Galaxia Gutemberg, 2012. 168 páginas.
Recopilación de columnas publicadas en El País, acercando la filosofía a temas mundanos. Algunas brillantes, en general bastante normalitas, siempre entretenidas. Con algunas estoy en completo desacuerdo, como en el caso de la titulada ‘Yo no he sido’, cuya tesis es que parte de la culpa de la crisis actual es porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pone el ejemplo de un niño que, jugando a la pelota, rompe un jarrón y dice ‘Yo no he sido’. El que ha roto el jarrón ha sido el niño, pero si es el adulto el que le ha dejado jugar, es quien debe asumir la responsabilidad. Y si no solo lo ha permitido, sino que le ha animado, y le ha metido dentro de la habitación con la pelota, todavía más. Aún iría más lejos: el intento de culpar a la víctima es el peor de los ‘Yo no he sido’.
Pero este es un caso aislado, casi todas las columnas tienen su interés.
Calificación: Bueno.
Luego estaría la resignación, cuyo lema se condensaría en el célebre dictum de Churchill: «La democracia es el menos malo de los sistemas políticos». Vale decir: en nuestra época democrática la grandeza ha sido reemplazada por la mediocridad igualitaria, pero esta pérdida del ideal es el precio que hay que pagar por disfrutar de las libertades a las que no estamos dispuestos a renunciar en ningún caso. Se trata, en suma, de tener la madurez de rebajar prudentemente las expectativas y de aprender a convivir con la vulgaridad inevitable.
Y finalmente, la transformación. Consiste en una aceptación positiva, aunque no incondicional ni acrítica, del igualitarismo contemporáneo sin excluir la vulgaridad que le es aneja, pero presentando al mismo tiempo un ideal -la ejem-plaridad- dotado de fuerza innovadora que mueva al ciudadano de hoy, por convicción y sin coacción, a reformar su vulgaridad de origen y a elegir formas superiores de libertad. Esta posición se opone a las dos anteriores: reacción y resignación. Al reaccionario le dirige las siguientes preguntas: ¿qué época distinta de ésta elegiría Vd. para ser pobre? ;Y para ir al dentista o en general para caer enfermo? ;Y para ir preso? ¿Y para ser disidente, hereje, extranjero, mujer, niño o anciano? Ninguna mejor que la nuestra, lo que ya debería convencer al otro, al resignado, sobre la altura moral de nuestra cultura y sobre su capacidad de idealismo. El ideal es inexcusable para movilizar las fuerzas latentes en una sociedad y para inspirarle esa extensio ad magna que es condición de progreso moral: todas las épocas lo han tenido y ésta no ha de ser una excepción.
En lo que a mí respecta, orgullosamente me declaro hijo gozoso de mi tiempo.
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