Manuel Fernández Labrada. Presto delirando.

septiembre 13, 2024

Manuel Fernández Labrada, Presto delirando
Apeiron, 2024. 132 páginas.

Un becario español en Viena se enamora perdidamente de una pianista bellísima y dedicará todos sus esfuerzos a conquistarla, incluyendo escribir estudios musicológicos un tanto extravagantes que la pongan en relación con su admirado Beethoven.

Escrito con un admirable espíritu lúdico que te arranca más de una sonrisa, las desventuras del becario se mezclan con sus ensoñaciones, con fragmentos de la vida de Beethoven y su relación con un extraño perro que ha aparecido por sorpresa y con las maquinaciones del establishment en contra de sus artículos.

El tono paródico del lenguaje y la construcción fragmentaria encajan a la perfección con un divertimento alocado –presto delirando– que nos arrastra desde la primera página y su pastoril comienzo hasta el burocrático y triste final.

Muy bueno.


—Hace una mañana espléndida para volar —me dijo, con algo de soma—. Fíjate cuántos globos han salido hoy. Y eso que los aguafiestas del servicio meteorológico pronosticaron tormenta para la tarde. Pero iremos seguros, no te preocupes. Me parece que tu pesas bastante más que Delphine —bromeó—. ¡No habrá ventolera que nos mueva!
Era muy cierto. Bajo el azulado cielo de aquella espléndida mañana de domingo se desplegaban hasta media docena de globos aerostáticos de múltiples colores y diseños, espaciados a diferentes alturas. El de Mercurius, notablemente superior a todos los demás en tamaño, llevaba estampada sobre su lona una gran silueta de Beethoven.
—Me costó un dineral encargar la tela con el dibujo. Pero no creas que se trata de un mero capricho de musicólogo pudiente.
Me explicó que tenía planeado emprender, con la ayuda de su globo, un negocio de vuelos turísticos que recorrerían —según lo posibilitaran los diferentes vientos— algunos de los lugares vieneses más relacionados con el compositor: Hei-ligenstadt, Mòdling, Dòbling, Baden, Floridsdorf, sus casas en Viena, sus estatuas, los palacios de sus protectores…
—Serán visitas culturales de gran altura, solo aptas para melómanos solventes y valerosos que deseen mantenerse alejados de la turba de turistas desinformados y fetichistas que hacen cola a la entrada de los museos para prosternarse ante simples imitaciones. Se beneficiarán, además, de mis valiosos comentarios musicológicos, que iré desgranando al compás del recorrido. También podrán seguir desde el aire las rutas que el compositor recorría en sus vagabundeos alrededor de Viena, y que he recogido en un detallado mapa incluido en mi última ponencia: «Beethoven, inspirado paseante».
—Pero tus clientes no podrán ver desde el aire los intei ion s de los monumentos —le objeté, maravillado de su espíritu emprendedor, pero sin acertar a liberarme del pinzamiento que sufría mi estómago desde que perdiéramos contacto con el suelo.
—¡Ingenuo! ¿Acaso no sabes que todo lo que se ofrece dentro de los edificios es falso y anacrónico, meros montajes de cartón piedra y purpurina? De todas formas, yo no les impediré que vayan otro día a verlos desde tierra, si tal es su capricho. ¡Yo mismo les revenderé las entradas!
Como me viera poco convencido, añadió:
—Solo me falta solicitar los permisos necesarios. Lo peor será el costoso seguro de accidentes que me veré obligado a contratar. Pero mi familia me piensa ayudar en el negocio, al menos durante los primeros meses. Mi padre desea que le dé un uso más provechoso al aparato, y mi madre desaprueba que lo utilice solo para pasear a mis amigas. ¡Te confieso que es un picadero de primera! A diferencia de otros jóvenes menos favorecidos por la fortuna, que se limitan a dejar su barca a la deriva para así solazarse con sus novias en un modesto estanque, yo echo el ancla a cien metros del suelo y me recreo con mis pasajeras en la más perfecta intimidad. ¡El mareo y mi traje de aeronauta las ponen «muy cachondas»!
A mí, en cambio, la novedad de volar en globo me parecía una experiencia horripilante. Cada vez que miraba hacia tierra me acometía un vértigo insufrible. El que Mercurius me hubiera atado a la barquilla me ayudaba muy poco. Acobardado del todo, terminé sentándome en el suelo.
—Pero ahora veamos si nos podemos acercar a la colina donde el mes pasado hallé con mi detector aquella vieja trompetilla oxidada de la que te hablé, posible reliquia de Beethoven, que bien pudo perder en alguna de sus inspiradas derivas

4 comentarios

  • Francisco septiembre 13, 2024en11:24 am

    Hola Juan Pablo, una novela, esta de Manuel, que yo también disfruté muchísimo. Coincido en que es un «divertimento alocado».

    Un abrazo
    Francisco

  • Palimp septiembre 13, 2024en1:53 pm

    Es una novela muy disfrutable

  • Manuel septiembre 13, 2024en6:36 pm

    Mil gracias a los dos. ¡Así da gusto publicar! Doble saludo…

  • Palimp septiembre 17, 2024en2:06 pm

    Gracias a ti por escribir un libro tan gracioso ¡Abrazos!

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