Blackie Books, 2011. 200 páginas.
Tit. or. Things the grandchildren should know. Trad. Rodrigo Fresán.
Autobiografía de Mark Oliver Everett, líder del grupo Eels, excelentemente traducida por Rodrigo Fresán. No estamos ante la típica historia de joven que se mete en el negocio de la música y triunfa y que bonito todo. Por muchas razones.
Primero, Mark escribe muy bien, cosa que se agradece. Segundo, su trayectoria está llena de altibajos no creativos pero sí en su relación con las discográficas. Todo por querer las cosas a su manera, no como un artista endiosado, sino como alguien que quiere que respeten su trabajo y decisiones artísticas.
Tercero, es una persona que ha sufrido la muerte trágica de muchas personas queridas, empezando con su padre, el famoso físico Hugh Everett, que nunca le demostró mucho cariño, pero que murió de un infarto prácticamente delante de él.
Con estos mimbres ya se pueden imaginar que es un libro sincero, desgarrador en lo personal, interesante en sus relaciones con la industria discográfica y, sorprendentemente, lleno de optimismo y humor.
Muy recomendable.
«Novocaine for the Soul» fue todo un éxito y alcanzó el número uno de las listas «alternativas». Yo casi no tuve tiempo para darme cuenta, porque siempre andaba de acá para allá para hacer una prueba de sonido, o una entrevista, y no encontraba tiempo para hacer esas cosas que todos damos por supuesto: dormir, por ejemplo. En muy poco tiempo pasamos de teloneros de otras bandas a atracción principal de nuestros propios conciertos. Vi rincones del mundo que nunca pensé que vería. Todo era muy emocionante, pero también irreal y bastante triste, tan poco tiempo después del funeral de Liz.
Sólo conservo recuerdos borrosos de aeropuertos, furgonetas, autobuses de gira, estudios de televisión y conciertos. Era todo muy emocionante, pero poco a poco el asunto empezó a darme muy mala espina. Me di cuenta de que la gente de mi entorno estaba más preocupada por vender discos que por cualquier otra cosa. Era bueno que la discográfica demostrase interés, sobre todo después de mi experiencia anterior; pero cada vez que oía a uno de los músicos de la banda hablar de la ciudad a la que íbamos como de un «mercado» se me revolvía el estómago.
«Beautiful Freak» no habla de un coche. La escribí sobre alguien que de verdad es diferente, y no simplemente «poco convencional» o «fuera de lo común», que es un concepto que a los publicistas les chifla. Aun así, Volkswagen quiso usar la canción en uno de sus anuncios. Yo ni me lo planteé. La supuesta cultura «alternativa» trajo consigo una fea constatación: en realidad no era alternativa en absoluto. Estaba a la venta, igual que cualquier otro producto comercial. Era una rebelión en contra de nada. Parecía un rebelde, me movía y hablaba como un rebelde; pero no era un rebelde, e individual tampoco, eso seguro.
Para mí no era un disco sobre la muerte. Verlo así era no entenderlo. Trataba sobre la vida. Y la muerte es una parte importante de la vida que por lo general intentamos fingir que no existe. A nadie le gusta pensar que su persona acabará teniendo punto final, pero yo no podía ya dejar de verlo, y a partir del momento en que empiezas a tratarlo como la verdad cotidiana que es en realidad deja de dar tanto miedo. Así, al ser más consciente de la muerte, abres nuevas perspectivas y reflexionas más sobre cómo sacarle todo el partido posible a la vida, signifique eso lo que signifique para ti.
Cuando tomé la decisión de no dejar que nada se interpusiese en mi voluntad de ser tan buen artista como pudiese, me condené también a una interminable serie de peleas solitarias y a cargar con el sambenito de ser «difícil» a ojos de la industria. No es fácil vivir así. Pero si no hubiese tomado esa decisión y hubiese optado por un planteamiento más pragmático (usar siempre el mismo patrón, vaya), habría tenido que hacerlo todo pensando siempre en cómo tener contentos a los ejecutivos y los accionistas intentando adivinar qué es lo que ellos quieren oír. Esa es una historia sin final feliz, porque una de dos: o fracasas y acabas trabajando otra vez en el taller, o triunfas y te pasas el resto de tu vida odiándote por haberte prostituido. Se hace muy cuesta arriba no poder estar a buenas con todo el mundo porque has decidido que tu mejor amiga es la música y que te ocuparás de ella
cueste lo que cueste, pero para mí era la única decisión sensata. Lo más sorprendente es que mi primera zambullida en aquellas aguas revueltas parecía ir bien. Me la jugué, y tanto Lenny como Mo me dijeron que la jugada había salido bien. No me pidieron que cambiase absolutamente nada del disco, algo muy raro dentro de una gran discográfica. Intuitivamente habían decidido respetarlo: les parecía un disco importante, más allá de sus perspectivas comerciales.
Durante los meses que transcurrieron entre la conclusión del disco y su presentación, ya entrado el año, pasé mucho tiempo en Virginia. Mi madre había empeorado. Le procuré asistencia paliativa a domicilio, y así metimos en casa una cama de hospital que instalamos en el comedor, donde antes había estado la mesa, para que mi madre no tuviese que subir y bajar tantas escaleras. Empezaba a estar muy delicada. Pasábamos mucho tiempo hablando. Me di cuenta de que si había algo que quisiese saber sobre la familia aquella era la última oportunidad de enterarme. Todos mis abuelos llevaban tiempo muertos. Aquello era el fin de una estirpe.
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