Marcos Eymar. Objetos encontrados.

diciembre 26, 2024

Marcos Eymar, Objetos encontrados

Incluye los siguientes relatos:

Las semillas extrañas
El hombre del tiempo
Los años basura
Procreación
Una mujer se pasea bajo la lluvia
Melanomas
Objetos encontrados
Cinta roja .
Gale
Cambio de dirección
El desterrador
La última vuelta
Ruleta musa

De buena calidad pero en los que no pasa nada. Cuando la trama tiene algo que contar, como en Los años basura, la cosa coge vuelo, incluso aunque sea un relato algo tremendista. Como ejemplo del desarrollo de los cuentos el que da título al libro, un empleado agobiado porque van entrando objetos perdidos a los que no consigue darles salida mientras su mujer le pone los cuernos y que acaba (ojo spoiler) regalando al primero que llega lo que le parece.

El autor ha seguido carrera y espero que para mejor, porque este conjunto de relatos me ha parecido bastante flojillo.

Regulero.


El rellano y el viejo ascensor tenían poco que ver con el interior del apartamento, decorado en tonos cálidos siguiendo las últimas tendencias. No en vano sus suegros habían expresado ciertas reservas acerca del estado del edificio. “Es una inversión de futuro” había asegurado él para conseguir el préstamo. En las esquinas, las paredes se desconchaban y se adivinaban las sombras de las goteras. Las bombillas de sesenta vatios proyectaban una luz mortecina que aumentaba la sensación de frío. Bajar los seis pisos, abrir la puerta de la calle y la tapa naranja del cubo, soltar la bolsa, volver a subir: en total era menos de cinco minutos, y sin embargo bastaba para impregnarle de nuevo del mundo exterior, que a él le gustaba dejar atrás en cuanto volvía de su negocio y se quitaba el traje de trabajo.
Las primeras semanas sus esfuerzos se concentraron en abreviar el proceso. Se le ocurrió dejar abierta la puerta del ascensor para evitar que otro vecino lo llamara mientras él sacaba la bolsa a la calle. El éxito de esta iniciativa le animó a buscar nuevas argucias. Trató de reducir al mínimo el tiempo de preparación, saliendo sin jersey y en zapatillas de casa. Al segundo intento, coincidió en el rellano con la vieja vecina de enfrente y su diminuto fox-terrier.
—Buenos días —balbució.
—Buenas noches —corrigió la vecina, con desconfianza.
Lo lamentable de su aspecto multiplicó el malestar que siempre le provocaban las conversaciones metereológicas en el ascensor. La visión del perro husmeando sus costrosas zapatillas de felpa hizo el descenso interminable. A partir de entonces, renunció a cualquier innovación.
A medida que transcurrían los meses, fueron desapareciendo los últimos espacios vacíos en el piso y en su vida. Después de cenar, él y su mujer tomaron la costumbre de ver la televisión, intercambiando comentarios distraídos acerca del trabajo o de algún amigo en común. La interrupción perdió su carácter traumático, pero, aún así, no siempre lograba vencer la pereza.
—Mañana vienen mis padres a cenar y no te dará tiempo —le recordó María una noche en que él pretendía escapar a su misión, pretextando un dolor de cabeza—. Te espero en la cama.
Cáscaras de plátano, compresas ensangrentadas, una crema antiarrugas. En cuanto salió al rellano se imaginó a su mujer en el baño, desnudándose despacio frente al espejo. Mientras recreaba su cuerpo en el ascensor, cobró conciencia del tacto frío de la bolsa entre sus dedos. Al abrir la tapa del cubo, una vaharada acre se juntó con el recuerdo de los muslos que ella solía masajear antes de acostarse. Una vez arriba, le sorprendió encontrársela todavía vestida, lavándose los dientes. Se acercó por detrás, con una urgencia que hacía semanas que no experimentaba.
—Lávate antes las manos, por favor —le pidió María.

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