DeBolsillo, 2010. 142 páginas.
Para regalar este libro a tu mujer tienes que tener la conciencia muy tranquila y ser un poco pánfilo. Aquí un servidor, aquí unos amigos. Una recopilación de relatos publicados en otros volúmenes y sueltos, agrupados por su temática, que incluye:
El cepillo de dientes
Confusión
Pasiones venéreas
El paraíso era un autobús
El móvil
El adulterio como vocación
La lengua áspera
El que jadea
El remordimiento
El extraño viaje
La muela de Holgado
Retales de conversación
El adúltero
¿Somos felices?
El bigamo
El sofá cama
La mosca
Adulterio
El hombre que corría
El secador y la liga
El rostro
El infierno
El adúltero desorientado
Un hombre vicioso
Los viajes a África
Una hija como tú
El tema da para mucho. En el prólogo el autor explica el origen de su querencia por el tema y algunos casos concretos:
Durante años trabajé en oficinas más o menos siniestras en las que se perpetraban adulterios desde la mañana hasta la noche. Conocí casos de bigamia (la bigamia es una forma patológica del adulterio) espeluznantes, como el de un jefe de departamento, que había formado dos familias, una de clase media y la otra pobre, porque sus recursos no daban para más. Desde la familia de clase media llevaba ropa usada y huesos de jamón a la pobre; de la pobre no llevaba más que preocupaciones a la de clase media.
Buenos relatos en general, algunos geniales y desternillantes, como Confusión, que pueden leer al final, o El que jadea, cuyo protagonista ve como su mujer atiende con cariño a un jadeador telefónico pero, cuando intenta hacerlo él, las cosas se tuercen. Otros tienen un caracter más tierno, incluso poético, como El paraíso era un autobús, lugar de encuentro de dos personas que nunca llegan a conocerse .
Yo, como admirador del autor, no soy objetivo, pero lean el cuento del final, este que está aquí: El que jadea, y estas otras reseñas: Cuentos para adúlteros desorientados ( Juan José Millás) y Cuentos de adúlteros desorientados de Juan José Millás .
Calificación: Muy bueno.
Extractos:
Seguramente, pues, me habían colocado, o me había colocado, en el lugar donde me correspondía. Miré hacia atrás y contemplé un mar de rostros, más lejanos cuanto mayor era la distancia sentimental y de edad respecto al cadáver. Sentí un escalofrío al comprobar que era quizá la primera vez que ocupaba un puesto tan adelantado en un funeral, y me di cuenta de que este acto es, en efecto, uno de los termómetros de la vida. En las primeras ceremonias fúnebres a las que uno asiste se sitúa en el último banco, y sale incluso a fumar un cigarrillo si la cosa se alarga demasiado. Pero a medida que los años transcurren vamos avanzando banco a banco en dirección al muerto hasta ocupar su sitio.
CONFUSIÓN
Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre, así que adiviné que era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se fue al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el móvil colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros.
Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, así que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué enseguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer.
Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue, y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.
2 comentarios
Necesito localizar el del cornudo que espera bajo la lluvia a que den las 10 de la noche para volver a casa, su mujer se la pega con el vecino, y ese día lluvioso se mete en el Planetario. Soy profe de español y mutilé el texto para mis alumnos
Pues no sé si está en esta colección, si me dices el título te lo pongo.