Ed. Libros en red. 262 páginas.
Este libro ya está reseñado aquí. ¿Por qué lo he releído? Porque es un libro que merece la pena, y porque la vez anterior había leído la versión electrónica (y todavía no tenía el pocket PC). Hay una diferencia entre leer folios sacados por la impresora y un buen libro. Como mi amigo Mezkal había comprado el libro, se lo pedí prestado.
Y lo he vuelto a disfrutar. Las aventuras del canciller Bel XVI, héroe galáctico a causa de su puro egoísmo siguen siendo tan divertidas como la primera vez. Los personajes, igual de entrañables. Y la arquitectura de la novela, redonda.
Cuando leí Si Sabino viviría, no dejaba de acordarme de Los sueños del Canciller. La primera parece de ciencia ficción, pero no se ajusta a los estándares del género; explica demasiado y de manera directa. La segunda, en cambio, es pura ciencia ficción, más divertida que la de Zaldua, y mucho mejor construida. No es sólo una sucesión de chistes.
Pero el nacionalismo aragonés vende menos que el nacionalismo vasco, y mientras Si Sabino viviría ha tenido bastante eco mediático, Los sueños del Canciller sigue siendo bastante desconocida. Valgan las dos reseñas publicadas en este Cuchitril como un intento de remediar esa injusticia. ¡Y pollos gratis para todos!
Escuchando: La balada de los idiotas. Carlos Malicia .
Extracto:
Al menos dos de los asteroides impactarían de lleno en la Tierra en menos de seis meses. La entonces ONU, confió a los Estados Unidos, como país tecnológicamente más avanzado y económicamente más pujante la solución de la crisis mundial. China, protestó. La maquinaria aeroespacial americana, se puso en marcha, y trabajó sobre dos posibles alternativas. La primera consistiría en dirigir satélites en desuso y chatarra espacial contra los asteroides, intentando desviar sutilmente su trayectoria, para que siguieran su camino sin caer al planeta. La segunda, por si la primera no resultaba, intentaría la desintegración total mediante detonaciones de una decena de artefactos nucleares. Para ello, fueron colocadas de inmediato en órbita las correspondientes lanzaderas de misiles. China protestó.
A lo largo del mes de agosto, innumerables despojos espaciales fueron acelerados por las fuerzas estadounidenses, y dirigidos contra los dos colosos metálicos cuando se encontraban en las proximidades de la órbita lunar. Pero era una operación delicada. La mayoría de los proyectiles no acertaban en el blanco, o impactaban contra los asteroides menores, que actuaban como una molesta pantalla. El 11 de septiembre la ONU autorizó al alto mando Norteamericano el uso de la potencia nuclear. China protestó. A las 17 horas gmt, el presidente de los Estados Unidos, James T. Ugly, dio la orden, y los diez misiles Arkansas abandonaron sus lanzaderas orbitales, dirigiéndose contra las dos montañas celestes, que se encontraban ya a menos de cincuenta mil kilómetros de la atmósfera. Todas las televisiones del mundo seguían las noticias. Cuarenta mil millones de personas miraban al cielo o a los canales de noticias. Las cuatro primeras detonaciones, despedazaron al primero de los asteroides. El presidente de los Estados Unidos no esperó a la segunda y dirigió un discurso al planeta entero. Sentado en su escritorio y acompañado por su sonriente esposa, hablaba sobre la heroica jornada en la que su nación había salvado la civilización, del triunfo de la libertad sobre la barbarie, del momento histórico que sería recordado. Detrás de él, llegaban imágenes de los cohetes cayendo en picado sobre su objetivo. Coincidiendo con los seis impactos, y la bola de luz que inundaba la pantalla, el presidente Ugly finalizó su discurso con un «Dios salve a América».
Pero cuando se desvaneció la luz de las detonaciones, las cámaras mostraron al asteroide, parcialmente roto en otros fragmentos menores, pero todavía con el suficiente tamaño como para que las televisiones censuraran la imagen y cortaran sus emisiones. Se vivieron entonces treinta y cinco minutos de angustia. Exactamente el tiempo que tardó el meteorito en iluminar el cielo del océano Pacífico, y rasgarlo como una flecha incendiaria azul. El impacto tuvo lugar en las afueras de la ciudad china de Nankín. La monumental explosión, generó una onda de choque que barrió en segundos las vecinas ciudades de Nantong, Wuhan, Wenzou y Sanghai. En la costa se levantó un Tsunami que hizo desaparecer de la faz de la Tierra al Japón, Filipinas y Corea. Diez mil millones de personas murieron por la energía liberada en la explosión. Los vientos huracanados cargados de polvo que le siguieron, hicieron reventar los pulmones a otras tantas de las zonas vecinas de Siberia, Indochina, Filipinas y Nueva Guinea. Fue el impacto meteorítico más espectacular que había vivido la humanidad. Más que el de Tunguska. Más que ej de Meteor Valley. Quizá comparable al del límite Cretácico-Terciario. China protestó. Acusó a los militares estadounidenses de haber fracasado deliberadamente, y de haber dirigido el segundo asteroide contra Asia. El presidente Yuan Wei, exigió que técnicos chinos inspeccionaran las instalaciones desde donde se había dirigido
el ataque. El gobierno estadounidense se negó en redondo, y China y sus aliados declararon la guerra a los Estados Unidos.
