RBA, 2008. 90 páginas.
Tal y como se puede leer en Lecturalia:
Escritos entre 1937 y 1945, los cuentos que componen La otra orilla constituyen la primera incursión de Cortázar en el relato. Escritor modelo de autoexigencia, se negó a publicar casi todos ellos; cincuenta años después la crítica los aclamó como un muestrario impresionante que anticipaba las capcidadades del argentino.
Pero como leí en una bitácora (que no recuerdo y no puedo encontrar) con los papeles que tienen los genios en los cajones otros pueden alcanzar la fama. Los cuentos que aparecen en esta recopilación son los siguientes:
Plagios y traducciones
I. El hijo del vampiro
II. Las manos que crecen
III. Llama el teléfono, Delia
IV. Profunda siesta de Remi
V. Puzzle
Historias de Gabriel Medrano
I. Retorno de la noche
II. Bruja
III. Mudanza
IV. Distante espejo
Prolegómenos a la Astronomía
I. De la simetría interplanetaria
II. Los limpiadores de estrellas
III. Breve curso de Oceanografía
IV. Estación de la mano
Y si bien no están a la altura de sus posteriores creaciones la causa está en que la altura de los cuentos de Cortázar es de difícil alcance, incluso por el mismo en horas bajas. Por lo demás, a muchos les gustaría haberlos firmado.
Se anticipan modos y maneras de su producción posterior: un cuidado especial por el nelguaje y una elección de temas rozando lo fantástico, en ocasiones con finales impactantes (pienso, por ejemplo, en Las manos que crecen).
Pueden leerlo completo aquí:
Julio Cortázar – La otra orilla
No puedo dejar de recomendarlo.
Extracto:[-]
II. Las manos que crecen
Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además
un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en
esta vida.
Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que
Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una
velocidad prodigiosa, rematando el lanzar fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz,
en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Bien de frente, moviendo el torso con un balanceo rapidísimo, sin retroceder, Plack
golpeaba. Sin retroceder, Plack golpeaba. Sus ojos medían de lleno la silueta del adversario.
Pero aún mejor ubicaba sus propias manos; las veía bien cerradas, cumpliendo la tarea
como pistones de automóvil, como cualquier cosa que cumpliera su tarea moviéndose al
compás de un balanceo rapidísimo. Le pegaba a Cary, le seguía pegando, y cada vez que
sus puños se hundían en una masa resbaladiza y caliente, que sin duda era la cara de Cary,
él sentía el corazón lleno de júbilo.
Por fin bajó los brazos, los puso a descansar junto al cuerpo. Dijo:
—Ya tienes bastante, estúpido. Adiós.
Echó a caminar, saliendo de la sala de la Municipalidad, por el corredor que
conducía lejanamente a la calle.
Plack estaba contento. Sus manos se habían portado bien. Las trajo hacia delante
para admirarlas; le pareció que tanto golpear las había hinchado un poco. Sus manos se
habían portado bien, qué demonios; nadie discutiría que él era capaz de boxear como
cualquiera.
El corredor se extendía sumamente largo y desierto. ¿Por qué tardaba tanto en
recorrerlo? Acaso el cansancio, pero se sentía liviano y sostenido por las manos invisibles
de la satisfacción física. Las manos de la satisfacción física. ¿Las manos…? No existía en el
mundo mano comparable a sus manos; probablemente tampoco las había tan hinchadas por
el esfuerzo. Volvió a mirarlas, hamacándose como bielas o niñas en vacaciones; las sintió
profundamente suyas, atadas a su ser por razones más hondas que la conexión de las
muñecas. Sus dulces, sus espléndidas manos vencedoras.
Silbaba, marcando el compás con la marcha por el interminable pasillo. Todavía
quedaba una gran distancia para alcanzar la puerta de salida. Pero qué importaba después
de todo. En casa de Emilio se comía tarde, aunque en verdad él no iría a almorzar a casa de
Emilio sino al departamento de Margie. Almorzaría con Margie, por el solo placer de
decirle palabras cariñosas, y tornaría luego a cumplir la jornada vespertina. Mucho trabajo
3 comentarios
Julio Cortázar tiene un talento descomunal. No he leído estos relatos tempranos, pero los apunto a mi lista. Tengo curiosidad por ver cómo era el Cortázar inicial. Como aspirante a escritor que intenta aprender del maestro, me resulta sumamente interesante comparar la etapa inicial con la posterior para comprender la evolución de la técnica.
saludos
Genial. Muchos disfrutan de Cortázar su Rayuela por encima de todo, pero yo tengo que ser sincera conmigo: me encantan sus cuentos cortos. «…hamacándose como bielas o niñas en vacaciones…» , como para releer cien veces, di tú.
AD.
Rafa, el Cortázar inicial ya era grande.
Adela, es como indicas, un lenguaje poderoso incluso en estos cuentos que él no quiso publicar. Ojalá algunos escritores tomaran ejemplo.