Tropo editores, 2012. 118 páginas.
Se lo robé a un amigo porque lo tenÃa a mano, sin saber nada de la autora. Menuda sorpresa. Aparecen los siguientes cuentos:
1997
Rezo por vos
Retrato de familia
Vacaciones permanentes
El fin de semana estaré bien
Banbury Road
Tallin
Que también pueden ser capÃtulos de una novela, ya que están muy relacionados entre sÃ. Raro es que no se quiera colar como novela, que venderÃa mejor, y algo bueno debe decir de la editorial.
Dice la faja: es un libro sorprendente por su solidez, su delicada sensibilidad, su eficacia. Y por una vez no exageran. Me ha sorprendido muy gratamente y me ha dado mucha rabia que sea el primer y único libro de la autora, porque hubiera corrido a conseguir otros. Para seguirle la pista.
Calificación: Muy bueno.
Extracto:
A veces creo que toda mi vida hubiera sido diferente de haber vivido papá. Pero tampoco pienso mucho en eso. No tiene sentido.
No era feliz en Tallin, pero no creÃa que mi infelicidad fuese algo muy terrible o muy importante. Qué fea eres, decÃa mamá, y yo no lo discutÃa. Cómo puedes vestirte con ropa usada, se reÃan Andrea y Olga en la escuela, y yo no sabÃa qué contestar. Miss Katerina, la profesora de inglés, pensaba que los estudiantes pobres arruinábamos el estatus del instituto. Solo Natasha hablaba conmigo, aunque no veo muy bien por qué. No me gustaban mucho los libros, y ella siempre estaba leyendo una cosa u otra.
Miss Katerina daba una clase de inglés para los alumnos regulares y un curso especial para los que podÃan pagarlo. Creo que no estaba permitido, pero nadie se quejaba. Yo, por supuesto, iba con los regulares. Miss Katerina trataba de ignorarme y casi siempre lo conseguÃa. Pero a veces su mirada caÃa sin querer sobre mà y no podÃa ocultar su irritación. No creo que fuera su culpa. Ahora que lo pienso, debo haber parecido uno de esos animalitos callados, inexpresivos. No muy agradable de ver. Y miss Katerina habÃa perdido a toda su familia el mismo año: a su marido por culpa de un ataque cardiaco y a su hijo en un accidente de tránsito. Yo intuÃa lo que era eso, asà que trataba de hacerme invisible para no molestarla. Eso no significa que ella me cayera bien. Tampoco soy tan estúpida.
Natasha no la pasaba mucho mejor. Su padre se habÃa escapado con una niñera rusa. Por las tardes nos sentábamos en el café Tallin y conversábamos. O más bien, yo la escuchaba. No mencionaba nunca a su padre. Yo no mencionaba nunca al mÃo. Me hablaba de lo que estaba leyendo. Se le habÃa dado por los poetas estonios. Sobre todo por Tónu Ónnepalu, un poeta homosexual. Yo no sabÃa que existiera algo asÃ.
A veces, también, sonreÃamos a los hombres que pasaban. No habÃa mucho más que hacer. De vez en cuando alguno se sentaba a nuestra mesa y fumaba y pedÃa una ronda de bebidas y hablaba del tiempo o del gimnasio o de viajes a lugares como Londres o ParÃs o Luxemburgo. Esas historias eran música para nuestros oÃdos. Ninguno parecÃa fijarse en nuestros zapatos ordinarios o en nuestro aire de colegialas —que es lo que éramos, al fin y al cabo—. Nosotras no preguntábamos por sus esposas o por sus hijos porque nos parecÃan planetas distantes donde sucedÃan cosas que no comprendÃamos y de las que quizás era mejor no saber. QuerÃamos que nos deslumbraran con la posibilidad de otros mundos fuera de Tallin. Con eso bastaba.
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