Galaxia Gutenberg, 2020. 350 páginas.
Edición muy cuidada de los cuentos escritos por Luis Martín-Santos y Juan Benet, aunque los del primero son una abrumadora mayoría, en la época en la que estaban afilando los lápices y tenían una buena amistad. Después cada uno siguió su camino y la muerte de Luis Martín-Santos truncó una carrera literaria prometedora e impidió una futura reconciliación.
Alguno salió publicado en revistas pero en general los tenían más como pruebas que como cosas para mostrar. La calidad es bastante desigual, no en la escritura, que en todos los casos es bastante sólida, como en lo temas tratados. Todos son agradables de leer, pero muchos pasan sin pena ni gloria.
Por las joyas escondidas que hay merece la pena la lectura. Se incluyen fotos, artículos y cartas que dan una buena visión de estos dos totems de las letras hispanas.
Bueno.
Delicatessen
Estaba muy sucio y tenía un aspecto humilde extendiendo su mano muy tímidamente. ¿Pedrito?
Por eso le dijeron:
¿Te gustan los caramelos?
Sí, con la cabeza.
Se guardó los caramelos, envueltos en un papel, sin mirarlos, y fue a la mesa siguiente con su humildad triste.
Porque Pedro tiene un hombro más alto que otro, hay alguna señora de edad que salva su alma, pero ninguna sabe por qué tiene un hombro más alto que otro y por qué todavía no sabe cuál es el sabor de un caramelo; porque una vez había una cesta llena en el suelo y él quiso coger uno, nada más uno, para probar, y el hombre le golpeó con un palo; pero él no ha podido saber todavía cómo saben los caramelos; sólo sabe que son unas formas brillantes de color malva y rosa y verde.
Dijo que le gustaban los caramelos porque Pedro es humilde y cómo decir que no a una persona tan alta; pero él ha untado con su lengua los vidrios de los escaparates intentando saber cómo saben los caramelos y tiene un hombro más alto que el otro y es pequeño y moreno y sucio y el pelo cortado al rape y tiene un aspecto humilde por el que algunas señoras maduras procuran salvar su alma dejándole algo en la mano corta y sucia como una espátula.
Porque el padre de Pedro no está aquí y no puede decirle cómo son los caramelos que comía en su infancia, largos y con un palito dentro y la madre es también muy pequeña y muy humilde y tiene la mano sucia y ancha como una espátula y le pellizca.
¿Pedrito?
Los había guardado sin mirarlos, envueltos en su papel brillante que cruje entre los dedos y que es un poco pegajoso; pero no los había mirado y no se los había metido en la boca. Sólo uno para saber cómo saben. Simplemente el papel pringoso en su mano ancha crujía y él no se comía el papel ni se chupaba la mano, que tenía ganas de chuparla.
Fue a la mesa siguiente con su humildad y su mano extendida. Es bastante fácil aprender a dar limosna sin tocar con la mano que da la mano que recibe. Para eso es preciso únicamente dejar caer lo que se da un poco desde arriba.
Fue a la mesa siguiente con la mano extendida y nadie supo que la tenía pegajosa de caramelo.
El bolsillo del pantalón de Pedro tenía un agujero pequeño por el que no cabía el paquete de caramelos envueltos en su papel crujiente, brillante y pringoso. Pero por el agujero sí cabía un caramelo y luego otro.
Pedro fue a la mesa siguiente y cayó al suelo el primer caramelo.
¿Pedrito?
Un perro se acercó y lo lamió con su larga lengua colgante. Lo lamió al mismo tiempo que lamía la tierra ya conocida por su lengua. Era un caramelo rojo.
Y cayó el segundo. ¿Pedrito? Y no lo vio nadie.
Habían quedado dos, pequeñitos, pegados al papel, uno morado, otro verde.
¿Cómo sabrán los caramelos rojos?
Volvió hacia atrás Pedrito y todos los pequeños trozos de ladrillo le hacían sufrir. Llegó tarde a casa y su madre tuvo que pellizcarle para ver si lloraba y él no le dijo nada de los caramelos.
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