Llego a este libro a través de aquí: La ética del paseante y además de la buena recomendación de un sitio de referencia el que sea profesor de filosofía en el instituto en el que un servidor se deasnó en el pasado tenía mucho tirón.
Nos encontramos con una serie de reflexiones que se quieren ligeras, al estilo de un paseante que se va fijando en lo que encuentra pero que acaban convirtiéndose en más profundas de lo que parecen, y que apuntan a una cierta esperanza.
Esa esperanza la cifra el autor en un cierto espíritu de la ilustración que es poco frecuente ver en estos tiempos, pero que sin embargo es imprescindible. Una defensa del espíritu crítico, de la verdad frente a la opinión, de la ciencia frente a los vendedores de humo y, en definitiva, de la verdadera humanidad frente a los que mercadean con la mentira.
Los títulos de los capítulos y de las secciones son parodias de títulos de libros, que no solo se quedan en divertidos juegos de palabras sino que suelen encuadrar a la perfección el tema tratado.
Muy bueno.
Si fascina la «q» de cuántico, quizá para intentar dar una mayor fuerza científica, la sinopsis de la conferencia incluía el siguiente párrafo firmado por la oficiante, Adriana Sorina: «Vas a descubrir el fascinante mundo de la sanación a través de la energía y de tu propio poder personal. Entenderás que las enfermedades son simplemente ignorancia, que han llegado a tu cuerpo para indicarte que algo menos bueno estás haciendo para ti. Eleva tu vibración y déjate sorprender en esta conferencia que puede cambiar tu vida. Participa en el sorteo de tres libros El Creador. ENTRADA LIBRE».
La elevación vibratoria debe de ser lo mismo que sucede cuando uno recuerda aquel anuncio publicitario de Loterías y Apuestas del Estado: «Lo raro es que no te toque». Jorge Calero, catedrático de Economía Aplicada, afirma que en la promoción de estas loterías el sector público inculca sin ambages el pensamiento mágico: la «ilusión» se basa en probabilidades ínfimas. En las loterías y apuestas la acción del sector público, en lugar de fomentar la racionalidad y la equidad, se centra en utilizar la suerte para confundir, sobre todo, a los menos favorecidos con el fin de extraerles algo más de dinero. Así que lo raro es que te toque, porque lo normal, si nos basamos en la pura probabilidad, es que no te toque. Parece que cuando el desafortunado sale en busca de la diosa Fortuna regresa igual de mortal y un poco más necesitado. Tal vez, por esa razón, el eslogan del anuncio de la Lotería de Navidad 2019 fue «Unidos por un décimo». No está mal, en estos tiempos tan solubles, tener un décimo de algo que nos mantenga unidos.
Ciencias y ocultas representan la misma contradicción que la virginidad y el embarazo (técnicas inseminatorias al margen) y son «cosas que la bribonería ha inventado para subyugar a la imbecilidad» como afirmó Voltaire. Pero estas imposturas gnoseológicas y éticas se han adueñado inexplicablemente de una cuota de mercado social, sobre todo teniendo en cuenta tanto su ineficacia como el peligro que suponen para el desarrollo científico de cualquier sociedad. Baste pensar, como ha indicado el filósofo de la ciencia Mario Bunge, en el daño que ha hecho esa mezcla de seudociencia económica y seudofilosofía política llamada «neoliberalismo» que identifica la improvisación irresponsable con la libertad. Por eso resulta difícil comprender el poder de seducción de unas prácticas que no solo adulteran la curiosidad, sino que corrompen todo el proceso de ascenso al conocimiento.
Se ha señalado que el interés que despierta la seudociencia puede explicarse en el hecho de que su contenido se aprende muy rápidamente y sin esfuerzo mientras que penetrar en el conocimiento científico exige una atención y un trabajo que no estamos dispuestos a afrontar. Aceptando esta propensión al seguidismo como una faceta de la tendencia humana hacia la comodidad que nos aleja de lo complejo, y la ciencia lo es, tras el atractivo de las seudo-ciencias existen otros motivos de rango social. La presencia de elementos seudocientíficos en los medios de comunicación, en algunos programas universitarios o la permanente referencia a la economía desde criterios esotéricos alejados de la razón, suponen una vuelta de tuerca más en el acoso al pensamiento científico.
Esa revolución de la mente a la que Diderot dedicó treinta años de su vida sigue en estado de silente agitación en estos momentos en los que los demonios del control y del pensamiento único siguen asomándose. La modernidad de su herencia debe retomarse a partir de un juicio no solo justo, sino lo más ajustado posible.
Ni el pasado sombrío de la desigualdad, el capitalismo egoísta, Auschwitz e Hiroshima pueden anegar el resto de la herencia ilustrada que incluye nuevas formas de convivencia, educación, sanidad pública, etc. Pero por encima de ellos la mirada debe dirigirse, como proponía Diderot, a la transformación de las costumbres, que pasaron por movimientos como el sufragismo, el pacifismo o el feminismo, añadiendo nuevas avenidas para el paseo del escéptico: la avenida del sosiego, la avenida de la contemplación, la avenida de la intimidad, la avenida de la transparencia, la avenida de la gratitud, en fin, la gran avenida de la alteridad, en la que reconocemos el paseo del otro, que, al fin y al cabo, es lo que permanece en esta ya inidentificable accidentalidad.
Por eso el paseo debe hacerse elíptico, como el pensamiento, mirando una cosa y viendo otra a la par, observando en el paisaje o la ciudad la que prevalece y la que asoma en sus vestigios e imaginando la que ha de ser. El escepticismo puede ser una vacuna temporal contra el fanatismo y el dogmatismo como así lo consideraba Diderot, pero es preciso ir más allá.
Un comentario
Hola Juan Pablo, me alegro mucho de que te gustase.
Un saludo,
Francisco