Larry Laudan. La ciencia y el relativismo.

agosto 13, 2012

Larry Laudan, La ciencia y el relativismo
Alianza Editorial, 1993. 206 páginas.
Tit. or. Science and relativism. Trad. J. Francisco Álvarez Álvarez.

Suele decirse que el éxito de Admunsen en la conquista del polo se debió a su experiencia en el ártico y, en concreto, en la utilización de las técnicas de los pueblos que allí vivían. Es decir, que en lugar de considerarse más civilizado que los nativos decidió aprender de los que sabían.

Me gustaría pensar que el relativismo esgrimido por el pensamiento postmodernista tiene la misma fuente, humildad para admitir que no se está en posesión de la verdad, y respeto para todas las culturas del mundo.

Pero nos equivocamos si metemos a la ciencia en el mismo saco que el resto de creencias del mundo occidental. Si existe un mundo externo a nosotros, con reglas que podemos conocer, la ciencia es el mejor mecanismo para averiguar cuales son. Da igual tu religión, raza, creencias políticas o género. Si acusas a la teoría de la evolución de ciencia degenerada e intentas cultivar tus cosechas de espaldas a la ciencia, te pasará como a Lysenko, y el desastre no tardará en aparecer.

Dado el éxito de la ciencia no sólo en su aspecto tecnológico, sino principalmente en el conocimiento que tenemos del mundo, es difícil imaginar que se pueda defender intelectualmente el relativismo, y el autor de este libro confiesa haberse encontrado en dificultades para defender esa postura. Está organizado como un diálogo a cuatro voces. De un lado un relativista que encarna la siguiente postura:

El relativismo tiene muchos matices, algunos de ellos los desbrozaré más adelante. Pero en una primera aproximación puede ser definido como la tesis de que el mundo natural y la evidencia que tenemos sobre ese mundo no pone límites o sólo muy pocas restricciones a nuestras creencias. Dicho con una simple expresión, la consigna relativista es «Cómo aceptamos que son las cosas, es bastante independiente de la manera en que las cosas son». Esta visión es la que hoy adoptan muchos escritores a partir de su estudio de la filosofía de la ciencia..

Del otro un positivista y un realista, que representan posturas algo encorsetadas de entender la ciencia, y por último un pragmatista, postura con la que se identifica el autor.

Pero a pesar de su afirmación lo cierto es que el relativista que aparece en estas páginas no es ningún pelele. Sus objeciones son fundadas y fundamentadas, porque sí que tiene críticas interesantes que hacer al modo en cómo se construye la ciencia. Se desglosan en los títulos de los capítulos:

Progreso y acumulación
Carga teórica e infradeterminación
Hólismo
Los criterios del éxito
Inconmensurabilidad
Los intereses y los determinantes sociales de las creencias

Bajo estos epígrafes se comienzan los debates en los que cada uno de los interlocutores intenta llevar el agua a su molino. No los analizaré con detalle porque si no esta entrada se haría larguísima, pero en todos hay mucha tela que cortar.

Visto lo visto queda patente que hay debilidades ontológicas tanto en la ciencia como en como se construye, y que no todas están completamente explicadas. Esto ni es nuevo ni es grave. Desde Hume sabemos que el método fundacional del método científico, la inducción, no es consistente. Por mucho que siempre que soltemos una manzana esta se dirija al suelo con la misma aceleración, eso no nos garantiza que vaya a ocurrir siempre. Pero ni el relativista más acérrimo utilizaría este argumento para saltar del último piso de un edificio para echarse a volar.

Cuando Zenon presentó sus paradojas para demostrar que el movimiento es imposible, Diógenes se levantó y se puso a andar. Algo parecido pasa con las críticas a la ciencia, y el autor piensa algo parecido cuando afirma lo siguiente:

Pragmatista: Sin embargo, yo empiezo por el otro lado, no mirando a las reglas mismas sino a las elecciones teóricas que ellas han sancionado. Observo que la ciencia es una herramienta muy efectiva y con gran éxito en la generación de expectativas sobre el mundo natural. Observo, lo mismo que tú, que la ciencia también parece ser una actividad controlada por reglas. Y me digo: «Debe haber algo responsable del llamativo éxito de las teorías científicas; si efectivamente esas teorías son seleccionadas mediante determinadas reglas, entonces debe haber algo correcto en las reglas en cuestión, ya que un conjunto de reglas aleatoriamente seleccionado para juzgar las creencias no exhibiría ese llamativo éxito que muestran las teorías de las ciencias naturales». E incluso voy más allá. A menos que las reglas del método científico reflejen algo sobre «los hechos substantivos», la investigación científica no podría ser una actividad con tanto éxito como el que tiene.

Que podríamos resumir así: Si la ciencia tiene éxito algo estará haciendo bien. Pese a que filósofos como Feyerabend afirmen que todo vale, lo cierto es que no existe ninguna alternativa mejor que la ciencia a la hora de encontrar conocimiento válido acerca del mundo.

En el libro también se destaca el detalle de que la izquierda está asociándose con el relativismo, posiblemente por las razones que comentaba al principio (defensa de la igualdad, reconocimiento de las minorías), pero esto acaba siendo un error:

Positivista: No ignoro eso en lo más mínimo. Pero la izquierda particularmente debería ser cuidadosa con esa manera de proceder. La izquierda se ha encontrado normalmente en minoría en la cultura occidental. Se ha consolado con la esperanza de que conseguiría un número mayor de partidarios de sus posiciones informando a las personas sobre cómo permanecen y se mantienen realmente las cosas —si son problemas que dependen de la estructura de clases, del racismo, del sexismo o de otras cosas similares.
Relativista: Pero la izquierda todavía sigue empeñada en tales campañas.
Positivista: Efectivamente. Pero en la medida, y es considerable, en que la nueva izquierda subscribe formas fuertes de relativismo, ha perdido todas las razones teóricas para aquella actividad. Lo que digo es que si el feminismo radical, los contraculturales y otros tuvieran que revalidar en la arena pública sus convicciones teóricas, perderían inmediata y merecidamente a toda la gente que les apoya. Me refiero a convicciones como la de que los textos y las palabras no tienen significado determinado, la de que no está nunca mejor apoyada que sus contrarias ninguna hipótesis sobre la política económica, sobre las relaciones raciales o sobre temas relacionados con el género, o, la de que afirmaciones públicas que claramente hacen referencia a auténticas cuestiones no reflejan para nada la verdad de los hechos. La triste realidad es que el relativismo no puede apoyar a un programa político más de lo que puede hacer por sostener responsablemente a un proyecto científico.

Un libro excelente que presenta una panorámica bastante objetiva del estado de la cuestión.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (346/365)

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