Javier Alonso. Síndrome.

octubre 13, 2025

Javier Alonso, Síndrome

Primer premio de nos cuenta las andanzas del protagonista en un Logroño nocturno y bohemio, con amigos, amores no correspondidos y angustia existencial.

La prosa es bastante buena, pero el tema se ha tratado tantas veces, y más a estas alturas de la película, que se me hizo un poco aburrido, la verdad. Algunas páginas, con menos postureo y un poco de verdad, están bastante bien.

Se deja leer.

No cuentas. Es injusto. Quiero y no puedo. Pataleta. Palabrería. I n voz baja, lámbién piensas en voz baja. Desde hace ya bastante tiempo. ¿No te diste c lienta ele que algo había cambiado, te había cambiado? ¿En serio?
¿Más ketchup?
¿Por qué no?
Marcuse de pacotilla… Ahógate tragando tus teorías, como si fueran la lengua que usas para callar. La vida no era esto. Tú no estás vivo. Ni estás vivo, ni disfrutarás nunca de un balsámico Q.E.P.D.
Jódete.
Has perdido. El juego consiste en que tú pierdas.
E res el reflejo de las palabras de mi casi hermano en torno a: “El Monstruo bebe Coca-Cola. Glup, glup”. Como siempre, tenía razón cuando dijo, acodado en la barra, que la raíz del mal se hunde en el saber —razón, raíz, rezar—. Él no citó el Talmud, el Antiguo Testamento, la Biblia; no era Qohélet, aunque quizá su sangre, algo en los rizos de su pelo o su ADN —en parte también mío—, sea, siga siendo, una reminiscencia del legendario sabio del Eclesiastès. Pero da igual: también esto es vanidad y caza de viento.
Vanidad y caza de viento.
Si Leopoldo María Panero no hubiese dispuesto de quién sabe cuántos millares de volúmenes, si la placenta de su infancia no hubiese sido un crisol corrosivo compuesto por versos de Mallarmé, un padre poeta, un tío poeta, un hermano poeta, una familia desgarradoramente poética, un camarada muerto poeta, una memoria atiborrada de parentescos y palabras, todos los árboles de la ciencia y el conocimiento y el bien y el mal, entonces, sí, de haber sido posible que se produjera un tal entonces, él jamás habría llegado a ser El Monstruo.
A media voz:
—Imagínate que hubiera nacido en una familia corriente, que no hubiera tenido una descomunal biblioteca a su disposición, que nadie le hubiera incitado a leer una sola página en su vida y que hubiera ido a un colegio de mierda y dejado pronto de estudiar y que, como cualquier hijo de pobre de su generación, como cualquiera de esos que están aquí detrás tomándose unos vinos, hubiera empezado a trabajar en una fábrica con catorce o quince años.
Imaginé que:
-Podría haber sido tan sólo un simpático borrachín, un tipo excéntrico diciendo, de vez en cuando, chorradas descomunales que sirvieran de diversión a sus compañeros de curro, o a los demás miembros de la cuadrilla de viejos con la que saliera a dar la rondita de bares y vinos cada mediodía. En cualquier caso, se habría integrado en un grupo, en una versión apacible de la realidad. Habría podido ser alguien cualquiera, uno de esos individuos más o menos colgados que te encuentras por los bares, y dices: “qué elemento”, pero tiene un empleo, una casa, unos hijos, una mujer, y aunque sea un tipo extraño, ¿qué? No pasa nada. Nada hay que lo pueda arrancar de su rutina para convertirlo en un monstruo alienígena incapaz de reaccionar en medio del mundo real, planeta Tierra. Dispondría de la televisión, las cosas del trabajo, el fútbol, los amigotes, una familia más o menos deprimente pero dentro de lo normal… No tendría la cabeza llena de ideas raras, versos, palabras en cuatro idiomas y dos lenguas muertas. No necesitaría cultura, ni libros, ni exilios alucinógenos, ni paraísos imposibles, ni besos en proyecto, ni palabras como parásitos, ni…
Si hubiese sido un analfabeto funcional estándar, Leopoldo María Panero habría podido ser feliz.
Comentarios en torno a una entrevista reciente.
Es irreversible, no se puede dar marcha atrás; no puedes decir: ya no sé leer, ya no me acuerdo de cuanto he leído, ya no volveré a leer ni escribir nunca nada.
Nunca.
Nada.
Psiquiátrico de Las Palmas.
Esperaba obsesivamente la llamada de la Academia Sueca.
Había recorrido a primera hora de la mañana todas las librerías de la ciudad para comprobar que sus libros seguían a disposición de los lectores.
Citaba con soltura.
Nunca se equivoca en una sola palabra cuando cita a Eliot, a Pound, a Verlaine…
…a Su Veneno.
El Monstruo.

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