Incluye los siguientes cuentos:
Lord Byron, El entierro
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Historia de fantasmas
Théophile Gautier, El pie de momia
Gustavo Adolfo Bécquer, La Noche de Difuntos
Edgar Alian Poe, Sombra. Una parábola
Amelia B. Edwards, La diligencia fantasma
Guy de Maupassant, El Horla
Silverio Lanza, RIP
Henry James, Maud-Evelyn
Gertrude Henderson, La banshee emigrante
Hugo von Hofmannsthal, La aventura del mariscal de Bassompierre
Joseph Sheridan Le Fanu, El fantasma y el ensalmador
Leopoldo Lugones, Yzur
Eugenio Noel, La cola de los anémicos en el matadero municipal de Madrid en 1900
Rubén Darío, La larva
Horacio Quiroga, La lengua
José Gutiérrez-Solana, La sala de disección
Ryúnosuke Akutagawa, Rashómon
Hermann Ungar, Historia de un asesinato
Howard Philips Lovecraft, La llave de plata
Típica recopilación de relatos libres de derechos bien escogida y mejor prologada por Javier que cumple perfectamente su misióm.
Muy bueno.
Bajos. Los más no habían tenido necesidad de que les dijeran nada; se sentían sin fuerzas, sin gana de trabajar, ni de comer, ni de buscarlo. Grima daba verlos. Muertos en vida, su cara y sus manos tenían un color blancuzco que en los niños llegaba a la transparencia y en los viejos a la palidez fría de los difuntos. En las jóvenes arrugaba la frente, sacaba a la fuerza el cigoma, extendía por las mejillas y cerca de la boca un odioso envejecer prematuro, una como huella ficticia de crápula y existencia vergonzosa.
Las «colas» que forman los pordioseros o la gallofa a las puertas de los cuarteles a la hora del rancho, no pueden daros una idea de la «cola» del matadero, ni siquiera esa lúgubre «cola» diaria del Santo Refugio. Los anémicos eran algo más que pobres y miserables. Buscaban sangre, querían sangre, como otros quieren y buscan pan. Y lo trágico era esto. Mendigar un mendrugo, llevar unos harapos raídos, enseñar la carne amarillenta por los agujeros de las ropas, tener un solo vestido para el día y la noche, el verano y el invierno, es tan triste, tan injusto, que la sociedad procura aliviarlo valerosamente. Pero… ¿y pedir sangre?, ¿y… sentirse morir en vida aunque haya pan, y verle sobre la mesa y no podérselo llevar a la boca porque no hay ganas y sabe mal?… ¿Y oír que eso se arreglaría con sangre, y ser tan ignorante, tan desgraciado, tan pobre, que se oyen los más estúpidos remedios con ansia?…
Decid, si os atrevéis, a los anémicos que yo vi el primer año del siglo a la puerta del matadero, que la sangre se hace dentro del cuerpo… Eso cuesta diabólicamente caro además y va muy despacio. Un reconstituyente, un específico, un tratamiento puede salvar al rico; al pobre, no. Y si este pobre es español, inculto y gaznápiro, no podrá esperar, no confiará. Querrá sangre de quien sea, pero sangre roja, corriente, ya
garmente humanos, degradaban toda su elevada fantasía, convirtiéndola en un fárrago de alegorías mal disimuladas y superficiales sátiras de la sociedad. Así, sus nuevas novelas alcanzaron un éxito que jamás habían conocido las de antes; pero al comprender cuan insulsas debían ser para agradar a la vana muchedumbre, las quemó todas y dejó de escribir. Eran unas novelas triviales y elegantes, en las que se sonreía educadamente de los propios sueños que apenas si describía por encima; pero se dio cuenta de que eran artificiosas y falsas, y carecían de vida.
Después de estos intentos se dedicó a cultivar el ensueño deliberado, y ahondó en el terreno de lo grotesco y de lo excéntrico, como buscando un antídoto contra los anteriores lu-, gares comunes. Estos campos no tardaron, sin embargo, en poner de manifiesto su pobreza y su esterilidad, y pronto se dio cuenta de que las habituales creencias ocultistas son tan escasas e inflexibles como las científicas, aunque desprovistas de toda verosimilitud. La estupidez grosera, la superchería y la incoherencia de las ideas no son sueños, ni ofrecen a un espíritu superior ninguna posibilidad de evadirse de la vida real. Así pues, Cárter compró libros aún más extraños, y buscó escritores más profundos y terribles, de fantástica erudición; se sumergió en los arcanos menos estudiados de la conciencia, ahondó en los profundos secretos de la vida, de la leyenda y de la remota antigüedad, y aprendió cosas que le dejaron marcado para siempre. Decidió vivir a su modo y amuebló su casa de Boston de forma que pudiera armonizar con sus cambios de humor. Consagró una habitación a cada uno de ellos, y las pintó con los colores adecuados, disponiendo en ellas los libros convenientes y dotándolas de objetos y aparatos que le proporcionasen las sensaciones requeridas en cuanto a luz, calor, sonidos, sabores y aromas.
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