Juan Tallon. Rewind.

junio 17, 2022

Juan Tallon, Rewind
Anagrama, 2020. 210 páginas.

Una explosión en un edificio deja a un único superviviente de un grupo de jóvenes que estaban celebrando una fiesta. El libro son diferentes testimonios de personas afectadas por esa tragedia.

He visto estos días anunciada la última obra del escritor, que trata sobre la desaparición de una escultura gigantesca de Richard Serra, un hecho que me tiene fascinado y que no sé muy bien si algún día se llegará a aclarar. A falta de ese libro en la biblioteca he decidido leer su obra anterior. Después de hacerlo se me han quitado las ganas.

De todos los puntos de vista de la historia el único que me ha parecido interesante ha sido el de la quiosquera. El resto me han aburrido los detalles intrascendentes que ni aportan nada a la trama ni tienen interés por sí mismos. Que un libro que narra un hecho tan traumático como una explosión sea tan aburrido me resulta sorprendente.

No me ha gustado.

Aquel sábado llovió. No, no llovió, hizo buen día. Llovió el día anterior más bien. El verano se estaba acabando, o ya se había acabado en realidad, porque el verano se acaba siempre de repente, sin que una se dé cuenta. Se es consciente de ello solo cuando ya quedó atrás. El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste. De pronto, una se dice: «Caray, el otro día se acabó el verano y no lo vi». El viernes, entonces, llovió bastante, y el sábado regresó el sol. Yo estaba leyendo una novelita detrás del mostrador. Creo que era un libro de Simenon. No, no era de Simenon, casi estoy segura de que era La Chambre des morts, de Franck Thilliez. En esa época me había dado muy fuerte por sus novelas. En mitad de la lectura entró un joven alto, moreno, muy guapo, que compró Le Monde y preguntó si tenía El País. Era la primera vez que lo veía. «¿El País, España?», pregunté para asegurarme de que sabía lo que pedía. Estoy cansada de atender a gente que no tiene ni idea de lo que busca. «Sí, claro», dijo. Hablaba con convicción, y con entusiasmo, quizá por la edad, como si aún no hubiese explicado sus ideas sobre la vida muchas veces sin que le hicieran demasiado caso. Se lo señalé en el portaperiódicos giratorio de la prensa internacional y devolví la vista a mi novela.
Me cuesta dar conversación a desconocidos. En cuanto tomo confianza soy una de esas mujeres a las que les explotan ideas en la cabeza continuamente y deben darles forma con frases para alejar de ellas el ruido. Me encanta hablar, preguntar, responder; en fin, no le di la menor oportunidad al joven, porque era desconocido. Me apetecía más leer. La novela me tenía atrapada por la corbata, si usase corbata. Cuando me pareció que había demasiado silencio en el quiosco, y que el chaval tardaba demasiado en acercarse a pagar, levanté la vista y ¿qué vi?, lo vi ojeando un periódico británico. Maldita sea, pensé. Creo que era el Times. Tal vez no era el Times. Tal vez ni siquiera era un periódico británico. Pero da igual. Se me calentó la sangre. «Chico, los periódicos no se leen por encima; se compran, y después si quieres los lees por encima, o como te dé la gana», le llamé la atención. No pretendí hablarle de malos modos, aunque pudo parecérselo. Yo soy así, muy directa, y quizá demasiado efusiva. «Tienes razón, lo siento», reconoció, y dejó el periódico en su sitio. Me sonrió. Casi me hizo sentirme mezquina, una de esas mujeres predestinadas a convertirse en una vieja cascarrabias. Pero solo fue un casi, y un casi se queda a menudo en casi nada, y al poco en nada.
«¿Qué lees?», me preguntó al acercarse al mostrador, sacando un puñado de monedas del bolsillo. La gente con muchas monedas en el bolsillo siempre me da un poco de pena, no lo puedo evitar. Mi teoría es que si tienes mucho dinero, llevas billetes, que son más ligeros. Si eres muy rico, ni siquiera llevas billetes, el dinero te sobrevuela como un fantasma. La riqueza es ligera, mientras que la pobreza pesa, porque todo se reduce a fastidiosas y plúmbeas monedas. Así que pensé que aquel muchacho era guapo, espabilado y pobre como una rata.
Cerré el libro, como dando un portazo, y le mostré la cubierta para economizar palabras. «Ah, es buenísima», afirmó con emoción. «¿La has leído?», pregunté escéptica, vagamente interesada. «El año pasado. Y Deuils de miel todavía es más buena. ¿La conoces?». Negué con la cabeza. A ver si iba a ser un listillo. Le pregunté si vivía en el barrio, porque su cara no me sonaba. A veces encuentras caras así, perfectamente desconocidas, familiares en su forma de resultar forasteras. Lyon está lleno de muchachos guapos, y a partir de cierto número a mí me parecen todos iguales. «Soy nuevo. Mis tres compañeros de piso y yo acabamos de mudarnos aquí. Vivimos justo enfrente», y señaló a través de la puerta al edificio donde estaba la tienda de Jacques Loury. «En el primero», precisó. Qué interesante, pensé en voz alta. «¿Conoces la historia de ese piso?», me preguntó, pareciendo más listo que yo. «Que si la conozco, dices. La conozco mucho mejor que cualquiera que vaya a vivir nunca ahí», le advertí. Antes de que Philippe Lindon se ahorcase era ya un vecino célebre. Fumaba cuatro paquetes de Gauloises al día, y tosía cada treinta segundos. Para mí aquella tos era tan famosa como la Novena sinfonía o la Torre Eiffel. Algunos días, cuando se asomaba a fumar a la ventana del salón, y había bastante silencio en la calle, podía oírlo desde el interior del quiosco. «Durante años, lo vi todos los días. Sus padres fueron cantantes de ópera, y Philippe durante mucho tiempo se dedicó a la composición. Creo que no estaba bien de la cabeza. Yo vi cómo unos días después de que encontrasen su cadáver sacaban su piano de cola por la ventana del salón. Menudo espectáculo. Todo lo que ocurre a cierta altura del suelo se vuelve agradable a la vista. Fue como retirar otro cadáver. Pero hacía tiempo que ya no componía. Estaba enfermo. Decían que era esquizofrénico o yo qué sé», le conté.

3 comentarios

  • Francisco junio 17, 2022en7:50 am

    Hola Juan Pablo. Yo llegué a la misma conclusión. Me entusiasmó Fin de poema y Rewind me dejó muy frío. Saludos.

  • Palimp junio 18, 2022en8:18 pm

    Menos mal, ya pensaba que me estaba volviendo un tiquismiquis 🙂

  • Arturo octubre 30, 2024en7:55 pm

    Una mierda de libro. Básicamente por lo que comentas, casi todo lo escrito no da músculo a la historia . Datos y anécdotas, pericias vitales que madre mía que vida más triste al que le puedan resultar interesantes como para justificar su lectura…Y no está bien escrito. Mal tampoco, cierto. Pero digamos que se ven los recursos de manual para escritores. Páginas con la evidente intención ( y este es el problema esencial, que ves la carta escondida al mago en todo momento) de que empaticemos y veamos como reales a los personajes. No se acerca ni mínimamente.

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