Joseph Campbell. Las máscaras de Dios 3 (occidental).

septiembre 19, 2023

Joseph Campbell, Las máscaras de Dios 3 (occidental)
Atalanta, 2017. 740 páginas.
Tit.or. The masks of God: Occidental mythology. Trad. Isabel Cardona..

En el tercer tomo se analizan los mitos occidentales, de los que somos hijos y que están en nuestros arquetipos que, aunque yo no creo que existen, si nos impregnan contagiados por la cultura en la que nos criamos. Desde los mitos primitivos de la edad de la diosa hasta las religiones del libro que han marcado (y siguen marcando) nuestra sociedad.

Uno de los volúmenes más interesantes porque desguaza los andamiajes de religiones que todavía se aceptan como palabra revelada pero que, analizadas con un poco de detenimiento, enseguida nos muestran los paralelismos con las zonas mitogenéticas originales. El caso de Cristo es paradigmático porque bebe de fuentes tan universales y reconocibles que se hace difícil creer en su divinidad.

En el caso de la religión católica es muy relevante que, a pesar de tratarse de una religión de pastores, por lo tanto fuertemente patriarcal y guerrera, la divinidad de la diosa permanece a través de la figura de la virgen María, principal figura de culto en todas las iglesias y única que nos obsequia de vez en cuando con apariciones.

Vibrante la defensa de una mitología nueva a la que nos adherimos muchos y que, curiosamente, no se analiza ni aquí ni en otro tomo y pienso que merece más reflexión que simplemente nombrarla de pasada. Y es el momento en el que los griegos derrotan a los persas, hombres que ya no acatan normas de los dioses, que crean sus propias leyes a través de la razón. Mitología que ha fructificado pero que dista mucho de ser universal.

Muy bueno.

El resto de la historia puede esperar, porque lo único que queremos señalar ahora es que tanto la arqueología como la literatura antigua de Irlanda demuestran que los celtas patriarcales, portadores del hierro, que dominaron durante los últimos tres o cuatro siglos a.C., vencieron pero no extinguieron una civilización anterior, de la Edad del Bronce, del derecho materno. La situación se parece a la de la derrota por los dorios portadores del hierro del orden de la Edad del Bronce del mundo cretense egeo, cuyos mitos y ritos, sin embargo, persistieron. Y como ha revelado el trabajo de Jane Harrison ya citado, no sólo muchos de los mitos homéricos más conocidos son realmente fragmentos de mitología prehomérica reinterpretada, sino que también en los festivales rurales, ritos de las mujeres, y cultos mistéricos del mundo clásico, sobrevivió bajo las soleadas superficies olímpicas (pero no muy abajo) un oscuro, y para nosotros incluso terrible, estrato de costumbres y rituales arcaicos. Análogamente, en las epopeyas de la antigua Irlanda, los reyes guerreros celtas y sus brillantes luchadores en carros se mueven en un paisaje erizado de invisibles fortalezas feéricas, en las que habita una raza de seres de una edad mitológica anterior. Los magníficos Tuatha De Danann, hijos de la diosa Dana, que cuando fueron derrotados se retiraron a las colinas encantadas de cristal. Y estos son los habitantes de sídhe o Shee, el ejército de duendes, la cabalgata de duendes de los campesinos irlandeses hasta el día de hoy.
«¿Quiénes son?» pregunta el poeta Yeats. Y da tres respuestas: «“Angeles caídos que no eran lo bastante buenos para ser salvados, ni lo bastante malos para ser condenados”, dicen los campesinos. “Los dioses de la tierra”, dice el libro de Armagh. “Los dioses de la Irlanda pagana”, dicen los anticuarios, “los Tuatha De Danān, que cuando dejaron de adorarles y de alimentarles con ofrendas, se redujeron de tamaño en la imaginación popular, y ahora sólo tienen unos cuantos palmos de altura”». Pero añade: «No piensen que los duendes siempre son pequeños. Todo en ellos es caprichoso, incluso su tamaño


