Lengua de trapo, 2006. 252 páginas.
Si no me equivoco lo vi recomendado aquí: El disparatado círculo de los pájaros borrachos, Juan Aparicio-Belmonte y he hecho mal no en leerlo, sino en empezar por este libro que hace referencia a otros anteriores.
El escritor Pellitero está detenido por un crimen que dice no haber cometido, mientras la inspectora Micol, antigua amante suya, sigue sospechando de él. Quizás en el texto de su última novela, donde aparece un Mesias bromista y un fin del mundo que parece inminente, esté la clave.
Los textos de la novela dentro de la novela y la novela propiamente dicha (si es que existe tal) se relacionan e influyen. Que la supuesta realidad aparezca en una novela es normal, el proceso inverso tan solo se da en la ficción, porque si A escribe un personaje B y éste a su vez escribe a A ¿Cómo es posible? Si hay un escritor C que los ha escrito a ambos. Si a esto le añadimos una estructura circular ya tenemos un andamiaje que en manos de algún escritor pretencioso tendría alabanzas de la crítica miope. Como está al servicio de un espíritu lúdico, no tendrá esos aplausos.
Aquí hay palos para todo el mundo: desde el editor incompetente hasta la artista conceptual un poco cerril. Para la política, para la sociedad y, en definitiva, para la estupidez humana. Un paquete completo, vamos. A mí me ha convencido y ya estoy buscando sus dos libros anteriores. Leanlo antes de que sea tarde.
Calificación: Muy bueno (y divertido).
Un día, un libro (265/365)
Extracto:
—No es lo mismo dar de mamar que alimentar de biberón —te decía ahora, remontándose cada vez más lejos en su vida, mientras la falsa Gumersinda recogía las tazas del té que apenas habíais probado—. Recuerdo de memoria un pasaje de Oliver Twist, el comienzo del capítulo segundo: «Durante los ocho o diez meses siguientes, Oliver fue víctima de una serie sistemática de felonías y engaños. Criáronle a biberón…». Criar a biberón es eso, una felonía y un engaño… Yo no engañé al primero, pero sí al segundo, a Luis, y por eso ha salido tan problemático, tan tímido, tan débil. Él no tiene culpa de nada… Al mayor le estuve dando pecho durante los seis primeros meses, como mandan los cánones. Recuerdo con especial dolor el primer mes. Tenía una grieta enorme en el pecho derecho y cada vez que el niño mamaba yo veía las estrellas, pero como no era capaz de olvidar la cita de Oliver Twist, no me resignaba a abandonar la lactancia natural. Venía mi madre o mi marido (que en paz descansen los muy necios) y me metían en la boca un pañuelo empapado de ginebra para que soportara mejor el trance. La estampa debía de ser tremenda. Yo era una mujer dando de mamar a un niño alegre, que sonreía cuando se alimentaba, y de mis ojos caían lagrimones que surcaban mis mejillas hasta desembocar en la ginebra del pañuelo… Pero estoy convencida de que esa resistencia hizo a mi hijo alegre y sano. Sin embargo, con Luis no fui capaz de darle el pecho… El pobre nació prematuro y rechazaba mi alimento. Y, créeme, lo he lamentado toda mi vida. El niño vino al mundo tan alegre como su hermano, pero el biberón lo convirtió en el niño difícil que luego fue, en el adulto bondadoso pero con problemas que ahora es. Un buen día, cuando no tendría más de un mes de vida, se despertó y no paró de llorar durante toda la noche, de una a seis de la
mañana. Se pasó cinco horas seguidas llorando. Llorando, llorando y llorando… Tú no tienes hijos —suerte que tienes, hermosa—, pero te aseguro que no hay nada más traumatizante que el llanto inconsolable de un hijo… Es un maullido muy difícil de soportar. Yo creo que la naturaleza dota a los niños de ese arma letal, que habría desquiciado incluso al Santo Job. El necio de mi marido —que el Señor lo guarde donde le venga en gana—, que además de necio, era borrachín, amorfo, poco dado a la agresividad salvo desde la pasividad, un día agarró a Luis y amenazó con lanzarlo por la terraza. El necio de mi marido era notario y trabajar, trabajaba poco, pero madrugaba horrores… Y el niño se pasaba las noches llorando, con lo que mi marido apenas sí podía levantarse por las mañanas. Tenía los nervios crispados… Luis lloraba tanto que parecía que se iba a ahogar, tosía, se congestionaba como una cerecita, le entraba un hipo horroroso que parecía incrementar su malestar. Y nada le calmaba… Ni siquiera el biberón, que durante esas horas rechazaba gritando aún más, agitando frenéticamente manos y piernas. Lo llevamos al pediatra. El hombre, que era un santo varón, nos escuchó con atención.
«¿Han deseado ustedes tirarlo por la ventana?», nos preguntó de sopetón.
Y ni siquiera esperó nuestra respuesta, sino que al ver nuestros semblantes confirmó sus temores.
«Si cuando le dan esos llantos nocturnos, ustedes sienten ganas de arrojarlo por la ventana —dijo—, entonces es que estamos ante un cólico del lactante. La peor tortura para una madre».
2 comentarios
Eso de personajes y autores relacionandose entre sí e influyendose los unos a los otros me ha recordado un poco a Stranger than Fiction (que aprovecho para recomendarte, se es que no la has visto). Yo estoy super a favor de todo lo que sean propuestas narrativas arriesgadas, siempre que el resultado merezca la pena. Por lo que cuentas parece que este es uno de esos casos, así que voy a poner el libro de Juan Aparicio-Belmonte en la wishlist.
Noo conseguí ver la película, no me la admitía el reproductor en su momento y la dejé olvidada, tengo que recuperarla.
Un autor a meter en la wishlist, sin duda.