La realización de un documental sirve para traer el pasado de vuelta, cuando una joven apareció en un pueblo de Galicia con una niña, se casó con un joven acomodado del pueblo y en la misma celebración de la boda la niña fue secuestrada y nunca se supo qué había pasado con ella.
No tenía demasiadas expectativas porque nadie me lo había recomendado, decidí leerlo por conocer la labor periodística del autor, y la verdad es que me ha sorprendido para bien. Un libro muy bien construído, que ata, y ata bien, todos los nudos de la historia, porque como se afirma en sus páginas: La felicidad de saber, muy superior a la felicidad, nada desdeñable, de no saber..
Frente al mito deslumbrador de la mujer hechicera e inaccesible muestra la realidad, mucho más normal y por eso terrible, que se esconde detrás de las cortinas. He disfrutado mucho con su lectura.
Muy bueno.
—Lo que pasa —siguió Soneira— es que una boda es el resultado de que todo funcione. Y de repente todo funciona tan bien que te casas.
—¡En teoría!
—Hay excepciones, pero antes de aparcar aquí he pasado con el coche por la carretera de Punta Faxilda y ahí, la verdad, nadie se casa obligado. Le diría que en un sitio así nadie puede casarse sin amor, pero eso es una chorrada.
—¿El amor, el amor le parece una chorrada? —El alcalde parecía súbitamente alterado, como si hubiese que agarrarlo entre varios. Soneira le aclaró que se refería a la cursilería que ella misma acababa de decir, no al amor. «El amor no es ninguna chorrada, puede estar tranquilo».
Francisco Girón y Girón era del partido conservador y tenía buena fama entre los vecinos, algo inusual en esos pueblos porque la mayoría solía votar para joder a alguien. Era un hombre dinámico que entendía gobernar como un ejercicio físico, por eso acudía a todos los actos sociales, especialmente a los entierros; su secretario apuntaba en la agenda los fallecimientos de los vecinos y sus correspondientes velatorios, pues Girón y Girón era animal político más de velatorio que de iglesia. «De cuerpo presente la gente está más animada; cuando tienes delante a alguien, aunque esté muerto, siempre piensas que puede romper a pestañear en cualquier momento», me contó una vez. «Pestañeamos doce mil veces al día», dijo sin añadir nada más, supongo que invitándome a comprobarlo.
Girón era alto, mustio y tenía un punto cáustico y amargo. Llevaba tanto tiempo siendo alcalde que podía adivinar su número de concejales dependiendo de cuánta gente hubiese muerto en esa legislatura. Una vez la portavoz de la oposición bromeó con empezar a estudiar medicina paliativa; Girón, con retranca churchilliana, la animó muy sinceramente.
Era hijo del anterior alcalde, Máximo Girón y Girón, un conservador que también le debía su éxito a una mano impecable en los velatorios, donde daba los pésames mejor que Dios: los dos ofrecían la misma sensación reconfortante, pero Girón al menos no se llevaba a nadie con él. «Los Girones llevan siendo alcaldes de Xaxebe desde que murió el primer habitante» era una frase típica del pueblo. Pero nunca se había enfrentado la estirpe a un suceso tan traumático como la desaparición de Yulia Lavinia. Ahora que lo pienso, sin cuerpo ni funeral ni nada.
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