Espasa Calpe, 2006. 350 páginas.
Tit. Or. Don Quichotte du livre au mythe. Trad. Mauro Armiño.
Este año se celebra el cuarto centenario de la muerte de Cervantes y leer este libro es mi particular homenaje.
El autor hace un recorrido exhaustivo por la historia del Quijote. Desde sus múltiples ediciones, traducciones, adaptaciones a teatro, ballet o cine. Autores que se han inspirado en él, o que han hecho homenajes, o pastiches o continuaciones.
La erudición es impresionante, parece que no haya libro relacionado con el Quijote que falte en la recopilación. Pero lo más destacable no es la enumeración, sino el análisis que hace el autor de las diferentes recepciones que, a lo largo de las épocas, ha tenido la obra. La más importante, sin duda, la que hace el romanticismo alemán que es el que lo transforma de figura cómica a trágica búsqueda del ideal. Pero hay muchas otras.
Diversidad de interpretaciones y puntos de vista que demuestran que El Quijote es un clásico cuyas lecturas varían con el tiempo y están lejos de agotarse. La perfecta definición de un clásico universal.
Durante los dos decenios que ven el triunfo del romanticismo al otro lado del Rin, escritores y filósofos atestiguan el mismo interés por Cervantes y su héroe. En su Curso de Estética, dado en 1820 y publicado entre 1835 y 1838, Hegel hace de su novela un momento esencial de la historia literaria y social de Europa. Según él, el ideal caballeresco que se había difundido en la Edad Media solo se perpetúa a partir del Renacimiento bajo una forma degradada, la de la aventura en lo que tiene de más arbitrario. Desde el momento en que, con los tiempos modernos, se organiza un nuevo orden social, se vuelve cómico. Por eso, el héroe que pretende encarnarla está condenado al fracaso, y su locura se inscribe en un mundo en el que la caballería ya no tiene cabida. Sin embargo, añade Hegel, aunque Cervantes considera Don Quijote desde el enfoque de la ironía, hace de él un ser noble, que inspira simpatía por su fe en su ideal, fe que se expresa de forma grandiosa. En cuanto a Heinrich Heine, las páginas que dedica a Don Quijote, como preámbulo a una nueva edición de la novela, publicada en Stuttgart en 1837, expresan lo mejor del pensamiento romántico alemán. Después de haber situado a Cervantes en su época, Heine muestra cómo el escritor, al tiempo que destrona la novela de caballerías, herencia medieval y género aristocrático, introdujo la vida popular en su obra maestra, pero contrastándola con el ideal antiguo que encarna el héroe y que de este modo
conserva.
Cervantes, gran poeta y conocedor de los corazones, ha anotado ahí, estima Dostoievski, uno de los aspectos más misteriosos del espíritu humano. Y, de la misma manera, ha sacado un extraordinario partido de la paradoja según la cual Sancho, el hombre del buen sentido, vive el sueño de una isla que gobernar, une su destino al hombre más loco del mundo y, aunque lo engañe, presta fe a sus palabras y es conquistado hasta el enternecimiento por la grandeza de su corazón. Como digno heredero de los románticos alemanes, y, tras ellos, de Byron, Dostoievski tiene así al Quijote por el más grande y más triste de todos los libros. Pero también ve en él una especie de parábola, según la cual la mentira salva a la mentira. Más concretamente, para salvar su verdad, el héroe de Cervantes inventa otra ficción que la que ha sido engendrada por su locura, «dos veces, tres veces más fantástica que la primera». Conducta menos extraña de lo que parece: todo individuo se vuelve también un Don Quijote cuando, enamorado del sueño que acaba de formar, tenga ese sueño por fuente una idea, una opinión o una mujer, lo sobrestima, como para esforzarse en preservarlo de las dudas que lo asaltan.
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