfogarnos con los padres cuando podemos desfogarnos con una provincia?
En 1921, con el apoyo total de Stalin, Lenin volvió a anexionarse Georgia (que había obtenido la independencia el año anterior) invadiéndola. Stalin se desplazó al sur para asistir a un pleno del nuevo gobierno: la primera visita que hacía en nueve años. Se dirigió a un grupo de trabajadores del ferrocarril, que le obligaron a guardar silencio con gritos de «renegado» y «traidor».
6 comentarios
Amis y aun más Orwell son ejemplos de lo que debe ser un escritor de verdad. Decir las cosas de frente y con valentia y que las fichas caigan como deban.
Lo que no es fácil, y en el caso de Orwell menos.
Estoy leyendo Koba el temible, y desde luego es un libro que no te deja indiferente, te abre los ojos a ese otro «holocausto», y te preguntas como nadie ha dado dignidad antes a la memoria de tantos millones de personas (al igual que se ha hecho con las victimas del nazismo), esta claro que la historia la escriben los vencedores, pero aqui parece que haya distintas «categorias de vencidos»
A falta de un potente lobby que haga eco de semejante barbarie, nos quedaremos con estos libros y el boca a boca: UN BUEN LIBRO
Algún día alguien escribirá la historia de como los intelectuales de occidente encubrieron tanta vergüenza.
Do the dog? The specials? Solo por eso merece que lean ese libro
los paises occidentales no tienen la culpa del genocidio hecho por los comunistas en la ex Union Sovietica, la culpa es de los propios ciudadanos que no tenian ni tienen cultura democratica ni civica, si hasya el da ed hoy el presidente Putin elegido por el pueblo es un ex agente de la KGB, faltan muchos años para que el espiritu democratico llegue a los ciudadanos de la actual Rusia.