Lo confieso: caí como un bendito. La historia de la vampira del Raval era muy atractiva. El secuestro de una niña conduce a la policía al domicilio de Enriqueta Martí. Allí encuentran una escena dantesca, varios huesos de niños. La vampira secuestraba niños para con su sangre hacer remedios para la alta burguesía, e incluso proporcionaba infantes para prácticas sexuales. Muere en la cárcel en extrañas circunstancias impidiendo que delate a nadie.
Atractiva, pero con todos los ingredientes de una leyenda urbana. Ha tenido que venir Jordi Corominas a realizar una excelente investigación de los hechos, contrastando informes policiales, buceando en las hemerotecas y, en fin, mostrando que la verdad es más prosaica y mucho más aburrida.
Ni vampira, ni niños muertos. Los huesos encontrados en los diferentes domicilios eran de animales. No se pudo probar ningún crimen, salvo el secuestro de Teresita -a la que no le hizo ningún mal-. Murió en la cárcel de cáncer de útero; ni envenenada, ni asesinada.
Las leyendas urbanas tienen la fuerza de una buena ficción basada en hechos reales, pero, por desgracia, no son nada más que eso: pura ficción.
El retorno a la normalidad no hizo mella en elementos de regeneración cultural obrerista como el retorno a la naturaleza, la creencia en el positivismo, la literatura proletaria, la adopción del esperanto y las loas al librepensamiento. Cuando los obreros hablaban de ocho horas de ocio no solo pensaban en ir al Paralelo a ver mujeres ligeras de ropa. Para ellos formarse intelectualmente era la base de un crecimiento que permitiría un mundo mejor a través del conocimiento. Iniciativas como la Escuela Moderna de Francesc Ferrer i Guardia obedecían a preocupaciones propias de la época. La Escuela Moderna, máximo ejemplo de pedagogía libertaria, abrió en Barcelona en el número 56 de la calle Bailen en 1901. Sus enseñanzas se basaban en el método científico, incitaban a la reflexión de los alumnos de ambos sexos, sin distinción de clase social, y su programa insistía en la necesidad de la higiene personal, rechazaba los exámenes y el sistema de premios y castigos y quería la libertad de los alumnos, con juegos al aire libre y la potenciación de un pensamiento crítico que formaba al individuo para la sociedad al hacerle tomar conciencia de la misma, porque solo el ser humano libre de cualquier sometimiento puede decidir por sí mismo, mejorar e incidir positivamente en los demás. La labor educativa de la Escuela Moderna —libre, racional y laica— cobró aún más valor por la pésima situación de la enseñanza en España y los obstáculos que la Iglesia ejercía para impedir su renovación.
Si Dios existiera tendría una base de datos con pequeñas semblanzas de cada uno de los que han pisado este Planeta. Sería bonito desgranarlas en su día a día, donde comprobaríamos una serie de diferencias que asimismo serían puntos de unión. Enriqueta cumplió los ciclos de una vida previsible. Abandonó su pueblo natal, se divirtió en la juventud, se casó, tuvo varios trabajos, cambió muchas veces de domicilio y dio a luz.
La muerte de su hijo rompió la cadena. Desde entonces, su predeci-bilidad fue la de la otra cara de la misma moneda. Que su historia sea de una época que muchos no se preocupan en comprender hace que se obvie que lo suyo fue una enfermedad mental de tomo y lomo. Puede que hoy fuera al psiquiatra como hace tanta gente y al médico para someterse a inspecciones rutinarias que, antes de los recortes sanitarios, hubieran parado el progreso de su cáncer. Su cuñada no sería ninguna apestada y podría llevar una existencia normal con los hijos nacidos fuera del matrimonio.
