Javier Ruiz es un periodista económico que sabe explicar las cosas muy bien y es de los pocos que explican los hechos negro sobre blanco. Aquí nos presenta un panorama sobre la desigualdad que se vive en España con datos sólidos e indiscutibles.
Que la desigualdad está creciendo en el mundo no es ningún secreto. Ahí están los datos. El peligro es que si no ponemos remedio aumentarán aún más los populismos, crecerá la ultraderecha y no solo la democracia estará en peligro, también la paz social.
Aquí tenemos un diagnóstico de como la crisis mundial del 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania se han cebado en nuestro país aumentando una desigualdad que ya venía de lejos. Cada uno de estos factores ha golpeado más a las clases con menos ingresos, que ven como sus ingresos menguan y su cesta de la compra se encarece sin tener recursos ni margen de maniobra.
Se presentan también algunas soluciones, aunque veo difícil que se lleguen a implementar, porque el discurso dominante califica cualquier medida progresiva como comunista, en un ejercicio suicida porque si todo se va a la mierda ¿Qué creen que pasará con ellos, aunque tengan dinero?
La verdad es que, aunque el autor pone el dedo en la llaga (por ejemplo, señalando la culpa que tienen los medios de comunicación en este desaguisado) no es nada agresivo, al revés, es sumamente correcto en todo momento. Yo hubiera metido más caña.
Muy bueno.
1. Las grandes corporaciones: Si en el año 2000 el 21,42 % de los ingresos que recibía el tesoro público provenía del impuesto de sociedades, en 2019 —el último comparable antes de la volatilidad fiscal provocada por la pandemia de la Covid— ese porcentaje era del 9,91 %, según datos de la Agencia Tributaria. Las grandes empresas del IBEX han visto cómo regresaban sus beneficios, pero no sus impuestos. Dicho de otra manera: su dinero vota. Un dinero que sirve para apoyar líneas políticas, editoriales y de presión política contrarias a la fiscalidad.
2. Los grandes ejecutivos: Si en la década de los años setenta del siglo pasado el salario del presidente de una compañía del IBEX multiplicaba por veinte al de un empleado medio, en la actualidad lo multiplica por 123. A fecha de hoy, el primer ejecutivo del país tarda cuatro horas y quince minutos en ganar lo que un trabajador medio gana en un año y medio. Lo que el ejecutivo mejor pagado del IBEX gana en una sola jornada equivale a lo que el trabajador medio gana en tres años y medio. Este es el grado de desigualdad que se ha instalado en las nóminas de los trabajadores españoles, según los balances de cuentas presentados a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) que recoge el observatorio del IBEX de Comisiones Obreras. Así,
— el presidente de una empresa del IBEX se embolsa 4,4 millones de euros al año de media;
— el consejero delegado de una de esas compañías ingresa 3,3 millones anuales,
— y los miembros de sus consejos de administración, unos 699.000 euros, lo que significa que, desde 2004, su retribución ha crecido un 100 % (desde los 349.000 euros de media).
Se puede entrar en todo tipo de demagogias a partir de estos datos, especialmente cuando se escucha a esos mismos ejecutivos recomendar la «moderación salarial» para sus empleados; así que basta con constatar que, frente a esas rentas crecientes, los salarios viven una «gran glaciación» desde hace décadas, con un salario medio que ronda los 23.000 euros al año y con un salario más frecuente que no llega a los 17.000 (16.948 euros al año).
En España, el secreto para hacer mucho dinero es tener mucho dinero. Ese es el quid de la desigualdad económica en nuestro edificio, y su traslación política se realiza financiando vías que sostengan esa situación. El que fuera jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, y Dani Rodrik, profesor en las Universidades de Harvard y Princeton, denuncian que «la desigualdad a menudo dificulta que en la carrera electoral salgan elegidos partidos comprometidos con abordar las disparidades económicas. En lugar de fomentar la política redistributiva, la desigualdad promueve a menudo el éxito de partidos que se centran en crear condiciones electorales basadas en identidades no económicas, como el conflicto étnico. Y cuando las coaliciones electorales ganadoras se basan en dichas identidades no electorales, la democracia hace menos por corregir la desigualdad que lo que lo haría si pudiese prevalecer la política de clases».
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