Laetoli, 2005. 340 páginas.
Trad. Francisco Páez de la Cadena.
El autor coge un humilde átomo de oxígeno (hipotético) y nos cuenta su historia desde su creación en el Big Bang hasta el presente e incluso el futuro. Esto le da pie para explicar la creación del universo, de la materia, de las galaxias y estrellas. También el origen del sistema solar, la tierra, como se creó la vida y salió de los océanos y la historia de la evolución.
El proyecto es ambicioso, pero se cumple con rigor. El autor ilustra la narración con múltiples anécdotas y citas de escritores y artistas. Pero el libro se me hizo aburrido, no sé si porque algunas cosas ya las sabía o porque no están contadas con mucho entusiasmo.
Se deja leer.
La propia palabra antimateria evoca visiones de extravagantes fantasías de ciencia ficción. Pero lo cierto es que la antimateria no es tan rara. La principal diferencia entre partículas y antipartículas es que, como un europeo frente a un lilliputiense, estamos acostumbrados a ver al primero, y no al segundo.
Puede resultar chistoso apuntar que la antimateria no es menos normal que la materia, pero desde una perspectiva básica ése es el caso. Antimateria y materia están inextricablemente unidas como el día y la noche. La posibilidad de existencia de una exige la posibilidad de existencia de la otra. La teoría de la relatividad y ese otro monumento de la física del siglo XX que es la mecánica cuántica implican conjuntamente que todo tipo de partícula elemental en la naturaleza debe tener una especie de álter ego exactamente con la misma masa pero con carga eléctrica opuesta. La antipartícula de un electrón, el positrón, tiene carga positiva; y la antipartícula del protón, que está cargado positivamente, es el antiprotón, cargado negativamente. Cuando esta predicción que implicaba la dualidad materia-antimateria surgió de una ecuación escrita en 1931 por el físico británico Paul Dirac en su intento de vincular la relatividad y la mecánica cuántica, nadie se la tomó en serio, y menos aún su propio autor. Sorprendentemente, menos de dos años después de la predicción de que la antimateria debía existir, se observó un positrón entre los residuos producidos por los miles de millones de partículas componentes de los rayos cósmicos que bombardean la Tierra cada segundo procedentes del espacio exterior. Se dice que Dirac exclamó: «¡Mi ecuación ha sido más lista que yo!»
La propia denominación de materia y antimateria es arbitraria, del mismo modo que lo que decidimos llamar carga eléctrica positiva o negativa es una convención humana. Hace doscientos años Benjamín Franklin decidió denominar «carga positiva» a cierta cantidad, aunque luego resultó que el principal portador de la corriente eléctrica, el electrón, tiene la carga opuesta y, por tanto, negativa.
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