Editorial Tusquets, 2001. 782 páginas.
Tit. Or. A son of the circus. Trad. Iris Menéndez.
Siempre he sido un gran lector de John Irving al que conocí en Anagrama con Doble pareja y seguí leyendo en Tusquets. En su país sus libros son superventas, pero aquí es menos conocido -aunque reconozco que es de los pocos autores que me han servido para establecer conversaciones con mujeres ¡viva mi lado femenino! Pero leí Una mujer difícil y no me gustó nada. Así que releí La epopeya del bebedor de agua -que todavía no he reseñado- y me gustó como entonces.
Me animé a leer este Un hijo del circo que tenía postergado desde hace años -además me sirvió para el reto 2010. El doctor Farrokh Daruwalla nació en Bombay pero vive en Toronto. Es cirujano ortopedista aunque no se siente muy integrado en Canadá y viaja de vez en cuando a Bombay donde trabaja en un hospital para niños tullidos y el el guionista secreto de una serie de películas de Bollywood protagonizadas por el inspector Dhar, un personaje amado y odiado a partes iguales.
No me ha parecido tan espantoso como Una mujer difícil, pero no tan bueno como sus obras anteriores. Plagado de personajes entrañables y situaciones extrtavagantes -y en ocasiones muy poco creíbles- se lee con facilidad, entretiene y consigue divertir en ocasiones (no todas) y enternecer cuando se lo propone -tiene mucha mano para eso.
De paso nos ofrece una descripción de Bombay bastante realista y una historia que, con sus meandros y altibajos, engancha.
Calificación: Bastante bueno.
Un día, un libro (313/365)
Extracto:[-]
Vera se sintió mareada; se mareó todas las mañanas antes de consultar al doctor Lowji Daruwalla, quien, pese a ser ortopedista, no tuvo la menor dificultad en diagnosticar que estaba embarazada.
—Mierda —dijo Vera—. Yo pensaba que era el jodido curry.
Pero no, había sido la jodienda. El padre era Danny Mills o Neville Edén. Vera abrigaba la esperanza de que fuese Neville porque tenía mejor pinta. También postuló la teoría de que el alcoholismo de Danny era genético.
—¡Cuernos, tiene que ser Neville! —exclamó Vera Rose—. Danny está tan alcoholizado que tiene que ser estéril.
El doctor Lowji Daruwalla se sintió comprensiblemente azorado por la crudeza de la encantadora estrella cinematográfica que en realidad no era una estrella cinematográfica, quien repentinamente se sintió aterrorizada de que su tío el director descubriese que estaba embarazada y la descartara de la película. El viejo Lowji puntualizó que faltaban menos de tres semanas para cumplir con el plan de rodaje y que como mínimo hasta dentro de tres meses no empezaría a parecer embarazada.
Entonces la señorita Rose comenzó a obsesionarse por la cuestión de si Neville Edén abandonaría o no a su esposa para casarse con ella. El doctor Lowji Daruwalla pensaba que no, pero prefirió amortiguar el golpe con una observación indirecta.
—Me parece que el señor Danny Mills se casaría con usted —sugirió diplomáticamente Daruwalla padre, pero su verdad sólo sirvió para deprimir a Verónica Rose, que se echó a llorar. Lo de llorar no era tan corriente como cabría suponer en el Hospital para Niños Lisiados. Lowji condujo a la sollozante actriz fuera de su consultorio y a través de la sala de espera que estaba llena de niños lesionados y tullidos; todos miraron compasivamente a la llorosa señora de cabellos rubios, imaginando que acababa de recibir alguna noticia espantosa referente a un hijo suyo. En cierto sentido, era lo que había ocurrido.
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