Segunda parte de las memorias de la Sra. Rius (yo quería haber leído las primeras, pero me he equivocado). Una recopilación de anécdotas y conversaciones que nos desvelan el funcionamiento de una casa de citas y las costumbres de sus clientes, pero sin excesiva profundidad.
En todo el libro hay un cierto tono publicitario, supongo que es el precio que se tiene que pagar por acceder a los recuerdos de la madame. La vida en esta casa de citas parece ideal, totalmente alejada de los aspectos sombríos que suelen rodear a la prostitución.
—Los motivos que llevan al orgasmo, tanto a hombres como a mujeres, son tan increíbles como infinitos. Cada persona es un mundo —comento.
Y afirma Eva:
—En las relaciones de sexo, los hombres sois mucho más rebuscados que nosotras. Al menos los que conozco, y los que conocen mis amigas.Y otra cosa: este trabajo me ha descubierto que casi nunca el hábito hace al monje. Se dice así, ¿verdad?
—O sea, que casi ninguno es lo que parece.
—Eso. Te encuentras con canijos de una potencia enorme, y machos como torres que se derriten en un segundo. Un señor que no podía con su alma pidió dos chicas, tuvimos que entrarle en brazos, llevarle hasta la cama y ayudarle a desvestirse de tan mal que se encontraba, no tenía fuerzas para nada; estábamos convencidas de que se quedaría tendido en la cama, muy tranquilito, viendo cómo nosotras le hacíamos un cuadro, un lésbico quiero decir; pues no: de pronto se puso en marcha y nos dejó destrozadas a las dos; eso sí, al acabar tuvimos que ayudarle a vestirse y acompañarle hasta la puerta, porque él solo no podía.
Aunque si se trata de apoyar cualquier iniciativa que beneficie a las chicas, se apunta la primera:
—Si tuviera que defender el oficio y a las chicas del oficio, me sobrarían respuestas y me faltarían palabras. Porque siempre hay demasiada gente dispuesta a desacreditarnos. Y lo más curioso es que, cuando las escuchas, incluso a personas que van de avanzadas o de ateas, sus únicos argumentos se basan en las sinrazones que desde hace siglos predican e intentan imponer las organizaciones religiosas, con un miedo cerval a que los hombres sean libres, pues su fuerza se quedaría en nada.
Concluye con una de sus frases favoritas:
—Hay que desdramatizar, no somos esclavas.
Esclavas pueden serlo las mujeres que son reclutadas a la fuerza por mafias que las hacen trabajar de sol a sol en calles y carreteras, tan a la vista de la gente que si las autoridades no acaban con ese negocio será por oscuros intereses de algunos, muy poderosos.Y en cualquier caso, esas mujeres no son más esclavas que las reclutadas por esas mismas mafias para trabajar diecisiete y dieciocho horas diarias en talleres clandestinos dedicados sobre todo a la confección, verdaderas cárceles donde no tienen ni espacio para moverse, y de las que no pueden salir bajo ningún pretexto.
—Por desgracia, la explotación, sobre todo de mujeres y niños, existe en todos los oficios, no sólo en el mundo del sexo —sentencia.
No hay comentarios