Y por último, si, cuando fueron hechos a imagen de Elohim, Adán y Eva aparecieron juntos, entonces Elohim debe haber sido no sólo hombre, sino andrógino, más allá de la dualidad, en cuyo caso, ¿por qué la divinidad no ha de ser adorada tan adecuadamente en forma femenina como masculina?
Se dice que el amor es ciego. En la singularmente confusa historia del pensamiento mitológico en Occidente, este capítulo de la creación de Elohim ha jugado un papel enorme; porque cuando se creía que era un informe del propio artífice del mundo, entregado a Moisés en la cumbre de la montaña, la majestad y simplicidad de sus líneas tenían una fuerza que ahora han perdido. Hoy sabemos que fueron escritos por un sacerdote poetizante en el siglo de Aristóteles; y descubrir que la forma del universo se describe en el siglo IV a.C. en la imaginería del mundo mítico de Marduk, mil quinientos años anterior, con un firmamento separando las aguas de arriba, que caen como lluvia, de las de abajo, que brotan como manantiales, es, como mínimo, frustrante. Pero incluso más frustrante es la costumbre actual de comunicar toda esta tradición arcaica a nuestros niños como la verdad eterna de Dios.


Los griegos, después de una prueba de fuego a la que pocos hubieran sobrevivido, habían hecho retroceder de forma decisiva a las numéricamente superiores hordas de Persia, no una sola vez, sino cuatro, y ahora estaban al borde del siglo más decisivamente productivo para la maduración de la mente humana en la historia del mundo. Estaban orgullosos, y con razón, de ser hombres en lugar de esclavos; de ser los únicos en el mundo que habían aprendido, por fin, cómo deben vivir los hombres, no como siervos de un dios, obedientes a alguna ley divina, no como funcionarios, hechos a la medida, de algún orden cósmico eternamente rotatorio; sino como hombres que juzgan racionalmente, cuyas leyes se votaban, no se «oían»; cuyas artes estaban dedicadas a la celebración de la humanidad, no de la divinidad (porque ahora, incluso los dioses se habían convertido en hombres); y, consecuentemente, en sus ciencias por fin empezaba a aparecer en ese momento la verdad y no la imaginación. El orden cósmico descubierto no se leía como un modelo para el orden humano, sino como su marco o límite. Ni la sociedad iba a ser santificada por encima de los hombres que la componían. Podemos comprender, después de todos aquellos milenios de religión que habían precedido, qué asombro provocó en el mundo la maravillosa y terrena humanidad de la polis griega. Como bien dice el profesor H. D. F. Kitto: «Ciertamente, esto es lo que un griego antiguo colocaría en primer lugar entre los descubrimientos de sus paisanos, que habían encontrado la mejor forma de vivir»[37].


«Si no fuera Alejandro, sería Diógenes», se afirma que dijo el dueño político del mundo conocido; y el cínico: «Si no fuera Diógenes, sería Alejandro». Sin embargo, la tendencia principal de la religiosidad griega nunca aceptó la noción cínica del hombre sin civilización como hombre propiamente dicho. Para los griegos, de hecho, para la mente europea, la facultad de la razón es hasta tal grado peculiar al hombre que borrarla no significa volver a la naturaleza, sino huir de ella, de la naturaleza del hombre. Y si la excelencia, areté, de cualquier especie se debe reconocer en una vida vivida según su naturaleza, entonces para el hombre debe ser de acuerdo con la razón, no de acuerdo con supuestas «revelaciones divinas», comunicadas estáticamente, ni suprimiendo las facultades humanas para volverse como un animal o un vegetal. Además, la facultad de la razón se desarrolla no en la pura soledad, sino en sociedad; porque como escribió en sus admonitorias memorias el emperador Marco Aurelio (a quien Matthew Arnold ha llamado «quizá la figura más hermosa de la historia»)[13]:
Sí nuestra parte intelectual es común, también la razón, respecto a la cual somos seres racionales, es común: si esto es así, también es común la razón que nos ordena lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer; si esto es así, también hay una ley común; si esto es así, somos ciudadanos iguales; y si esto es así, somos miembros de una comunidad política; si esto es así, el mundo es en cierto sentido un Estado. Porque ¿de qué otra comunidad política diría nadie que sus miembros son toda la raza humana? Y de aquí, de esta comunidad política común, también nos viene nuestra facultad intelectual y la facultad de razonar y nuestra capacidad para la ley; ¿o de dónde vienen? Porque como mi parte terrenal es una porción que se me ha dado de cierta tierra, y la que es húmeda de otro elemento, y la que es caliente y viva de alguna fuente peculiar (porque nada surge de la nada; como nada vuelve a la no existencia), así también la parte intelectual viene de alguna fuente[14].
Y escribe de nuevo: «Entonces, el principio básico en la constitución del hombre es el social»[15]. «Los hombres existen unos para otros.»

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