Editorial Alfaguara, 2004. 240 páginas.
Esperaba una novela y he encontrado unas memorias. No sé si he salido ganando con el cambio, porque aunque me gustan las biografías y libros de recuerdos estas me han parecido algo sosas.
Empieza -lógico- por la infancia:
Todo se fragua en la infancia. Yo me reconozco en la niña que fui. En aquella infancia que terminó bruscamente un día de julio, cuando un rumor de motores se acercó por el aire y los aviones se precipitaron hacia Asturias para descargar sus bombas en tierras republicanas.
En el comienzo de aquella etapa histórica también me reconozco. En la tristeza de mi abuelo, en el miedo de los mayores, en la amenaza latente, el silencio repentino que parecía inundarlo todo. En la espera de nuevos motores en el aire y nuevas explosiones a lo lejos.
Mi padre fue a recogernos en el primer coche civil que pasó después de entrar las tropas en La Robla.
Aquel verano quedó truncado y mis padres decidieron que debíamos estar todos juntos en la ciudad.
Al llegar a León me enteré enseguida. Mi profesor de la Escuela Preparatoria había sido fusilado. Acusación: tratar de politizar a los alumnos. Nos leía a Lorca, a Machado, a Alberti, a Juan Ramón. Por primera vez comprendí que sí, que la cultura tenía que ver con la política y que, en determinadas circunstancias, la cultura era peligrosa. Aunque, con toda seguridad, también era la mejor de las políticas.
Aquella muerte injusta y brutal marcó un punto de imposible retorno.[…]
Cuenta sus primeros viajes a Londres, donde descubrió la libertad:
«Cuando pensamos en los gigantes intelectuales, que fueron los líderes del pensamiento en nuestro siglo —escribe Alys Russell—, pensamos en ellos como gente famosa, con muchos títulos después de sus nombres y cargados de honores. Dos de ellos recibieron el O. M., máximo honor británico; dos están enterrados en Westminster Abbey. Pero yo les conocí cuando eran jóvenes y pobres y desconocidos, cuando no tenían un lugar en la sociedad, ni privilegios, ni riquezas. Recuerdo a uno como un oficinista, a otro como un maestro de escuela y a otro como un irlandés, crítico musical, ganando treinta chelines a la semana: tales eran Sydney Webb, Graham Wallas y Bernard Shaw cuando yo los conocí por vez primera».
Y acaba con algunas reflexiones acerca de su literatura, la literatura femenina, etcétera:
a literatura son ya muchas las mujeres que escriben. La incorporación de la mujer a profesiones tradicionalmente masculinas es, a partir del siglo XX, un fenómeno imparable en el mundo occidental. Lentamente, a finales de siglo, también en España: médicas, juezas, arquitectas, escritoras.
No se suele hablar de medicina femenina, justicia femenina, arquitectura femenina. Pero sí de «literatura femenina».
Ahora bien, ¿existe una literatura femenina? Sí. También existe una literatura china, por lejana y ajena que nos parezca.
Lo mas importante en ambos casos, femenina y china, es que sea una verdadera literatura. Lo de «femenina» tiene el mismo valor clasificativo que lo de «china».
Es un adjetivo que puede añadirse a la palabra literatura para tratar de señalar algún signo de identidad específico. Pero que no tiene nada que ver con la autenticidad o la calidad del fenómeno literario.
Su vida ha sido interesante pero el libro es algo flojillo. No sé si por pudor de la autora, y lo que nos cuenta está limpio de polvo y paja o por mala elección de los recuerdos. Las memorias de Tusquets también son muy blancas pero muchísimo más interesantes.
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