Acantilado, 2004. 220 páginas.
Tit. Or. Ma vie. Trad. Martí Bassets.
Autobiografía escrita en 1922, que no sólo nos muestra como fue la vida del pintor, también nos demuestra que podría haber sido un gran escritor. Lenguaje poético de alto nivel. Si además te gusta el pintor, el placer es doble.
Sorprende que alguien pueda escribir la frase:
Un hermoso día (aunque todos los días son hermosos)
Después de haber vivido una infancia miserable, la primera guerra mundial y la revolución bolchevique.
Mi madre era la hija mayor de mi abuelo, que pasó la mitad de su vida sobre la estufa descansando, una cuarta parte en la sinagoga y el resto en la carnicería. Descansó tanto que mi abuela no lo pudo soportar y murió en la flor de la juventud.
Fue entonces cuando el abuelo empezó a moverse. Así empezaron a moverse también las vacas y las terneras.
¿Era mi madre realmente demasiado bajita?
Mi padre se casó con ella sin mirarla. Pero es un error.
Nos parecía que nuestra madre tenia una expresión extraña, todo lo posible en su ambiente de arrabal.
¡Pero no quisiera alabar a mi madre, alabar demasiado a mi madre que ya no está! ¿Puedo hablar de ello?
A veces, preferiría no hablar, sino sollozar.
En el cementerio, me precipito por la puerta. ¡Más ligero que una llama, que una sombra en el aire, corro a derramar lágrimas!
Veo alejarse el río, en la distancia el puente y, muy cerca, las vallas de la eternidad, la tierra, la tumba.
Aquí está mi alma. Buscadme aquí, aquí estoy, ved mis cuadros, mi nacimiento. ¡Tristeza, tristeza!
Un hermoso día (aunque todos los días son hermosos), mientras mi ma-
dre estaba metiendo el pan en el horno, me acerqué a ella, que tenía la pala en la mano, y, cogiéndole el codo manchado de harina, le dije:
«Mamá… me gustaría ser pintor.
»Se acabó, no puedo ser ni empleado ni contable. Ya ^;:á bien. No fue una casualidad que pensara que algo ocurriría.
»Lo ves mamá, ¿soy yo un hombre como los demás?
»¿De qué soy capaz?
»Yo quiero ser pintor. Ayúdame mamá. Acompáñame, venga, venga. Hay un lugar en la ciudad; si me admiten y termino los cursos, saldré de allí hecho todo un artista. ¡Estaría tan contento!
—¿Qué? ¿Pintor? Tú estás loco. Déjame meter el pan al horno. No me molestes, que me está esperando el pan.
Mamá, no puedo más. ¡Por favor!
—Déjame en paz.»
Al final, tomamos una decisión. Iremos a casa del señor Pen. Y si cree que tengo talento, entonces nos lo pensaremos. Pero si no…
(De todas maneras seré pintor, pensaba en mis adentros, pero por mi cuenta.)
Está claro, mi suerte está en manos del señor Pen, al menos para mi madre, la jefa de la casa. Mi padre me dio los cinco rublos, el precio de la matrícula mensual, pero los hizo rodar hasta el patio donde tuve que salir a buscarlos.
Había descubierto a Pen en el momento en que, en la plataforma del tranvía que baja hacia la plaza de la Catedral, me deslumbre una inscripción blanca sobre fondo azul: «Escuela de pintura Pen».
«¡Ah!», pensé, «¡qué ciudad tan inteligente es nuestra Vitebsk!»
Inmediatamente decidí ir a conocer al maestro.
En realidad, la pancarta era tan sólo un gran letrero azul, de chapa, parecido en todo a los que se ven en los escaparates de las tiendas.
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