Anagrama, 2010. 580 páginas.
Tit. or. What a Carve Up!. Trad. Javier Lacruz.
Un escritor venido a menos recibe un encargo lucrativo: escribir la biografía de una poderosa familia que tiene entre sus miembros a políticos, periodistas, fabricantes de armas o magnates de la industria cárnica.
No sé por qué tenía buenas expectativas con este libro. Expectativas de encontrar buena literatura. A las pocas páginas ya vi que no. Pero pensé que, por lo menos, podría encontrar sano entretenimiento. Tampoco. En la portada dicen que es un libro de detectives, de denuncia y novela gótica. También que es sátira y fábula política. Quería ser tantas cosas que se quedó en nada.
Como novela de detectives, mal. Una trama muy débil que no aparece hasta el final. Como novela gótica hay momentos que da el pego, pero resultan cómicos. Y cuando quiere ser cómico no me ha hecho ninguna gracia.
La dimensión más importante es la de denuncia. Cada miembro de la familia representa a un sector despreciable. Traficante de armas, columnista estilo OKDiario, magnate de los mataderos en los que los pobres animales son torturados, políticos… Toda una casualidad. El dibujo que pinta de estos personajes es tan en blanco y negro que no resulta realista. No sé quien dijo que ni siquiera Hitler iba arrancando las flores y pegando a los perros que pasaban a su lado.
Incluso la crítica a los recortes de salud tiene el mismo aire alambicado e increíble que toda la novela. Una amiga del protagonista tiene una enfermedad y por un retraso en el diagnóstico y unas complicaciones bastante peregrinas acaba mal. Yo escuché de una amiga una historia mucho más directa: Su padre sufrió una operación de corazón. Por los recortes el ala pública del hospital donde se hacían esas operaciones estaba cerrada y se externalizaban en una empresa privada. Pero esa empresa no tenía unidad de cuidados intensivos; la operación se complicó y no disponían de los medios para atajar el problema. Creo que si el autor hubiera hecho una mínima investigación hubiera encontrado material más creíble.
No critico que se denuncien unas prácticas y unos personajes que son despreciables que están haciendo del mundo un lugar peor sólo por su beneficio personal. Yo en algunos casos hasta desempolvaría la guillotina. Critico la mala literatura que se convierte en mala denuncia. Vamos, que cuando se está poniendo a parir a alguien que desprecio con toda mi alma y no me convence, es que algo se está haciendo mal.
Sólo un par de escenas me resultaron creíbles. Cuando la aspirante a pintora se acuesta con el galerista. Esas diez páginas realmente están muy bien.
Eso sí, a casi todo el mundo le gusta. Seré un bicho raro.
Una vez más, no encontraba las palabras.
—Pues sí, ahora todo el mundo se dedica a ello, ¿sabes? No les llega con ser asquerosamente ricos, con agenciarse uno de los puestos de mayor poder en la televisión, y tener dos millones de lectores que pagan su dinerito todas las semanas para enterarse del polvo que hay debajo de la alfombra; ¡ahora quieren ser inmortales! Quieren que vengan sus nombres en el catálogo de la Biblioteca Británica, quieren sus seis ejemplares de regalo, y quieren poder encajar ese precioso volumen de pastas duras entre Shakespeare y Tolstói en la estantería de su cuarto de estar. Y lo van a conseguir. Lo van a conseguir porque la gente como yo sabe muy bien que, incluso si decidimos que hemos descubierto al nuevo Dostoievski, aun así vamos a vender la mitad de ejemplares de los que venderíamos de cualquier mierda escrita por algún tipo que comenta el tiempo en la puñetera televisión.
Su voz se convirtió casi en un grito al pronunciar la última palabra. Luego se echó hacia atrás y se pasó las manos por el pelo.
—¿Y cómo es el libro de la tía esa? —pregunté, después de que hubiera tenido tiempo de serenarse un poco.
—Pues es el tipo de porquería habitual. Mogollón de gente de los medios de comunicación, que va de dinámica y de despiadada. Sexo cada cuarenta páginas. Recursos baratos, argumento manido, diálogos espantosos, lo podía haber escrito un ordenador. Seguramente lo escribió un ordenador. Vacío, hueco, materialista, charro. Lo suficiente como para hacer vomitar a cualquier persona civilizada, la verdad. -Se quedó mirando tristemente al infinito—. Y lo peor de todo es que ni siquiera aceptaron mi oferta. Alguien me dejó fuera por diez de los grandes. Cabrones. Estoy seguro de que va a ser el éxito de esta primavera.
Por lo visto, no era nada fácil romper el silencio subsiguiente. A Patrick se le salían los ojos de las órbitas, como a
una rana, mientras miraba más allá de mí, y parecía que se había olvidado completamente de que yo estaba en la habitación.
—Mira —dije por fin, dejando ver claramente que consultaba el reloj—, me tengo que ir a otra cita que tengo enseguida. Si por lo menos me dijeras alguna cosa sobre lo que te he mandado…
Los ojos de Patrick se volvieron hacia mí lentamente y me enfocaron. Una sonrisita melancólica y soñadora apareció en su cara. No creo que me hubiera oído.
—De todos modos, puede que todo esto no importe nada -dijo-. Puede que estén sucediendo cosas mucho más importantes en el mundo, y que mis problemitas no importen nada de nada. Hasta puede que pronto estemos en guerra…
-¿En guerra?
—Bueno, eso empieza a parecer, ¿no? Inglaterra y Francia mandando más tropas a Arabia Saudí. El domingo expulsamos a toda esa gente de la embajada iraquí. Y ahora encima se mete el ayatollah, y llama a la guerra santa contra los Estados Unidos. —Se estremeció—. Te lo digo yo, las consecuencias de esta situación tienen una pinta bastante macabra desde donde yo estoy sentado.
—¿Quieres decir que, tan pronto empiece la guerra, Israel va a verse metida en el lío y, antes de que nos demos cuenta, las relaciones en Oriente Medio aún van a ser peores? ¿Y luego, si la ONU se va al garete por la tensión, ya estamos otra vez en plena guerra fría y puede caber la posibilidad de una guerra nuclear limitada?
La mirada de Patrick expresaba pena ante mi ingenuidad.
-No, nada de eso -dijo-. La cosa es que, si no sacamos una biografía de Sadam Husein en los próximos tres o cuatro meses, nos van a mear encima todos los editores de la competencia de esta ciudad. -Me miró con un repentino brillo de desesperación en los ojos—. Tal vez tú podrías escribirnos una. ¿Qué dices? Mes y medio para investigar, mes y medio para escribirla. Veinte mil por adelantado, si conservamos los derechos del extranjero y los de hacer una serie para la tele.
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