Random House, 2023. 254 páginas.
Lucrecia recibe una carta de su tía recién fallecida que le da información acerca de la herencia que va a recibir y le proporciona un mapa del tesoro porque hay más dinero enterrado. Dinero obtenido mediante un curioso servicio que proporcionaba y del que da detalles en diferentes archivos.
No he podido entrar menos en la propuesta de la autora, ni la trama principal, ni las viñetas, ni la estructura… nada me ha terminado de convencer en este libro del que poco provecho he sacado.
No me ha gustado.
Le dice a un peón que lo arrime hasta cierto punto y desde ahí, ya cuando el sol va poniéndose, arranca. Va con una cantimplora de agua y con botas altas para protegerse de las alimañas. Y con un cuchillo. Nada más. Camina hasta agotarse, y después sigue. Cuanto más agotado, mejor. Las botas le pesan pero no importa. Atraviesa la noche. Duerme a la intemperie. Sueña con los pumas que jamás lo atacan. Se despierta sobresaltado, como si hubiese sobrevivido después de haberse visto arrinconado en la curva de una hondonada. La vida es sueño, ya se sabe, y entonces Andrés RN, que es un gran defensor de la literalidad, da por sentado que esas cosas le pasan. Pero no alcanza. Andrés RN estuvo exultante desde el primer minuto en el que aparecimos en su camino, porque nos encargamos de hacerle creer que sí. Entrenamos pumas y jabalíes para que se le cruzaran por el camino, adiestramos arañas y serpientes para que lo sorprendieran en medio de sus fugaces momentos de descanso. Contratamos a un ayudante de cacerías para que le fuera soltando los animales desde una van oculta por un follaje, tal como vimos en unos dibujos animados que no nos perdíamos por nada. Desde esa misma van camuflada lo fuimos filmando. Contratamos para eso a un cineasta desempleado, los hay a millones, y cuanto mejores artistas más desempleados aun. Tuvimos las mejores tomas de Andrés caminando de noche, alerta; las mejores tomas de Andrés de día, soportando el sol con la mirada hacia el cielo, con algo de mártir en su expresión y las ropas cada vez más
raídas. Saturamos las reminiscencias bíblicas. Contratamos a una fotógrafa de la naturaleza para que hiciera foto fija de los arbustos en los que, de vez en cuando, Andrés encuentra algún fruto para comer. No importa si no hay relación alguna entre el fruto y la planta, eso nadie lo percibe. Y siempre en su expresión ese miedo de que esté envenenado, de que se trate de una falsa salvación, aunque él sepa internamente que tomará el riesgo igual porque, cuando la desesperación aprieta, es de valientes dejar que las defensas se distiendan. Así le gusta asegurar a Andrés RN. Después, retocamos maquillaje para que en la salida del tercer día el rostro diera mucho más flaco, más demacrado. Y en el quinto incorporamos raspones en las sienes, en los brazos. En setenta y dos horas se ve atravesar a Andrés RN una experiencia de supervivencia que haría temblar al mismísimo Shackleton. Se ve larguísima, eterna. Y todo eso con una banda de música impresionante: convocamos a los ingenieros de sonido más talentosos para que subrayaran hasta el paroxismo el elemento dramático. Hay escenas de lucha con animales, hay vadeos de ríos en contra de la corriente, hay ruidos extraños en las sombras. No falta nada. Encuentro con indígenas, quizás, pero Andrés RN no quiere que en sus exploraciones nada ni nadie le recuerde conflictos con los que litiga en su oficina y en la de sus abogados día a día. Y, además, Andrés RN no quiere que ningún otro ser humano le robe protagonismo en su saga.
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