Guadiana de publicaciones, 1970. 300 páginas.
A finales de los años 60 España se abría tímidamente a la modernidad. Pero el peso de tantos años de dictadura, pensamiento único y costumbres religiosas todavía pesaba en una sociedad que estaba a medio camino entre la mentalidad de posguerra y la llegada de las suecas.
Luis Carandell se dedicaba en una columna a recoger carteles, noticias, pintadas, sucesos que reflejaban esa mentalidad carpetovetónica inmersa en un proceso de ajuste acelerado. Han pasado casi 50 años y yo, personalmente, todavía entiendo esta dicotomía. En parte porque algunas cosas se han mantenido. Los pueblos, pese a tener internet y vivir en el siglo XXI, mantienen costumbres sorprendentes. Por otro lado, el auge de las ultraderechas nos están trayendo declaraciones que no desentonan con las que salen en el libro.
Como dice en el epílogo, que paisaje y que pasianaje. Dejo abundante muestra textual y gráfica.
SABOR IBÉRICO
A propósito, de la concesión del Premio Alfaguara a Daniel Sueiro hay una anécdota de la noche de autos que tiene una honda raigambre ibérica. En el momento en que le fue adjudicado el premio, el novelista se hallaba en Sanlúcar de Barrameda, en casa de unos familiares suyos, sin ocuparse ni poco ni mucho de las angustias que a aquella misma hora estaban pasando los periodis-distas para localizarle. A las cuatro de la mañana, Sueiro y sus familiares escucharon unos golpazos en la entrada de la casa. Fue Daniel a la puerta y, con la prudencia propia de hora tan intempestiva, preguntó sin abrirla: «¿Quién es?» «La Guardia Civil», contestó desde fuera una voz recia. Abrió el escritor con el natural sobresalto y preguntó a la pareja: «¿Puedo saber?…» «Es para lo del premio. Que llame usted a este periódico de Barcelona, que quieren hablar con usted.» Sueiro, tranquilizado, comentó: «No sabía yo que estaban ustedes para esto.» «Sí, señor, para lo que se ofrezca a estas horas.» «Muchas gracias», dijo el escritor.
UNA ESTATUA CON HISTORIA
En el Museo Diocesano de la ciudad de Vich existe una estatua que verdaderamente tiene historia. Se trata de una talla del siglo xviii que representa, por todas las apariencias, la figura de un santo aplastando al dragón de la ignorancia. Originalmente esta talla se encontraba en un convento de monjas, donde era venerada como imagen de San Pablo. Un día, hace ya años, visitó el convento el obispo Morgades, con la intención de recoger obras de arte para su museo diocesano. Le llamó la atención esta pieza y se la pidió a la madre superiora, la cual contestó sin pararse a pensar: «Se la daría muy gustosa, monseñor, pero es la imagen más venerada por la comunidad.» El familiar del obispo, que le acompañaba, examinó cuidadosamente la talla y dijo al poco rato: «Es muy buena; el problema es que a quien representa realmente la talla no es a San Pablo, sino a Voltaire.» La persona que me contó la historia me decía: «¿Se imagina usted los actos de desagravio, las
reparaciones y novenas que debieron hacer las buenas mujeres con este motivo? ¡Ellas sí que se adelantaron al Concilio!»
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