Círculo de lectores, 2003. 440 páginas.
Musas destructivas
Este libro lo compré para regalar y por el autor, que de momento no me había decepcionado. Pero alguna vez tenía que ser la primera.
El protagonista sufre unos extraños sueños sobre un asesinato que luego resulta ser real. Detrás de todo eso se esconden trece damas, las musas, que han inspirado a los escritores pero cuyas intenciones distan de ser benévolas.
El libro más flojo que he leído del autor. Como thriller no está mal, y la idea de que en los versos de los poemas se escondan hechizos con capacidad de destruir el mundo es original, pero la resolución no está a la altura. El caso es que no me llegué a creer el trasfondo del todo.
Calificación: Pasable.
Un día, un libro (135/365)
Extracto:
Llovía pertinazmente.
Sin embargo, Rulfo podía ver un remoto brillo de estrellas desde la amplia ventana del dormitorio, incluso a través de los orificios del agua. Beatriz le había dicho algo acerca de la coincidencia de la lluvia y las estrellas que ahora él no lograba recordar. ¿Traía buena suerte o mala? Lo que sí recordaba muy bien era el beso que había depositado en su frente antes de marcharse: tibio en comparación con su fiebre, casi maternal. Y sus palabras: «Estás pachucho», le había dicho, había empleado aquel término. Le convenía cuidarse hasta que ella regresara, lo cual sucedería muy pronto. Tenía que ir a París a revisar unos cuantos «pesados tomos» sobre el tema de su tesis, algo relacionado con la evolución de la respuesta ansiosa ante diversos estímulos. Se trataba de un viaje sin importancia, no más de tres días. Él ya la había acompañado a Lovaina el mes anterior, y a Florencia. Siempre buscaban la forma de no separarse. Pero aquel día de noviembre Rulfo había cogido un fuerte resfriado y Beatriz hizo un mohín de disgusto cuando, pese a todo, él insistió en ir.
—De eso nada. Estás pachucho. Te quedas en casita. Vendré enseguida para cuidarte.
Aquélla era casi la primera noche —que él recordara, y no creía equivocarse— que no pasaban juntos desde que se habían
conocido. Y de repente, al pensar esto, cayó en la cuenta de la fecha y lamentó no haberlo sabido antes: casi sintió la tentación de llamarla a París para decírselo, pese a que ya era bastante tarde y no quería despertarla.
Ese día se cumplían dos años justos desde que se habían visto por primera vez.
Fue durante una fiesta que él dio para celebrar el estreno de su piso de Arguelles. Vinieron casi todos sus amigos y numerosos conocidos, así como su hermana Emma, que vivía en Barcelona con un joven pintor y se hallaba de paso por Madrid. Rulfo estaba contento de recibir a tanta gente en su nueva casa, aunque la ausencia de su amiga Susana Blasco resultara dolorosamente notable; pero Susana ya vivía con César, y Rulfo había dejado de verla hacía meses. Pese a todo, se hallaba de buen humor, abierto a cualquier posibilidad. No sospechaba la clase de posibilidad que estaba a punto de encontrar.
Después se reían juntos (esa risa de copa de cristal de ella, que parecía derramarse de sus labios) recordando que la culpa la había tenido Cupido. En el flamante salón de su apartamento había algunas esculturas, y una de ellas, de pie sobre una estantería, era un pequeño Cupido de arco tenso y saeta apuntando al aire, regalo de Emma, tan aficionada al arte clásico. Por alguna razón, Rulfo, que había estado ejerciendo hasta entonces de anfitrión satisfecho, se detuvo un instante a admirar aquella pieza, y, sin querer, siguió la dirección señalada por la flecha. Descubrió una línea exacta y franqueable, un pasillo vacío entre los invitados que finalizaba en una persona de espaldas. El Cupido apuntaba hacia ella. Era una muchacha alta, de chaqueta beige, con el cabello castaño oscuro atado en una coleta y un vaso en la mano. Contemplaba abstraída su colección de libros de poesía.
2 comentarios
algo fantasiosa la novela… pero bueno, está entretenida aunque La Caverna de las Ideas es mejor.
A mí sobre todo me gustó Clara y la penumbra