No hay voluntad de captar lo que fue Enriqueta Martí porque a nivel cultural el siglo xxi ha vuelto a la caverna de quedarse con la historia más trillada y de más impacto. La verdad es que el cambio no ha sido tan notable, ahora soy yo el que exagera: solo es más visible porque el exceso de información genera desinformación y se privilegian estructuras elementales y sintéticas donde cada fase conecte con la otra sin que, en principio, se plantee su refutación. Este fenómeno, que podríamos relacionar con el fin del bienestar de los treinta años gloriosos de la posguerra mundial y el auge del neoliberalismo, impone, ya lo indica el verbo, un relato autoritario que no se discute, se acepta y sirve para seguir fomentando la ilusión de lo inagotable de la leyenda. ¿Quién sabía de la mala dona antes de 2006? Solo algunos vecinos, ya casi inexistentes, que recibieron la historia de los falsos crímenes porque se la contaron sus padres. La actual composición de la calle Poniente impide pensar que el legado de este mito de barrio se perpetúe, aunque la posmodernidad, si es que aún vivimos en ella, tiene otros rudimentos que se centran en la comerciali-dad transmedia del producto.
En eso se ha convertido Enriqueta Martí, por eso la llaman con todo el descaro del mundo la vampira, fenómeno en boga desde finales del siglo pasado, y atizan el fuego de su mentira para potenciar hasta límites ridículos su potencial multidisciplinar desde el artículo que avivó la llama hasta novelas, proyectos fílmicos, documentales y obras de teatro que cosecharon gran éxito en las taquillas barcelonesas de 2012. Estas propuestas tienen en común los réditos económicos que consiguen con la figura de la secuestradora, que igualmente suscita en Internet la creación de contenidos gratuitos con múltiples errores que extienden la estela hasta en Wikipedia, donde sin ir más lejos la fecha de su nacimiento es incorrecta.
La otra actividad organizada que da beneficios con la historia espuria de nuestra protagonista son las rutas por sus lugares, sucedáneos de las londinenses dedicadas a Jack el Destripador. El otro día una conocida quiso sorprenderme con su idea de un recorrido por el Raval de Enriqueta Martí donde explicaría, palabras textuales, sus brujerías, asesinatos y su horrendo final, linchada por sus compañeras en el patio de la cárcel.
Cuando le conté que todo eso era falso su respuesta no fue de perplejidad ni nada por estilo; lo importante era continuar con el espectáculo, ganar dinero y engañar a la gente porque el cuento daba para mucho y el público quiere cosas de ese estilo.
Es la discusión entre la fachada y el contenido, entre urdir una impostura creíble o penetrar en sus recovecos hasta sacar un petróleo que clamaba salir a la superficie. Para todo lo demás siempre nos quedarán los huesos, perfectos para cubrir de niebla de la verdad y prolongar la patraña.
De repente aquel castillo, levantado por las informaciones de los periodistas, ha venido al suelo y ha perdido la mayor parte de su interés aquel drama sangriento que tanta expectación había causado. El dictamen de los profesores de medicina ha venido a matar de un soplo la luz fatídica esparcida por los reporters en la imaginación del pueblo. Entre los objetos pertenecientes a la secuestradora no se encuentran restos de humanas criaturas. Aquellas largas y espeluznantes narraciones que cada día se servían al público, resultan un mito, una novela, una engañifa.
Los reporters han intentado sincerarse; pero la declaración colectiva que han publicado no borra el mal efecto que sus informaciones han causado a la opinión. Si la opinión pública está desorientada, si inventa burdas patrañas, si se entrega a reprobables excesos, no tiene ella la culpa. Ha sido engañada por los que debían ilustrarla.
¿Serán más cautos de hoy en adelante? Mucho lo dudamos. Para entretener al público es necesario tejer y destejer, afirmar hoy una cosa y desmentirla mañana, aconsejar la calma y excitar las pasiones. El diario es una novela repartida por entregas, que ha de ser interesante sino se quiere sufrir una baja en la suscripción y en la venta del periódico. Cuando no existen noticias sensacionales es necesario inventarlas para satisfacer la curiosidad pública que a todas horas nos devora.
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