Durante los días en los que se produjeron los primeros combates, los efectos a largo plazo del meteorito comenzaban a ser visibles. La temperatura general del planeta había subido varios grados, pero fue sólo una ilusión. Las nubes de polvo y cenizas levantadas, se acumulaban en la estratosfera y comenzaban a oscurecer el sol. Los días eran cada vez más cortos, con amaneceres y crepúsculos más prolongados, y un cielo rojizo que día tras día brillaba con menos intensidad.
Los combates enfrentaban a millones de soldados. A decenas de millares de aviones, submarinos y cohetes. A miles de artefactos nucleares que eran destruidos antes de alcanzar el blanco por los satélites de uno y otro bando. El aire se volvía día a día más irrespirable. La falta de insolación mataba a la vegetación de todo el planeta. El oxígeno empezó a ser vendido en el mercado negro. El clima se estaba volviendo frío. Podía verse la nieve en latitudes imposibles. Dos meses después del impacto, el sol no podía verse ya en el cielo, que sólo brillaba como una pasta roja unos minutos al día. Finalmente, la misma semana que las fuerzas Norteamericanas entraban en Pekín, no se hizo de día en absoluto, y la Tierra entró en una noche permanente.
La guerra, estaba claro que iban a ganarla los Estados Unidos. Se combatía en todos los rincones del oscurecido planeta, pero las barras y las estrellas salían victoriosas en tierra, mar y aire. El país más poderoso de la Tierra se sentía más confiado que nunca en su invencible ejército, cuando un buen día recibieron un devastador contraataque procedente del único lugar al que no prestaban atención. El espacio.
Era tal la superpoblación que había sufrido China durante aquel siglo, que discretamente había iniciado un programa de
colonización espacial. La agencia espacial china disponía ya de autenticas ciudades espaciales, de colonias en la Luna, de instalaciones industriales en órbitas lejanas dispuestas a ser ocupadas por colonos que debían haber comenzado a salir poco después del impacto del asteroide. La guerra lo había retrasado todo, pero hicieron falta sólo un par de meses para que los chinos transformaran una flota espacial comercial en una flota de guerra. Fue el 18 de noviembre, cuando el almirante Zhuang Zu dirigió su improvisada armada contra el enemigo, bajo las nubes que cubrían el continente americano.
Bel XVI, no podía evitar sonreír al recordar las imágenes de la flota espacial china que había visto decenas de veces. Pesadas y lentas moles, con pinta de globos de aluminio, con antenas y paneles por todas partes que maniobraban torpemente mientras disparaban sus lásers y torpedos contra el planeta y los satélites americanos. Cualquier nave de la policía orbital de los tiempos de Bel XVI, habría barrido de inmediato a la primitiva armada de Zhuang Zu. Pero aquel ataque había cogido por sorpresa al ejercito de los Estados Unidos, y la guerra cambió de curso.
Desprovisto de sus escudos orbitales, Estados unidos sufrió una auténtica lluvia de misiles sobre sus ciudades e instalaciones militares. Las fuerzas Norteamericanas se retiraron de Asia y del Pacífico. Se combatía por tierra en Europa y en la propia América. Bel XV, el anterior Canciller y padre de Bel XVI, tuvo su importancia en los últimos coletazos de la guerra cuando tras unas negociaciones secretas con los chinos, cambió de bando en la guerra y traicionó a los derrotados Norteamericanos, que ya se encontraban en franca retirada. A cambio del degollamiento del personal estadounidense al alcance de la policía autónoma aragonesa, y del bombardeo de las infraestructuras militares de Barcelona, por el tristemente recordado acorazado estratosférico «Virgen de Rodanas», Aragón, que hasta entonces había sido un rincón ignorado de Europa, fue proclamado como nación histórica y de pleno derecho por el embajador chino en un emotivo acto celebrado en Zaragoza…
8 comentarios
¿De dónde sacas estas lecturas tan… curiosas?
Si ésta te parece curiosa no se que opinarás de esta otra:
La perversa obra de Godo
En este caso el autor me mandó la novela.
Lo de enviarte la novela en formato electrónico le salió bien al escritor. Porque por tu reseña compré yo el libro en papel.
Pues será cosa de busarlo
Sí, Mezkal, pero imagino que serás el único 🙁
Carl Philip ¡Tú por aquí!!!!!! Bienvenido de vuelta al mundo blogosférico!!!
Hola amiguitos.
Soy el autor del libro ese tan raro (“Los sueños del Canciller”)
Si alguien lo quiere, que me escriba a manolator@educaragon.org y se lo mando gratis (Espero que a los de la SGAE no les dé un infarto al saber que me pirateo a mí mismo.
Un saludo.
Manuel Buil.
Ciencia ficción y humor son dos recomendaciones buenas para el verano ( y para cualquier época del año).
Buena oferta, Manuel. Miraré de trasladarla a la portada.