Leila Slimani. El perfume de las flores de noche.

octubre 7, 2025

Leila Slimani, El perfume de las flores de noche
Cabaret Voltaire, 2022. 160 páginas.
Tit. or. Le parfum des fleurs la nuit. Trad. Malika Embarek López.

A la autora le ofrecen pasar una noche encerrada dentro de un museo veneciano, dentro de un programa artístico que mezcla performance con literatura, y escribir después sobre la experiencia. Teniendo en cuenta que una de las cosas que más cuesta es encontrar tranquilidad para escribir dice que sí.

Este libro es una reflexión acerca de las motivaciones para escribir, la importancia de decir no para disponer de tu tiempo libre, la propia experiencia en el museo, el recuerdo de su padre muerto y la sombra que todavía ejerce en su vida, y un sinfín de reflexiones más.

Me recordó al de María Negroni comentado hace poco en estás páginas, una mezcla entre ensayo, reflexiones, autoficción y narración con tintes poéticos. Una mezcla fresca y cautivadora.

Muy bueno.

Y cuando tuve hijos me arrepentí de aquellos pensamientos. Entendí ese terror que se apodera de ti y te paraliza. A veces sueño que encierro a mis hijos bajo una urna de cristal para protegerlos de todo, hacerlos invencibles, inaccesibles a los dramas y a los peligros.

En París, el cuarto que me sirve de despacho es pequeño y sombrío, estrechito como un nido. Me gusta escribir con la puerta cerrada, las cortinas echadas. Muchos amigos escritores -de hecho, hombres, sobre todo- me cuentan que la escritura para ellos es indisociable de salir a correr por los parques, por los bulevares o pasear al final del día. Es un tema clásico de la literatura, desde Montaigne a Murakami, pasando por Jean-Jacques Rousseau. No estoy segura de saber caminar así. No soy una andariega que se pasee, con el alma ligera, sin preocuparse por un objetivo que cumplir o por la gente con la que se cruza. Me asustan los hombres que pudieran seguirme. Me causan sobresalto los que hacen jogging. Me giro a menudo cuando oigo pasos detrás. No me aventuro por las calles desconocidas. La primera vez que tomé el tren de cercanías en París, un hombre sentado delante de mí se desabrochó la bragueta y se masturbó

mientras me miraba fijamente. Otro introdujo el pie en la puerta de mi edificio, una noche, ya tarde, y solo debo mi salvación a un vecino que entraba en ese momento. Durante mucho tiempo soñé en volverme invisible. Imaginaba trucos y envidiaba a los chicos que no tenían esos miedos. Si me gusta estar encerrada, si evito salir, quizá sea menos por escribir que por mis miedos. Con frecuencia me he preguntado a qué se hubiera parecido mi vida de no haber sentido miedo. Si hubiera sido una intrépida, una valiente, una aventurera capaz de afrontar los peligros. «Somos del sexo del miedo», escribe Virginie Despentes en Teoría King Kong.

En este museo no siento miedo, pero sí incomodidad, torpeza. Me queda claro que incordio, no tengo nada que hacer aquí, trastorno el descanso de alguien o de algo. Quizá, como en los cuentos infantiles, los objetos adquieren vida cuando cae la noche y no hay nadie para observarlos. Entonces, las obras se desperezan y se mueven, los fantasmas salen de las esculturas que han inspirado, los personajes de ficción consiguen existir. Pero estoy yo, testigo molesto, presencia inoportuna y patosa, y el gran desfile nocturno no tendrá lugar.

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