Leopoldo Alas. Bochorno.

febrero 15, 2012

Leopoldo Alas, Bochorno
Versal, 1991. 366 páginas.

Siempre había querido leer algo de Leopoldo Alas, sobrino-bisnieto del famoso ‘Clarín’ y de mi tierra. Falleció, y la lectura de su novela fue al mismo tiempo un homenaje.

Aunque el protagonista es Blas Ibáñez, escritor en plena crisis creativa, es una novela coral por la que transitan unos curiosos personajes, muy de los ochenta: la transexual toxicómana Kari la Picá, Valeria baroja, bibliómana insatisfecha o Jacques Bataille, coleccionista de anécdotas.

Como dato curioso todos los personajes tienen apellidos de escritores famosos. Aunque el ambiente ha envejecido mucho y los extractos que pongo al final son muy subidos de tono, lo cierto es que la novela es muy tierna y me gustó mucho. Desde luego se merece más que la inexistencia en internet que tiene (no hay ninguna referencia busando en google), y me da pena que esta breve reseña sea su único testimonio.

Leeré más del autor.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (168/365)

Extracto:
—¡Al agua! —gritó, y corrieron los dos hacia el mar.
El Pacífico es tan templado, que dan ganas de convertirse en pez y quedarse a vivir en él para siempre. Chapotearon, se hicieron agua-dillas, se abrazaron muy fuerte. Y era excitante tocar esa piel tersa y tener entre los brazos el cuerpo perfecto y tan firme de Fran, pensaba Blas, que probablemente nunca había sido tan feliz. Estuvieron más de una hora en el agua, flotando bocarriba, buceando el uno entre las piernas del otro y rozándose los sexos ya duros, en un juego estimulante que les llevó a revolcarse juntos en la arena mojada de la orilla.
—Dame tus labios —susurró Fran.
—Ya son tuyos —suspiró Blas.
Durante un buen rato estuvieron besándose y saboreando sus lenguas, uno encima del otro y luego al contrario, acariciándose, mordiéndose los pezones, lamiéndose las piernas, y el cuello, y los hombros, y las axilas, y el ombligo, y la ingle, y los pies, y los tobillos, restregándose el uno contra el otro mientras las olas rompían en sus cuerpos.
—¡Cómemela! —gritó Fran, fuera de sí, cogiéndose con una mano el miembro enhiesto como si se tratara de un trofeo.


A Valeria le faltaba la respiración. Entró en el servicio y cerró la puerta. Adolfo estaba frente a ella y sonreía con una amabilidad y una buena disposición que ella nunca hubiera podido ni siquiera imaginar. Cerró la puerta y tragó saliva. Su adorado joven, su amor platónico le estaba acariciando el rostro con las dos manos, como si fuera la cosa más normal del mundo. Después la besó en los labios. Valeria recordó, mientras se ahogaba en ese beso, los rumores que corrían sobre el miembro de Adolfo y, cuando se quiso dar cuenta, ya lo tenía en la boca. No entero todavía, porque en efecto era enorme: arrodillada a sus pies, empezó a lamerle el glande despacio y poco a poco fue descendiendo hasta tragárselo. A Valeria la excitaban los gemidos de placer que daba Adolfo. Se la chupó durante mucho tiempo y, al hacerlo, sentía que se estaba reconciliando con el sexo, que el amor, además de una quimera y una desventura, era algo tan concreto como la desmesurada, la sabrosa polla de Adolfo Cunqueiro. Y a ella pensaba aferrarse para completar el sentido de su vida.

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