Algaida editores, 2011. 412 páginas.
La muerte de un anciano taciturno, amigo de la hija pequeña de los dueños de un bar y madre de la narradora, traerá sorpresa. La entrada a un Gran Juego repleto de misterio y con la promesa de un premio detrás.
La autora tiene oficio y tiene algunas frases brillantes. Pero los personajes no me han resultado de ningún interés y la trama se me ha hecho eterna. El final, sin comentarios. Desde luego este libro no es para mí ni puedo recomendarlo.
Supongo que yo leí la recomendación en el extinto blog La tormenta en un vaso del que saqué muchos libros hasta darme cuenta de que no era una fuente fiable. Con el tiempo aprendes a distinguir quien tiene gustos parecidos a los tuyos. Así los libros que se recomiendan aquí: Das buecherregal o aquí: Devaneos me podrán gustar más o menos, pero sé con seguridad que van a tener un nivel mínimo aceptable. En otros sitios, sin embargo, te recomiendan con fervor auténticos bodrios.
Que no es que este lo sea, pero no me ha gustado.
EL LORO PETER SILBABA EN LA JAULA. Mi TÍO, A RA-tos, también silbaba con él. Martín sacaba los cigarrillos de Maruja la Larga del cajón de los calcetines. Los tenía escondidos en unos verdes que jamás se ponía. Cosme no prestaba atención a lo que decía su amigo. No había prestado atención a nada en todo el día. El encuentro con Gabriela le había abrasado, todo aquel calor de su cercanía. Ni siquiera le había extrañado el comportamiento huraño de mi madre. Cosme se había pasado horas solo en la cocina apretando una llave. Repasaba mentalmente de forma constante cada uno de los minutos con Gabriela. No podía cerrar los ojos sin verla allí, junto al grifo o junto a él. Gabriela, cada uno de los átomos que la conformaban eran irrepetibles. Cosme no estaba ya ni en el bar ni en su cuarto ni en la habitación de Martín, porque estaba encerrado en aquellos minutos en la cocina de terrazo rojo.
Martín no dio muestras de saber nada de la desaparición de la niña ni de que su hermana la hubiera llevado
de vuelta a casa. Gabriela, quién si no iba a haberle ordenado el mundo. Y sin embargo ella se lo había callado, porque tal vez le estuviera protegiendo, porque era algo que había quedado entre los dos, realmente entre los tres, pero sólo entre los dos; Gabriela y él, ahora, tenían un secreto. En el corazón de mi tío aleteaba la alegría.
La escuchó en el pasillo, ese trajín que anunciaba su presencia tras las puertas. Cosme le dijo a Martín que tenía que ir al servicio y salió de la habitación. Quería decirle a Gabriela que la niña estaba bien, volver a darle las gracias de nuevo sin que nadie les escuchara. La encontró junto al baño, y Gabriela le dedicó el mismo saludo aséptico de siempre, sin ningún rastro de complicidad.
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