Errata naturae, 2009. 94 páginas.
Trad. Helena González.
Recoge dos obras de Luciano de Samósata. En la primera, el bibliómano ignorante, critica a un amigo rico que compre libros con el fin sólo de aparentar, pero sin leerlos. Aprovecha para meterse con su vida disipada. El texto sigue vigente hoy en día, el postureo ni ha muerto ni morirá.
La segunda es un repaso y parodia de los principales movimientos filosóficos. Se venden unos esclavos, cada uno es representante de los pitagóricos, los cínicos, etcétera.
El estudio introductorio de Iván de los Ríos es excelente y predispone al espíritu del libro. Un libro que hace burla de cosas serias, porque nada es sagrado y todavía menos lo solemne.
Recomendable.
Porque, ¿qué clase de esperanza tienes tú puesta en los libros, que estás siempre desenrollándolos y encolándolos y los recortas y untas con azafrán y cedro y los envuelves en pergamino y los provees de botones como si fueras a disfrutarlos? Por lo menos has medrado en algo con su compra, ya que te congratulas de ello —y es que eres más simple que un pez— y vives de un modo que no puede calificarse ni de medio decente, y te has ganado el odio salvaje de todos, según cuentan, por tu poca vergüenza. Si los libros nos vuelven así, hay que desterrarlos lo más lejos posible. Dos son las cosas que uno puede obtener de los antiguos: la capacidad oratoria y la capacidad de cumplir con el deber, emulando a los mejores y huyendo de los peores. Pero, cuando ni de lo uno ni de lo otro parece uno beneficiarse mediante los libros, ¿qué es lo que hace sino comprar refugios para los ratones y nidos para las lombrices y golpes para los criados por haberse descuidado?
¿Cómo no iba a ser deshonroso si alguien, al verte con un libro en la mano —pues sin falta tienes siempre uno—, te preguntara de qué orador o escritor o poeta es y tú respondieras fácilmente a esto, porque conoces el título, pero después, ya que es costumbre extenderse un poco en la conversación sobre estos tópicos, cuando él ensalzara o criticara algún punto del contenido, tú te halla-
ras en un callejón sin salida y no tuvieras nada que decir? ¿No suplicarías entonces que se te tragara la tierra, porque como Belerofonte te has paseado con un libro fatal para ti?
El cínico Demetrio, al ver en Corinto a un inculto leyendo un hermoso libro —las Bacantes de Eurípides, creo, en el pasaje donde el mensajero cuenta lo que le ha sucedido a Penteo y lo que ha hecho Agave— se lo quitó y lo hizo pedazos diciendo: «Es mejor para Penteo que lo descuartice yo una sola vez y no tú muchas».
Y a pesar de que me lo pregunto a mí mismo constantemente, todavía hoy no he sido capaz de descubrir por culpa de quién te ha entrado a ti ese celo por la compra de libros, pues que sea por su beneficio o su uso no lo creería nadie que te conociera, aunque sólo fuera un poco. No más al menos que si un calvo se comprara un peine o un ciego un espejo o un sordo una flauta o un eunuco una concubina o el que vive en el continente un remo o un timonel un arado. ¿No será para ti todo esto una ostentación de riqueza y lo que quieres es demostrar a todos que, incluso en lo que para ti es inútil, derrochas tu abundante fortuna?
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