AMG Editor, 1994. 36 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
La infamia del sprinter
ETA in love
Confesiones de un guardagujas
La leyenda de la Playa Roja
En donde hay siempre un acto criminal, asesino (excepto en el último). Beben de los crÃmenes ejemplares de Aub pero con mayor extensión y están muy bien escritos e incluso plagados de referencias. Ha sido toda una sorpresa por su calidad.
Un sprinter que no duda en llegar lejos para ser el primero, una militante de ETA abrasada por los celos, un guardagujas con alma de psicópata y una pareja que decide montar su casa en un barco. Que en el último aparezca no sólo el paisaje de Logroño y la playa del Ebro, sino un trasunto de mi primer profesor de teatro ha sido la guinda final.
Muy bueno.
Aquello duró año y medio. Fue el primer hervor pero esperaban los 99 laberintos restantes. El se llamaba Alamañac y empezó por irse a Barcelona donde estudió expresión corporal, mimo y teatro en general. Fue bufón en Roma, arlequÃn en Bruselas y, sobre todo, fue Falstaff en los dramas de Shakespeare. Pero el teatro también fue estrangulado por el «medio» y Alamañac no era reciclable para hacer comedias filmadas a las ocho. Ella se llamaba nada menos que Stella y, aunque también subió a las tablas, se hizo tejedora: almazuelas, tapices y bordados. No llegó a ser Penélope pero, tras muchos avatares, marcada por la vida y sin amor fiable, vino a cruzarse con Alamañac mientras vendÃa sus trapos bajo los arcos de Portales. HabÃan recibido noticias mutuas e intermitentes; posiblemente se barruntaran pero lo que ninguno preveÃa era el «crescendo» que les esperaba allÃ, precisamente en su ciudad natal y aquella mañana.
Como vender no vendÃan y aquel encuentro parecÃa de cine, se fundieron en un beso de «The big sleep», cruzaron el puente, y no se separaron hasta el túnel en el que se inició su amor. Alamañac se habÃa hecho fibroso y austero, aunque capaz de encantar a las truchas del Ebro. Stella era un fuego florido y más lista que un reloj de cuco. No lo pensaron mucho: allà mismo, Alamañac extendió una alfombra en el suelo y empezó a dar piruetas para regodeo de todos, y Stella. Ella desplegó sus telas y decidieron quedarse a dormir en el suelo. No hacÃa frÃo y «El Sotillo», cercano a la playa, invitaba al enredo.
Al principio no hubo más problemas que los naturales, pero una tarde, sin más, un guardia les dijo que allà no podÃan seguir, que no estaba previsto. Forcejearon pero, como los guardias siempre tienen razón, decidieron ser la diferencia y correr con los riesgos. En vez de alquilar una barca de «El Pasti», con lo poco que tenÃan la compraron, y
se instalaron en el rÃo. El agua es un ciclo; no se vende a metros cuadrados de suelo urbano. El mismo rumor sobre el que se construye el amor, tiene el paso sucesivo del asfalto que las algas del lecho de los rÃos. Por las tardes atracaban, extendÃan alfombras y tapices, se maquillaban, y saltaban al otro lado del espejo para poder comer. Después deliraban por los pasillos de la barca, las habitaciones calafateadas y el mirador acristalado de proa. Los conocÃan y un dÃa «La Rioja», de la mano del sin-par Roberto Iglesias, les dedicó una página entera: «El amor del agua cumple un mes»; «Dos almas lÃquidas que flotan sobre la especulación». En ningún momento la policÃa se dio por aludida. Los vecinos bajaban a la pasarela y a los dos puentes para contemplar a la «Pareja del agua que, desde la marginalidad, han inventado la otra vÃa». «El PaÃs» los trató en «El Dominical» como «El amor que ha puesto el dedo en la llaga. ¿Se molestará la PSV en proponerles un plan de financiación a 20 años?» El tiempo acompañaba y Alamañac hacÃa vainica con la risa de los niños: convirtió a un padre en estatua de sal y a otro se insufló el don de lenguas; a un botijo le hizo hablar como Gloria Fuertes y, a continuación… 5 minutos de descanso.
Pero llegó la fiebre al rÃo: la envidia humana es fulgurante. Cuatro obreros en paro, padres de familia y vecinos del popular barrio de Yagüe, se subieron a la moto. Los periódicos se hicieron eco, sus mujeres les llevaban la comida y ellos desplegaban una pancarta, entre las dos barcas, que rezaba: «Pan, trabajo y menos desparpajo». Por más que Stella exhibiera cojines donde habÃa dejado su horma el botÃn de Nefertiti, o un pendón hecho al modo y manera del que luciera Alfonso VIII en Las Navas, aquello habÃa tomado otro cariz, como todo el mundo comprendÃa. Alamañac y Stella, solidarios dónde los haya, hicieron causa inmediata con los de Yagüe.
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